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Werner efectuó un durísimo pronóstico
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Werner efectuó un durísimo pronóstico
Durante una conferencia del Foro Oficial de Instituciones Monetarias y Financieras (OMFIF, por sus siglas en inglés), Alejandro Werner, quien fuera Director del Departamento del Hemisferio Occidental en el FMI hasta agosto pasado, dijo que cree que Argentina entrará en default con el FMI y que, aunque hubiera un acuerdo, “no será un instrumento para implementar buenas políticas y apenas retrasará la corrida bancaria cuatro meses.”

Cabe decir que Werner no es inocente en el endeudamiento argentino con el FMI. Pero ese no es el punto en esta nota. El punto es que dice con todas las letras una voz que corre entre los economistas, los analistas políticos, las gerencias de las grandes empresas y las mesas de dinero: que se avecina una gran crisis. Para Werner, tomará la forma de una corrida bancaria; para otros, la de una gran devaluación, y para los restantes, la de una hiperinflación. Sea como fuere, ningún escenario se ve agradable.

¿Por qué Werner pronostica y otros sospechan este desenlace? Porque no observan en el gobierno voluntad alguna para aceptar políticas económicas racionales. Que no son otra cosa que las de adaptar los gastos del sector público a los recursos disponibles, y no a los deseos de la dirigencia, que es lo que nos ha puesto en esta situación de fragilidad. Sólo en octubre el Banco Central asistió al Tesoro en más de 260.000 millones de pesos. Podremos elaborar bellas teorías, pero esa emisión no es ajena ni a los 200 pesos del blue ni a las expectativas de inflación ni al nivel del riesgo-país.

Es probable que nuestra mejor tabla de salvación sea, efectivamente, un buen acuerdo con el FMI, que ponga las variables de déficit fiscal, emisión monetaria y acumulación de reservas dentro de un sendero sostenible. El problema es que la economía está tan flojita de papeles que no bastará con no empeorar las cosas para lograr estabilidad: cualquier intento de estabilización demandará un ajuste importante del gasto y la emisión, si no quiere ser apenas un parche que retrase la crisis unos meses, como dice Werner.

Las encuestas de opinión más recientes pronostican para noviembre un resultado parecido o ligeramente peor al de las PASO para el Frente de Todos. Si estuvieran en lo cierto, se sumaría a la fragilidad macroeconómica una fragilidad política que no ayudará a que nos alejemos del doloroso destino que señalan los agoreros.

Si nuestra mejor tabla de salvación es un acuerdo serio con el Fondo, los discursos incendiarios de Máximo Kirchner, Alberto Fernández, La Cámpora y otros “pibes para la liberación” no nos ayudan a concretarlo. Que Juan Manzur y Sergio Massa hablen con los inversores del exterior para decirles que los discursos son sólo retórica de campaña no calma a nadie. Se huele una fractura en el Frente de Todos que hará difícil tomar decisiones también difíciles. Quizás los discursos marquen posicionamientos internos, más que posturas frente al FMI. Pero muestran una falta de consenso e ideas que hará de la crisis una consecuencia inevitable. Es posible que en esta ocasión la oposición no tenga incentivos para evitar que la bomba le estalle a quien la activó.

¿Quién ha visto un FMI?, podría ser una remake de la célebre frase de Perón acorde con estos tiempos. Las angustias diarias de una población sumida en la pobreza, sin trabajo ni miras de conseguirlo, con problemas de nutrición y sobrepeso al mismo tiempo hacen que para muchos el FMI sea una construcción demasiado abstracta, un cuco poco tangible frente a las penurias cotidianas.

Las elecciones podrían plantear un escenario de cambio en las expectativas de largo plazo. Para entonces, como dijo Keynes, “estaremos todos muertos”. El asunto está en los desafíos que nos impone el corto plazo.

Habrá dos maneras de cruzar el río que nos deposita en la orilla de 2023. Una consiste en seguir como hasta ahora, con déficit, emisión, controles y restricciones, recesión, más inflación y más pobreza. Por esta vía, es probable que nos ahoguemos en medio del río, como auguran Werner y otros. Luego, como otras veces, resucitaremos, quién sabe cómo.

La otra es hacernos cargo de los problemas, diseñar un plan económico que cierre y recree cierta confianza interna, y llegar a 2023 con los deberes hechos para que, sea quien fuere que asuma entonces, pueda construir sobre esa base. La lógica política no lo entiende, pero el camino que parece más doloroso en el corto plazo es el único que nos depositará ilesos en la otra orilla.
Fuente: El Entre Ríos

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