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Una de las expresiones más frecuentes, cuando un profano en cuestiones de ingeniería quiere explicar algún desaguisado de los muchos que por otra parte se pueden constar, y que tienen que ver con los movimientos del agua, es precisamente ese, o sea que irremediablemente el agua busca su nivel. Eso es lo que sucede cuando, en un terreno empinado, quien edifica en la “cima” ve cortada la salida del agua de lluvia, porque se lo impide una obra construida por su vecino lindero de la otra “sima”, o sea la de abajo.

¿Qué es lo que ha pasado entonces? Colocándonos por un momento en el falso papel de un especialista en hidráulica, podríamos llegar a decir, sin pretensiones esta vez de dejar formulado un axioma; que cuando “no se le permite al agua encontrar el nivel que naturalmente busca hacia abajo, lo logra elevando la altura de su volumen”.

Para dar un ejemplo de esta obviedad que nos hermana de alguna manera con Pero Grullo, tenemos el caso de cualquier pileta de natación, desde las olímpicas, a las tan queridas Pelopincho, donde se da la situación que de una manera pretenciosa acabamos de describir.

Pero existe una variante más de desviación de esa ley, cual es que antes de decir “subir” en la forma que ha quedado expuesta -o sea desde el fondo de la pileta hasta su borde superior-, lo que se da es que el agua se salga del cauce que la encierra o que la guía, desplazándose para los costados, tal como sucede en las tan conocidas inundaciones, consecuencia de la creciente de nuestro río.

El problema se da en este caso cuando el agua que circula pierde, por habérselos amurallados o rellenados, lo que cabe considerar sus “reservorios naturales”, que son esos terrenos secos, o que a lo sumo constituyen humedales que reciben alguno de los tratamientos indicados, cuales son el endicamiento o su relleno.

Si concluyéramos aquí lo escrito se estaría pareciendo a una perorata y sería explicable que se nos aplicara el mote de “doctores del agua fría”, tan mentado en otros tiempos en los que no existía el “Fernet cola”. Pero en Colón y sus alrededores se han comenzado a dar situaciones de este tipo, a ninguna de las cuales se ha arribado, o se puede llegar a arribar, de una manera no deliberada.

Se sabe de un primer caso, con efectos dañinos mínimos, que se produjo en lo que podemos dar por nombre el de “cuenca San Martín”, a pesar de que en realidad se la ve nacer en la calle 12 de Abril, doblar por su encausamiento hasta San Martín por Balcarce, para luego cruzar Sarmiento en dirección al río. Y es precisamente allí donde se produjo una “obturación”, consecuencia de un chaparrón donde se veía caer el agua a baldazos, y que hizo apercibir que no se había en el lugar previsto la existencia de esa ley y sus variantes.

Situación que podrá volver a repetirse si se generaliza la idea de rellenar los terrenos que bordean el arroyo Artalaz, por lo menos desde el Barrio San Gabriel hacia la desembocadura. Ya está emergiendo una suerte de “pólder” en un terreno que casi bordea la margen sur de ese arroyo, medio escondido entre la arboleda del lugar, que es una invitación para otros avispados imitadores.

¿Conocerán, los funcionarios locales, lo que significa impacto ambiental y la necesidad de tenerlo en cuenta en el caso de llevarse a cabo cualquier obra?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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