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Esta imágen puede herir
su sensibilidad

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Para la política, la imagen es más importante que la realidad. Los políticos se valen de encuestadores, asesores y demás cultivadores del símbolo para proyectar una imagen convincente, que los unja con un aura de idoneidad y capacidad de resolución de los problemas que resulte atrayente a los ojos de quienes reciban tal imagen. Está claro que una buena ejecución de las funciones encomendadas ayuda a que la imagen construida adquiera volumen y se sostenga en el tiempo.

A lo largo de la historia, muchos dirigentes han recurrido al corte de cintas para inaugurar grandes obras públicas o privadas, o al besado de niños y el abrazo de los desfavorecidos para demostrar sensibilidad.

Lo tragicómico de estos tiempos en que no hay muchos logros para exhibir, ni abrazos para dar. Quizás sea por falta de presupuesto público, o por falta de inversiones privadas, o por falta de capacidad dirigencial, o por la impopularidad de los dirigentes, o por la suma de todas esas cuestiones. El asunto es que los anuncios más rimbombantes versan sobre nimiedades que habitualmente quedarían reservadas a la oscuridad de una resolución administrativa, una comunicación del Banco Central, o una ordenanza municipal.

Pero ¡qué le vamos a hacer! Son épocas de vacas flacas, en las que no queda más remedio que mostrar lo poco que se pueda mostrar. Es así como el Presidente, el Ministro de Economía y el titular de la Cámara de Diputados se unen para liderar el anuncio de la suba del mínimo no imponible para el Impuesto a las Ganancias. La inocuidad del anuncio queda manifiesta en que no es necesario siquiera que el Congreso, imprescindible para dirimir cuestiones impositivas, se expida sobre el asunto: se trata apenas del ajuste por inflación de la base del impuesto. En estos tiempos, amerita un acto solemne.

Otro anuncio vital de esta semana también contó con la presencia del Presidente, esta vez junto al Presidente del Banco Central y a la titular de la AFIP (¿?). Se juntaron para anunciar el cambio de la imagen en los billetes. “Recuperar las imágenes de los que construyeron el país”, dijo el Presidente, con tono gallardo. No faltaron los memes y otras gracias motivadas por el anuncio. Había quienes decían que cuando se sumó a Evita al billete de $100, éste equivalía a casi US$ 5, contra US$ 0,5 ahora. O quienes hacían referencia a que no está claro que figurar en los billetes argentinos sea una buena manera de honrar a nuestros próceres. O los más osados, que sugerían dejar a los animales, e incluso incorporar al bagre rioplatense, quizás el animal que con mayor fidelidad reflejaría el valor de aquello para lo que prestaría su estampa.

Como éstos, abundan los ejemplos de cómo la imagen importa más que la realidad, y de cómo, cuando no hay una buena realidad para mostrar, es necesario encontrar la épica donde no se parecía posible encontrarla. El Censo 2022, presentado como la gran aventura épica de 2022, también cumplió tal función: “vamos a reconocernos”, rezaban los carteles. No está claro que nos guste nuestra imagen en el espejo, o en el censo, en este caso. Ni que les guste a los dirigentes ver por escrito el resultado de su trabajo.

Incluso la salida de Roberto Feletti de la Secretaría de Comercio tuvo más de imagen que de sustancia. Los medios la presentaron como una decisión del cristinismo de despegarse de la suerte de Guzmán en el control de los precios. ¿Cómo podría despegarse de la inflación alguien que metió mano a cuanto control de precios, prohibición de exportar y aprietes diversos tuvo a mano, y como resultado obtuvo la duplicación, en apenas 8 meses, de la tasa de inflación?

En fin, a la política le importa la imagen: despegarse, hacer actos pomposos en que se anuncian banalidades. El problema está en que, en esta época de vacas flacas, sólo queda exaltar la insignificancia o, lo que es más o menos lo mismo, devaluar la épica.

Llevamos mucho tiempo de la política celebrándose a sí misma. Dando prioridad a lo simbólico, a cuidar la propia imagen, por sobre aquello que sea efectivo, que mejore la vida de la gente. No es un fenómeno puramente local, sino que es global. Como también empieza a ser global el agotamiento de las personas con las dirigencias tradicionales. Parece ser que, cuando no hay sustento, lo simbólico puede dejar de enamorar.
Fuente: El Entre Ríos

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