Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Calentándose con todas las hornallas encendidas
Calentándose con todas las hornallas encendidas
Calentándose con todas las hornallas encendidas
Que la inflación de abril haya dado 6% y que la inflación núcleo, que excluye algunas variaciones estacionales de precios, haya dado 6,7% son indicadores evidentes de la magnitud de los desequilibrios en las variables macroeconómicas.

Es cierto que la salida de una pandemia reveló cuánto se habían trastocado las cadenas de aprovisionamiento de insumos clave para muchas industrias, y que a ello se sumó la guerra entre Rusia y Ucrania que puso grandes presiones sobre los precios de muchas materias primas. Esto viene afectando a todo el mundo, que vio sus tasas de crecimiento de precios triplicarse, o más, en un breve lapso. Claro que, en esos países, la inflación sigue en niveles anuales parecidos a los que nosotros tenemos en un mes.

Estos factores internacionales quizás pongan alguna presión de costos sobre el precio de los bienes y servicios producidos en el país. Sin embargo, no es ésta la razón central para explicar por qué la tasa de crecimiento en los precios, en Argentina, parece estar fuera de control.

Tampoco parece que pueda haber presiones de demanda privada: los salarios crecen hace más de un año a un ritmo bastante menor a la inflación, y los planes y las jubilaciones se han atrasado aún más.

Sin embargo, la demanda del sector público (el gasto) crece a ritmo acelerado: según la Oficina de Presupuesto del Congreso, lo hizo a una tasa de 66,7% interanual en abril. Es decir, 6,6% por encima del crecimiento del IPC en esos doce meses. No es una novedad de 2022, sino la confirmación de un vicio arraigado en la administración pública.

Como los ingresos crecen 8,8 puntos porcentuales por debajo de los gastos, se genera un déficit, que debe ser financiado con deuda. Pero como no hay demanda suficiente de bonos para financiar el déficit, se debe recurrir a la asistencia del Banco Central; en otras palabras, a la emisión. Es la emisión la que hace tiempo viene generando un exceso de oferta de pesos, que se devalúan no sólo contra otras monedas, sino también contra todos los bienes y servicios que los pesos pueden comprar.

En este contexto, queda en evidencia cuán inútil es la política de subsidios que impulsa el populismo. No sólo no contiene la suba de otros precios, porque quienes los producen (industrias y comercios) no gozan de dichos subsidios y deben trasladar los precios reales de los bienes subsidiados a sus productos, sino porque además generan cuellos de botella en la producción de esos bienes subsidiados y una demanda artificialmente excesiva de los mismos. Si algo es gratis, la demanda de ese algo puede ser mayor a la satisfactoria.

Se trata de una situación insostenible. Pagar un precio mucho menos (en la electricidad, casi 80% menos) de lo que cuesta producirlo genera una distorsión que a la larga explota. ¿Cómo explota? Primero, bajo la forma de cuellos de botella y escasez de aprovisionamiento, porque por falta de rentabilidad e incertidumbre respecto del pago de compensaciones por parte de un estado quebrado, no se hicieron las inversiones en producción, transporte y provisión de luz y gas. Más tarde, en sinceramientos tarifarios que, por la acumulación de atrasos, resultan en enormes ajustes.

Atrasar el reconocimiento de los costos en los precios es una de las principales causas del déficit fiscal. Los subsidios son la causa de que haya emisión, y ésta es la causa por la cual los pesos compran cada día menos bienes y servicios. Además, claro está, de que provocan la referida escasez que debe ser solucionada con importaciones, para las cuales tampoco tenemos los dólares suficientes.

En ningún país del mundo la gente prende la calefacción o el aire acondicionado con 20 grados de temperatura, ni deja las luces de su casa encendida de manera innecesaria, ni calienta la casa prendiendo las hornallas de la cocina. Cuando las cosas cuestan lo que deben costar, se las cuida, porque así es como se cuida el propio bolsillo.

Tratar un problema de costos y precios con una mirada populista, de conveniencia política y no de conveniencia social y racionalidad económica, provoca los desequilibrios que hoy explotan por el lado de la inflación, la pobreza y el estancamiento, además de la escasez.

Cada semana crece el descontento social y su expresión por medio de manifestaciones que, politizadas o no, revelan carencias que no podrán ser consoladas con una macroeconomía que vive en estado permanente de desequilibrio inestable. Sincerar las cosas siempre es doloroso al principio, pero más sostenible en el tiempo. Como no parece que lo quieran hacer, lo más probable es que acaben por corregirse con una gran crisis. Como casi siempre, por las malas.
Fuente: El Entre Ríos

Enviá tu comentario