Si no hay sorpresas, el Gobierno recibirá hoy un fuerte apoyo para avanzar con su agenda de cambios

Salvo imprevistos de última hora, Cambiemos saldrá fortalecido de estas elecciones legislativas; todo hace presuponer que a nivel nacional le irá mejor, incluso, que en las elecciones primarias de hace dos meses.

Todas las encuestas de opinión reflejaron un cambio de humor a partir de aquel resultado. No sólo entre los simpatizantes del oficialismo, sino también entre los escépticos. Es que aquel resultado sepultó el riesgo de un aumento de la inestabilidad política. El respaldo en las urnas trajo consigo el alivio que siempre trae aparejada la incertidumbre que provoca el ruido político.

Este mejor humor social también se vio reflejado a nivel financiero. Los precios de bonos y acciones argentinos se dispararon desde que se conoció el resultado de las PASO: desde el 13 de agosto, las acciones líderes subieron más de 25% y el rendimiento de los bonos largos en dólares cayó casi un punto porcentual. En el mismo lapso, el dólar, termómetro clásico de la histeria nacional, perdió valor frente al peso.

Los exitosos resultados de las rondas de ampliación del parque de generación eléctrica, tanto térmica como de fuentes renovables, resultaron una indicación clara de la credibilidad de las nuevas reglas de juego. Es cierto que las condiciones son favorables para los inversores, pero también lo es que los precios fueron menores a los de un año atrás. Se le pide menos al estado para animarse a invertir. Hacer que la regulación se cumpla no ha sido en vano.

Desde mañana, seguramente el mapa de poder se haya sesgado un poco más en favor del Gobierno. Las elecciones legislativas, como lo anticiparon las PASO, supondrán un apoyo a su política económica y, aún con cuestiones semánticas por saldar, la dirección estará clara y habrá sido en gran medida aceptada en las urnas.

Con este aval, hay quienes pronostican que el Gobierno buscará pasar una andanada de reformas estructurales en el Congreso. Cambios en la legislación impositiva, laboral y previsional han sido mencionados con insistencia en los medios. Pero Cambiemos no será mayoría en el Congreso, por lo cual es probable que estas reformas acaben por poner orden más que por generar cambios revolucionarios.

La única revolución a la que parecería aspirar el Gobierno corresponde, ante todo, a su más reciente latiguillo: el cambio cultural.

La cambalachesca idiosincrasia argentina nos ha llevado admirar el éxito económico con independencia de las artes con que ese éxito fue conseguido. Impunidad e inmunidad han sido aliados de quienes robaron y desanimaron a los giles que no lo hacían.

La proclamada guerra contra las prácticas mafiosas, la detención del "Pata" Medina, la irrupción en La Saladita para desmantelar una organización que explotaba a pequeños comerciantes, o el avance del desafuero de De Vido, son señales de que ya no todo es igual. ¿Habrán sido maniobras aisladas o tendrán un efecto duradero?

La apuesta del Gobierno consiste en aumentar la productividad. Que no se trata sólo de mejorar la infraestructura vial, o de aumentar la capacidad de generación eléctrica para terminar con los cortes, o de ofrecer condiciones atractivas para el desarrollo de Vaca Muerta. Todas estas son condiciones necesarias, pero no suficientes para atraer inversiones en serio.

El Gobierno lo sabe. El cambio cultural apunta a reducir el famoso costo argentino, ese que está relacionado con la burocracia, con la corrupción, con autoridades que no cumplen con la ley y con una justicia lenta para castigar. Cuestiones que muchos en el exterior consideran idiosincráticas cuando piensan en nuestro país.

Esto recogen los rankings internacionales cuando califican a los países según la facilidad para hacer negocios o la percepción de corrupción: Argentina lleva muchos años entre los peores de América Latina.

Es un camino largo, el del cambio cultural; un camino que se parece más a una estrategia de largo aliento que al oportunismo coyuntural. Un camino que requiere no sólo del Gobierno sino sobre todo de la población una paciencia a la que en general los argentinos no estamos acostumbrados. Si se cumplen las predicciones, estas elecciones podrían brindarnos por lo menos dos años de tránsito consensuado por ese camino.

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