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Los cuadernos de Centeno dejaron expuesta a la Argentina cochina, la que todos sabíamos que existía pero que tanto dolor nos provocaba admitirlo. Enhorabuena que finalmente eso haya sucedido, pero lo que sencillamente pasó es que durante el kirchnerismo se terminaron de cruzar los límites, si es que alguna vez hubo alguno, aunque mas no fuera invisible. La ostentación de impunidad fue tan grande, la apropiación de los bienes del estado para usos personales de los funcionarios de tal magnitud, que la porquería finalmente terminó saliendo a la superficie. Nunca nos robaron tanto a todos, con tanto descaro, con tanta alevosía. Ni siquiera en los tiempos de Menem, al que tanto se ocupó de denostar el kirchnerismo, después de haber sido, claro, parte de su claque durante toda una década.

Ante el tamaño del enchastre, parece mentira que queden algunos que piensen todavía que esta Argentina más propia del realismo mágico de García Márquez no es sino otro relato inventado. Es que los cuadernos son eso, puro cuento, otro producto más de la posverdad, de la cual estos mismos fueron adalides hasta hace solo unas pocas horas. La matriz de corrupción más grande de la historia argentina acaba de quedar al descubierto y negarla es como afirmar que el sol no sale por el este todas las mañanas de nuestras vidas.

Tal vez fue un golpe de suerte, tal vez estuvimos muy cerca de nunca enterarnos de nada, de seguir sumidos en la sospecha eterna y sin una confirmación palmaria. Pero se juntaron, un remisero, su amigo, y un periodista vecino del amigo, y de allí salió el cocktail más poderoso del que se tenga registro en los últimos años. Claro que además de un periodista avezado, parte de una organización periodística denostada por muchos pero que ha exhibido una ética periodística de la que pocos otros medios pueden dar fe, también ayudó este nuevo mecanismo judicial que consiente la figura del arrepentido, un hallazgo de este gobierno y que ya había desatado procesos similares en otros países como fue el caso reciente del Lava Jato en Brasil y el Mani Pulite de hace un tiempo en Italia.

Caiga quien caiga, y cueste lo que cueste, lo sucedido parece devolvernos al camino de la institucionalidad, sendero del que nos alejamos hace ya largo tiempo en todos los planos de la sociedad, pero en particular en todos los poderes y en todos los niveles del estado. Pero este robo organizado, del que ahora terminamos de tomar registro a nivel nacional, se dio también de manera prolífica a nivel de las provincias, y esta aseveración es particularmente cierta para nuestra provincia de Entre Ríos. Como entenado del más rancio kirchnerismo, discípulo indisimulado de Néstor y Cristina Kirchner, Urribarri recibió del gobierno federal muchísimos recursos de los que dispuso y dilapidó con total libertad.

Tenemos por aquí choferes, sino arrepentidos por lo menos que han sido encontrados con las manos en la masa -recuérdese sino el caso del chofer de la gobernación-, y también periodistas valientes, como es el caso de Daniel Enz. También tenemos unos pocos medios independientes -con los que uno puede disentir o no- donde se ha propiciado siempre la libre opinión, y que optaron por renunciar a la pauta oficial, aun en la época que esta se regalaba con tanta alegría como cuando se reparten chupetines en la plaza. El Entre Ríos y Análisis Digital son dos de esos pocos ejemplos, los que se cuentan con los dedos de una mano. Son también parte del exigüo lote que ha sobrevivido a la cuasi muerte de la pauta oficial en la provincia -todos hoy con muchas dificultades y sin poder disponer de los recursos de la claridad y cantidad que los medios de Buenos Aires disponen-, circunstancia que ha reducido a una mínima expresión a la prensa oral, escrita y televisiva de nuestra provincia.

Sépase, y esto nuestro gobernador actual lo sabe, que no solamente Urribarri y su entorno se llevaron el estado provincial con ¨rueditas¨, sino que son innumerables los ¨kioscos¨ que existieron y todavía hoy existen en el gobierno provincial y que nadie se ha propuesto desmantelar. Y esos focos de corrupción se repiten ¨n¨ veces en casi todos los municipios de la provincia. Estoy seguro que muchos se sentirán aludidos si leen alguna vez estas líneas. También, claro, existen por aquí los cómplices que vienen del otro lado del mostrador, fundamentalmente proveedores del estado que se hicieran archimillonarios durante el predominio kirchnerista en la provincia. Es que somos pocos y nos conocemos todos, sabemos dónde vive cada uno y como vivía antes y como viven ahora. El club de la obra pública a nivel nacional tuvo su correlato también en los planos provinciales y municipales, y ahí es donde primero deberíamos dirigir nuestra atención si queremos realmente remediar la injustica.

Seguramente será muy difícil- pero no imposible- que por esta parte del país se pude hacer justicia como se debería. Hacen falta una justicia que actúe con determinación y que no sea cómplice con el poder político - lamentablemente algo difícil de encontrar-, ciudadanos con ánimo de destapar ollas y de ayudar al periodismo que con sus poquísimos recursos tenga intenciones de investigar, y finalmente el apoyo firme de la actual administración provincial, la que hoy se encuentra en una incómoda alianza con quienes depredaron la provincia durante casi una década. Tal vez el puntapié inicial llegue después de las elecciones del año próximo, cuando el espaldarazo necesario para dar con corruptores y corruptos aparezca, sea de la mano de un nuevo gobierno de Bordet, ya sin la carga del uribarrismo, o de una versión más fresca y alternativa de Cambiemos, hoy sepultada bajo la losa del escándalo de Varisco en Paraná.

Ente Ríos necesita de un Centeno y de sus cuadernos, o de algún fenómeno parecido que exponga la matriz de corrupción e impunidad que también existió y todavía existe en nuestra provincia. Sería insoportable para quien esto escribe, y para la gran mayoría de los entrerrianos, que quienes abusaron tan descarnadamente de la provincia y de sus municipios no terminen de pagar nunca sus deudas con la ley. Todos y cada uno de nosotros, en cada uno de nuestros pueblos y ciudades, sabemos a quienes no se estamos refiriendo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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