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El francés Blanquer intenta un cambio profundo
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El francés Blanquer intenta un cambio profundo
La demolición de la escuela sarmientina

Por causas que no vienen al caso que enumere en esta oportunidad, resulta un hecho incontrovertible que hemos asistido a un proceso de demolición de la escuela sarmientina, que se encuentra en sus últimas etapas de consumación.

Por Rocinante

Por escuela sarmientina entiendo un complejo sistema que, iniciado por el genio de Domingo Faustino Sarmiento, permitió que en su momento nuestro país asistiera a uno de los proyecto de alfabetización generalizada y exitosa, que se desarrolló con una celeridad pasmosa, a partir de las últimas décadas del siglo XIX, del que existen poco ejemplos en el mundo. Sistema que llegó a construir su cúpula, con la sanción de la ley 1420 de educación cuyos tres pilares eran los de la educación común, gratuita y obligatoria.

Haciendo un aparte debe señalarse que Sarmiento fue el único de su generación que elaboró un proyecto educativo orgánico, en su libro Educación Popular calificado como la “primera obra de magnitud que se publicó sobre el tema en Sudamérica”.

Y que para él, educación popular equivalía a educar a todo el pueblo: la educación de todos los habitantes era tarea prioritaria para la construcción de la nación. De allí, que como la personalidad francesa de la que nos ocuparemos en seguida, entendía a la educación como el gran igualador de las condiciones del ser humano y volante de la maquinaria social.

Su escuela es la que a la vez brindaba un nivel de enseñanza, que permitía, (y lo menciono como detalle anecdótico) según dichos de personas que por su edad hoy ya no se encuentran entre nosotros, que un egresado de sexto grado de la primaria (el último en esa época), contara con una formación que en nada le iba en zaga y que por el contrario superaba, a la de los egresados del bachillerato que en ese momento cursaban sus nietos.

Un programa que se profundizó con la sanción durante la presidencia de Avellaneda de una encomiable, por su escueta simplicidad, ley universitaria cuyos resultados fueron profundizados por la llamada Reforma Universitaria de 1918, cuyo ideario traspuso nuestras fronteras para extenderse más allá de ellas, y que resultara en todos sus aspectos loables, ya que lo era por la prestigiosa solvencia de su cuerpo de profesores, como por la excelente preparación de los profesionales que salían de sus claustros.

La situación actual es evidentemente otra, la que podría ser entendida por un claroscuro, con tendencia a que predomine lo oscuro sobre lo claro.

Por ello es que, circunscribiéndome a los dos primeros niveles de la enseñanza, y atendiendo tan solo a los alumnos, nos encontramos con altos niveles de deserción escolar y de repetición, con disciplina, dentro y fuera del aula, de regular a pésima, falta de interés en el aprender y falencias en la incorporación personal de un vocabulario rico y de los principios e instrumentos básicos de las matemáticas.

Todo lo que desemboca en una pasmosa dificultad para interpretar lo que se lee, con la consiguiente mayor dificultad para explicar lo leído, circunstancia patentizada en encuestas, de cuya precisión al menos relativa nos cuesta convencernos. No está demás volver a aclarar, sobre todo para no herir susceptibilidades, que no cabe efectuar una aplicación generalizada de esos rasgos, a todos los infantes y adolescentes que dejan la escuela, pero de cualquier manera lo descripto hace, al menos, a la impresión que el estado de cosas indicado provoca.
Una seguidilla ininterrumpida de reformas educativas fallidas
En tanto, no se puede dejar de señalar que a ese estado de cosas, se ha arribado a pesar de que, cuando menos de medio siglo a esta fecha, se ha asistido a la aplicación de un número que no puedo precisar con exactitud, pero que de cualquier forma considero que no es pequeño de sucesivas reformas educativas, las que independientemente de sus intenciones y contenidos, desgraciadamente han resultado fallidas.

Ello lleva a un observador profano y por eso posiblemente no del todo idóneo en la materia a concluir, que no se pueden explicar lo referido recurriendo a un número pequeño de factores, como pueden ser la exigüidad presupuestaria en el ámbito que me ocupa, situación vinculada íntimamente a las notorias falencias en materia de infraestructura, o la inequidad de las remuneraciones docentes, y de los recursos necesarios para atender otras erogaciones.

Cabe estimar entonces que no se le da la real importancia que se debe, a lo que de una manera casi pedante se podría calificar como de factores extrasistémicos, en cuanto no tienen que ver solo con métodos de enseñanza o contenidos, sino de componentes que vienen a incidir de una forma indirecta en el éxito de la enseñanza, y el aprendizaje que es su consecuencia.
Las ideas del ministro Blanquer en Francia para sentar las bases de un progresivo plan educativo
Jean Michel Blanquer es ministro de la Educación Nacional del presidente Emmanuel Macron. Se trata de un tecnócrata especialista en América Latina, que dirigió hasta ocupar su actual cargo una prestigiosa escuela de negocios en su país.

No se puede decir que le ha tocado bailar con la más fea, ya que los problemas en una Francia complicada afloran dentro del ámbito de incumbencia de la mayoría sino de todos los ministerios pero, en su caso específico, aparte de tener que lidiar con las cuestiones que dan su denominación a su ministerio, cae sobre sus espaldas, utilizando la educación como instrumento para avanzar en la casi imposible meta de prestar una colaboración esencial, de lograr la integración plena de un sector de la población francesa que oscila entre un quinto y un tercio de ella, que está constituido por árabes nacidos fuera o dentro de esa nación, y que en su mayoría forman un cerrado grupo endogámico, por culpas propias que no pueden excluir las ajenas y que pueden a ser iguales o mayores que aquéllas.

