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La economía parece haber tocado fondo, pero los imponderables no pueden ser despreciados

El año nuevo arranca con un panorama bastante sombrío para la economía argentina. A la recesión, la alta inflación y la pérdida de valor de compra de los salarios se le suma la enorme incertidumbre que genera la política en este año en que volvemos a elegir Presidente para los cuatro años que arrancarán el 10 de diciembre.

Con la visión del vaso medio vacío, podría argumentarse que hemos arrancado el año con el pie izquierdo. Prácticamente no hay indicador de actividad que no muestre bajas fortísimas en la comparación interanual. El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE), el Estimador Mensual Industrial (EMI), el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC), el Índice Construya de Actividad de las Empresas Líderes de la Construcción, las cifras de Adefa sobre ventas de automóviles, y tantas otras cifras sectoriales marcan con contundencia la profundidad de la caída. Ninguna de estos indicadores muestra caídas inferiores a 4% cuando se lo compara con las cifras de un año atrás.

Al mismo tiempo, son igualmente malas las cifras hasta ahora conocidas de inflación y, por extensión, todo apunta a que los indicadores que, como el valor del salario real o las líneas de pobreza e indigencia, utilizan los precios como un dato básico para ser calculados, seguirán empeorando por un tiempo.

Con la visión del vaso medio vacío, podría argumentarse que hemos arrancado el año con el pie izquierdo

Y, sin embargo, con una visión de vaso medio lleno, cabría suponer que hemos tocado fondo.

Es que la caída ha sido tan rotunda, y tan inesperada, que no es baja la probabilidad de que algunos o muchos de estos indicadores que ahora entregan números interanuales tan negativos comiencen a estabilizarse en la comparación de mes a mes. Esto no significa que las cosas anden bien, ni que en la calle se empiece a sentir un clima económico más dinámico, pero significará un alivio en cuanto importe superar la angustia que provoca no saber dónde está el fondo.

Es un consenso de los consultores en economía que a partir del segundo trimestre de 2019 la economía repuntará, en gran medida gracias a que la humedad de El Niño reemplazará a la sequía de La Niña y permitirá que el sector agropecuario pegué un repunte de entre 40% y 50% respecto de 2018, medido en términos de cosecha. Sólo esto debería agregar unos cuatro puntos porcentuales al crecimiento del PBI en 2019, además de dar un gran oxígeno en términos de exportaciones y disponibilidad de dólares en el país. Claro que habrá que hacer muchas plegarias a la lluvia, y otras para que la lluvia no sea exagerada, para que los pronósticos de los economistas se cumplan.

También seguirán mejorando los indicadores del sector externo, con la balanza comercial a la cabeza. El cambio de signo, de negativo a positivo, ha sido rotundo en el saldo entre exportaciones e importaciones y, buena cosecha mediante, la tendencia se consolidará. También seguirán mejorando los saldos por turismo, y es probable que de no mediar algún sobresalto externo, el Banco Central no deba esforzarse demasiado por contener el valor del dólar.

Y, sin embargo, con una visión de vaso medio lleno, cabría suponer que hemos tocado fondo

De todas formas, aún si los próximos indicadores comienzan a confirmar eso de que en realidad sí hemos tocado fondo, habrá como siempre imponderables que podrán jugar a favor o en contra de que a fin de 2019 el vaso termine lleno o vacío.

Uno de estos imponderables provendrá del mundo de las finanzas. El dólar lleva cinco años de fortaleza, que por oposición significa debilidad de restantes monedas (¡vaya si el peso puede dar fe de esto!) y escaso apetito por las inversiones financieras de riesgo, como las que suponen los mercados emergentes. En este frente, un país pequeño como Argentina poco puede hacer en el corto plazo.

El otro imponderable provendrá de la política. La elección presidencial de 2019 puede confirmar la reputación de Argentina como un lugar poco confiable para invertir, o demostrar que la transformación que parecía haber comenzado en 2015 se consolida. No es una cuestión de partidos, ni de nombres, sino de voluntad ciudadana respecto de qué valores prefieren los argentinos para la sociedad. La ola del vecindario, con Piñera y Bolsonaro a la cabeza, da cuenta de que en nuestra región no hay ya tanto espacio para la irracionalidad. Pero no está claro que nos hayamos contagiado. Ni tampoco que el menú que hoy parece existir permita algo más que tener que volver a elegir sólo por aquello que sea considerado lo menos malo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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