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No es nuestra intención –por otra parte se desconoce su “letra chica” y aunque contáramos con ella, no estaríamos capacitados para analizarlo de la manera que ello exigiría- formular juicio alguno respecto al contenido y las consecuencias que para nuestro país tendrá el haberse logrado, luego de veinte años de idas y venidas que no parecían nunca acabar, y que apenas se equivocaba quien pensaba que se iban a extender hasta el infinito, el acuerdo al que nos referimos. Ello no obstante, consideramos que esa circunstancia vuelve indispensable efectuar algunas puntualizaciones al respecto.

La primera de ellas tiene que ver con el hecho que nos encontramos aquí con una clara prueba del poco valor que asignamos en realidad, a las tan declamadas y reclamadas “políticas de estado”, a juzgar por su eterna pervivencia en el lenguaje público. Algo que lleva a recordar que por políticas de estado se entienden aquellas que forman parte de las estrategias centrales de un país. Y que como consecuencia de ello, no varían a pesar del color político-ideológico de cada gobierno.

En tanto, y como más arriba se ha indicado, a ese respecto se da el caso que hace de esto por lo menos dos décadas que el Mercosur – que es lo mismo que decir la totalidad de los países que lo integran, que es precisamente el caso del nuestro - llevaba negociando con la Unión Europea, un acuerdo asociativo entre las dos comunidades, que no es otro que el que ahora se ha firmado.

Quiere ello decir, que esas negociaciones se desarrollaron desde por lo menos las postrimerías de la presidencia de Carlos Saúl Menem, hasta la actualidad; de donde es obvio que abarca un lapso que incluye a la presidencia de Fernando de la Rúa, los “provisariatos en cadena” que siguieron al “golpe blanco” contra aquél , la de Eduardo Duhalde, las sucesivas del matrimonio Kirchner- Fernández y el actual gobierno.

Es por eso que no puede dejar de provocar preocupación la reacción que el mismo suscitara en los entrantes de la segunda línea del cristinismo – caso de Alberto Fernández y Axel Kicillof- quienes coincidieron en diversos tonos, pero con palabras aunque diferentes en similar sentido, al considerarlo no solo un fracaso, sino la presencia de una derrota para nuestro mercado común.

Manera de ver las cosas que en el concierto de estados, viene a provocar la impresión que entre nosotros no existen verdaderas políticas de estado, y las que se muestran como tales serían en realidad como una oportunidad de participar en una sesión del juego del “veo-veo”. Máxime cuando esa reacción, viene a contrastar con la satisfacción demostrada por la cancillería uruguaya, y las declaraciones de Evo Morales en el sentido que de que es intención que el Estado boliviano avance por separado, como no podía ser en otra forma ya que ese país no integra el Mercosur, en prosecución de un acuerdo similar.

A ello debe agregarse la circunstancia que de cualquier manera – e independientemente de cuál sea el contenido y los avances de ese acuerdo - el mismo va a significar para nosotros un profundo, -y hasta radical agregaríamos- cambio en nuestras instituciones de todo tipo –incluyendo empresas y sindicatos- y consiguientemente en nuestros propios comportamientos.

“Reacomodamiento” que de por sí no solo significa sacrificios, y en algunos casos sacrificios extremos, como siempre ocurre cuando se está en presencia de transformaciones, aunque no sean las mismas de carácter revolucionario (aunque no debemos pasar por alto que el continuado y cada vez más acelerado cambio tecnológico resulta clara muestra de que estamos inmersos en un no siempre advertido estado de revolución permanente).

Es por eso que vienen al caso las consideraciones de un periodista que al escribir sobre el tema indica que “ por primera vez, la política argentina se fijó -forzada por la letra de un acuerdo histórico- un momento en el tiempo para que parte de la industria nacional compita o cierre.” Añadiendo: “Esto implica que el aparato productivo argentino se encuentra ahora empujado a reconvertirse a través de reformas estructurales
para asegurarse su supervivencia”. Palabras que vienen a dejar en claro la magnitud del “acomodamiento” que implica el acuerdo. Es por eso que resulta importante la honradez de la postura de Débora Giorgi, ministra de Industria de Cristina Kirchner en 2009, que ya en ese momento refiriéndose a los fabricantes de autopartes, en el sentido que “si no son competitivos en 2020, no merecen seguir vivos". O sea que el reacomodamiento no tiene alternativas, representando un “sí o sí”.

De cualquier manera, no puede pasarse por alto, que en ese reacomodamiento de las cosas debe ser el propio Estado, a todos sus niveles, el primero en hacerlo dando de esa manera el ejemplo, y la autoridad moral para impulsar lo que necesariamente tiene que ser un esfuerzo compartido.

Es que entre las tantas inconsistencias que es necesario enfrentar en forma principalísima, la actual presión tributaria que por su magnitud es realmente asfixiante, y representa una verdadera traba insoportable no solo al momento de emprender una actividad productiva, sino también para la subsistencia misma de las empresas existentes.

A ello se agrega la necesidad de llevar a cabo un plan de realizaciones en materia de infraestructuras –puertos, aeropuertos, ferrocarriles, caminos, para citar algunos rubros- que hagan posible revertir el verdadero estado de emergencia que se vive por la incuria muchas veces embebida de corrupción, que ha sido la constante en la que hemos vivido por décadas y que – es justo reconocerlo- la actual administración da muestras concretas de querer revertir.

A ello se agrega la necesidad de que dejemos de considerar como algo natural el engorro que significa acometer cualquier trámite burocrático, en el que se asiste a lo que aparece –sin serlo necesariamente- un empeño deliberado de complicar las cosas todo lo que se pueda, de manera de desanimar a los eventuales emprendedores hasta el grado de espantarlos, cosa que no estamos lamentablemente en condiciones de hacer los vecinos cualesquiera en nuestro cotidiano vía crucis.

A la vez, lo que no debería menos que provocarnos pena, es algo de lo que no somos del todo conscientes, cual es que teniendo en cuenta que al comportamos como lo hacemos –mas allá de lo que respecto a este acuerdo pueda a la postre decirse y cualquiera fueran sus frutos- es que damos la impresión de comportarnos como “gurises malcriados” por nuestra inclinación a rechazar toda muestra de autodisciplina, como si de verdad se pudiera vivir de esa manera.

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