Francia ha sido siempre una nación orgullosa de su escuela, a la que un ensayista actual la ha definido como fábrica de ciudadanos, motor de la meritocracia y pilar histórico de la identidad de la Francia republicana.

La novedad que significa el programa de Blanquer es intentar un cambio profundo en la escuela, no con una revolución sino con un trabajo paciente, al que cabe comparar con el de orfebrería.

Es así como dice que hay que volver a lo básico, algo que no sería otra cosa, y que realmente lo es, que aprender a leer, escribir y contar con soltura y acierto, a la vez que otra cosa importante cual es el aprender a respetar.

En una reciente entrevista hace referencia a una de sus primeras iniciativas. Ha hablado así de la decisión adoptada por la que ha desdoblado las clases de los primeros cursos de primaria en las zonas desfavorecidas, medida considerada clave para reducir las desigualdades.

Demuestra su preocupación con el aumento de la violencia en las escuelas, fijando su posición al respecto, a raíz de una fotografía en la que se ve a un alumno menor de edad amenazando con un arma falsa a la maestra. Esa imagen abrió un debate en la sociedad francesa acerca de la necesidad de poner agentes de policía en los centros educativos, frente al cual expresó que ante todo queremos crear un contacto entre los niños y la policía, que los niños se acostumbren a tener una visión positiva de lo que es un policía o un gendarme. Para en seguida agregar que mi filosofía consiste en abrir la posibilidad, pero sin generalizarlo como se ha dicho. En ningún caso se trata de militarizar la escuela o hacerla policial.

Mientras tanto sostiene que debemos ser vigilantes para que este mundo nuevo, caracterizado por internet y las nuevas tecnologías no nos dé soluciones engañosas. Agrega que cuanto más nos adentremos en este mundo en el que hay que saber programar, más interesante es conocer la historia griega y latina.

Advierte así que el aprendizaje del latín y el griego contribuyen al desarrollo de la lógica, facilitan el aprendizaje de otras lenguas y permiten establecer un vínculo entre diferentes conocimientos.

Cabe advertir que no se plantea, por ejemplo, hacer que estas lenguas sean obligatorias, pero sí incentivar su estudio con el fin de revertir el descenso progresivo de alumnos en los últimos veinte años.

Pero su medida estrella, según lo afirma cierta prensa ha sido la prohibición de los móviles en las escuelas primarias e intermedias, hasta los 15 años. "Un mensaje a la sociedad entera”, dice porque los padres deben gestionar el mismo problema en casa y, se trata de una adicción que, desgraciadamente, no solo atañe a los adolescentes.
Algo que quiero explicar
Demás está decir que debe quedar bien en claro que no es mi intención convertirme en propagandista de este ministro francés o de sus ideas, que me parecen impracticables entre nosotros.

Es que ponerse a pensar en promover el estudio del griego y de latín en nuestro país, que ya es una meta ambiciosa en Francia, donde en promedio el uno por ciento de la población maneja esas lenguas muertas, no es otra cosa que un verdadero delirio.

En un país como el nuestro, en el que existen personas que se presumen letradas, como es el caso de un número considerable de docentes y profesionales universitarios, a los que se los ve con dificultades para hacerse entender cuando esforzadamente redactan un texto que además está plagado de horrores de ortografía, propuestas de este tipo suenan a fantasía.

Ello no significa que no haya quedado encantado con la consigna ministerial cuya de meta es convertir los establecimientos escolares en fábricas de ciudadanos, motor de la meritocracia y pilar histórico de la identidad de una Argentina republicana.

Como también no pueda dejar de compartir su convicción de que hay que volver a lo básico, algo que no sería otra cosa, y que realmente lo es, que aprender a leer, escribir y, contar con soltura y acierto, a la vez que otra cosa importante cual es el aprender a respetar.

Haciendo más complicadas las cosas, aunque en realidad solo en apariencia, cabría decir que en realidad, si lo básico es el aprender a leer, escribir y contar (y por mi parte agregaría hablar), entiendo que lo es, en el sentido que precede a la educación y hasta es por eso el verdadero fundamento, y por tanto que si los cimientos se colocan sobre un tembladeral, lo que se ha llamado básico, corre peligro de no poder desarrollarse como corresponde.

Y lo fundamental es el aprender a respetar. De donde se hace presente aquí la necesidad de diferenciar entre educar e instruir. Ya que ello significa no solo que una persona instruida, sea necesariamente una persona educada, sino que es mucho más fácil y placentera la posibilidad de instruir a quien se lo ve, paralelamente, crecientemente bien educado.

¿Y en qué consiste el aprendizaje del respetar? En que se comprenda que se hace necesario reconocer al otro como igual y aprender la importancia de incorporar valores éticos y sociales, a los que se los internaliza, se los incorpora y se los siente comunes con lo demás. O sea que se trata de algo más que llegar a mostrar buenas maneras, siendo ello importante.

Algo que lleva a que debamos formularnos una pregunta: ¿es la nuestra una sociedad que se respeta a sí misma?
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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