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El Banco Central compró US$ 1 millón el viernes, acumuló US$ 160 millones en la semana, y lleva más de dos semanas con saldo comprador. Revirtió así un mal comienzo de mes, aunque todo apunta a que va a terminar agosto con saldo vendedor cercano a US$ 500 millones.

En la mejora del balance cambiario parece haber tallado la disminución en las compras de combustibles, algo que debería consolidarse con el fin del invierno. Pero también ha tallado el freno impuesto a las importaciones, que no parece sostenible si se quiere evitar un efecto negativo sobre el nivel de actividad. Un reconocido consultor decía el viernes que hay casi US$ 4.000 millones de importaciones frenadas. Es casi medio mes de importaciones.

El mero hecho de que el balance cambiario de cada día constituya una noticia da cuenta de la fragilidad de la situación de las reservas del Banco Central. La cuestión que no le es ajena al ministro Massa. La importancia que le da al asunto quedó manifiesta en su discurso inaugural, en el que dedicó toda una sección a las negociaciones para obtener unos US$ 5.000 millones de los exportadores, para ser destinadas al fortalecimiento de las reservas.

Lo cierto es que esos dólares, a más de tres semanas de su asunción, no aparecen. El dólar-soja no tuvo éxito. Tampoco la liquidación anticipada de las cerealeras contra un seguro de cambio. Ni parece encontrar un rumbo la compleja ingeniería financiera para obtener dólares con garantía de títulos públicos, ni la ilusión de poder ofrecer acciones en cartera del FGS como garantía de un préstamo.

La nueva esperanza parece ser la del Fondo de Resiliencia del FMI, al cual los medios sugieren que recurrirá el Ministro durante su próxima visita a Washington. En el mejor de los casos, dicen los expertos, ese recurso podría acercar US$ 1.300 millones; una aspirina para una migraña mayúscula. Ni siquiera está claro que esos dólares (o DEGs) sean de libre disponibilidad, una condición necesaria para que el BCRA los pueda exhibir como poder de fuego.

Las opciones se estrechan, y las soluciones ad hoc para determinados sectores no parecen funcionar. Primero, porque, no sin algo de razón, esos sectores dudan de que la palabra empeñada se cumpla. Segundo, porque dar soluciones a un solo sector irrita a todos los demás sectores. No parece demasiado justo, ni demasiado sostenible desde el punto de vista jurídico, que haya condiciones diferenciales para problemas similares.

Volvieron esta semana los rumores acerca de otros mecanismos para ofrecer una ventana temporaria de beneficios (¿reducción de retenciones?) al agro, a fin de estimular sus ventas. También esto suena a más de lo mismo: una solución transitoria.

Lo que transpira entre quienes tienen operaciones de compraventa con el exterior, o quienes tienen deudas en moneda extranjera, es la sensación de que el tiempo para realizar un ajuste en la política cambiaria se ha acortado. Transpira en la brecha cambiaria entre el dólar oficial y el paralelo, que aún tras la relativa calma de esta semana sigue por encima de 100%. También transpira en la muy llamativa diferencia en el costo de cobertura en el mercado de futuros: el contrato de agosto cerró el viernes con un costo implícito de 31% anual, pero el de septiembre lo hizo con un costo de 95%, y el de octubre de 109%.

El Banco Central es por abrumadora mayoría el mayor vendedor de dólar futuro en el mercado. Tiene 65% de su posición vendida en la postura de agosto. Cada peso de aumento del tipo de cambio por encima del valor de su posición, el BCRA asume un costo de unos $7.500 millones. De ahí que cada primero de mes represente una enorme tentación para mover el tipo de cambio y dejar al mercado desnudo.

La preocupación de los agentes económicos con el tipo de cambio va mucho más allá del cumplimiento de las metas con el FMI, que hoy lucen muy distantes. Tiene que ver con que sin dólares la economía se frena, porque las importaciones son esenciales para que muchas industrias puedan producir y los préstamos con el exterior, incluso los de comercio exterior, no se pueden pagar. Las soluciones transitorias no parecen ya funcionar. La falta de dólares es una realidad palpable y la probabilidad de que haya un salto discreto en el tipo de cambio va en aumento.

El acuerdo tácito con el que Massa asumió el Ministerio de Economía parece haber sido el de permitir el ajuste fiscal y monetario, a cambio de que no hubiera un ajuste cambiario. Pero esta solución a medias parece tener patas cortas.

Quizás haya llegado el momento de dejar en pensar cómo estirar la miseria y moverse hacia mecanismos que permitan que los dólares fluyan de manera más aceitada. Parece inevitable que esa mayor fluidez sólo será lograda con un tipo de cambio sustancialmente mayor al actual. Ignoramos el día y la hora, pero percibimos que el evento llegará.
Fuente: El Entre Ríos

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