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El valor que asignamos a la vida, la fraternidad y a la honradez

Asistimos a una época en la que esas abstracciones sustantivas a las que conocemos como “valores”, tanto individuales como colectivos, se están volviendo tan difusos como consecuencia de su creciente deterioro –no es extraño que haya quien pretenda explicar el actual estado de cosas como “un cambio de paradigma”- que no solo se vuelve problemático, sino que corre peligro de desaparecer. Con las consecuencias que ya estamos palpando cuando todavía ese proceso de descomposición no ha terminado, aunque más no fuere que en el ínterin, no haya acabado primero, con nosotros.

Acabamos de indicar que hablamos tanto de valores individuales como colectivos, y los dos se hacen presentes en el ámbito de la política. En una curiosa simbiosis, ya que si bien no puede hablarse de valores políticos colectivos –entendiendo por esto que son asumidos y por ende hecho suyos por una gran mayoría de la sociedad-; precisamente por esa razón la presencia de personas portadoras individuales de esos valores, que son de esa manera auténticas por haberlos incorporado a su personalidad, es indispensable para que los colectivos – a los que cabe designar como valores sociales-puedan hacerse presente.

Se trata de dejar dicho en forma complicada, lo que pudo alguna vez escucharse de los labios de los más viejos, e inclusive de los que no lo eran tanto, cual es que “la moral es una sola, y miente quien arguye en favor de la distinción de la moral privada y de la pública”.

No entraremos en la vieja cuestión de si existen o no jerarquías en materia de valores, aunque partimos del presupuesto que los mismos constituyen un “sistema” el que viene a quedar rengo con la intrusión de un disvalor.

De manera que permítasenos comenzar con la mención de uno de ellos que es quizás en un mundo secular el fundamento de todos los demás, y que en una época fue conocido y realzado con el nombre de “fraternidad”. Ya que la hermandad en su máxima expresión no es otra cosa que “la empatía con el otro”, lo que significa comenzar por entenderlo, aprender a colocarse en su posición, y luego el ponerse a disposición suya.

Concepto que presupone el buen trato – y es aquí donde aparecen las buenas maneras como una formalidad substantiva- y concluye con “el respeto hacia el otro” omnipresente.

Aquí es donde debemos decir que no es nuestra intención dar lecciones a nadie, ni tenemos autoridad para hacerlo, pero no podemos dejar de señalar el contraste en la actitud diferente en el trámite extendido de la trasmisión del mando que tuvieron al respecto del presidente saliente ambos componentes de la fórmula entrante. Aunque, a decir verdad, si se tiene en cuenta que a la puntualidad se la ha caracterizado como la forma del rey de ser cortés, no podía esperarse otra cosa de quien (entonces presidenta) en su momento se caracterizó por hacerse esperar en la toma de la fotografía de los jefes de estado, con las que se cierran las reuniones internacionales a ese nivel.

Cabe también hacer referencia a la honradez, como otro valor social esencial. El que se puede desmembrar en varios estratos, uno de los cuales es la lealtad, el que no es otra cosa que el vínculo con la fraternidad en ese entramado de valores. No en balde el primer Perón ponía a la patria por encima del movimiento y de los militantes. Y no hay que olvidar que la lealtad entra en lucha con la desconfianza, que es siempre factor de división y olvido de la fraternidad. Esa es una prueba que la comunidad toda espera de la dirigencia tanto del peronismo unido, como los agrupados en la oposición.

De allí que la honradez, en cuanto manifestación de confiabilidad, se traduce en la fidelidad. Algo de lo que no saben no los tránsfugas, que no siempre son transgresores de esa naturaleza, sino todos los que padecen el “síndrome de Borocotó junior”.

El lugar que se debe asignar a la propiedad es puesto en cuestión, sobre todo cuando se la relaciona con el vínculo entre una persona y una cosa, pero no lo es cuando se la asimila a seguridad existencial y protección al fruto del propio esfuerzo. Aunque resulta indiscutible cuando de la hace referencia a la propiedad pública, que indirectamente no es otra cosa que la propiedad de todos.

Es que nos encontramos aquí ante una confrontación entre ella y el despilfarro, que siempre es una muestra de desmesura, pero no necesariamente un delito, y las diversas formas de corrupción, en cuanto significa la apropiación directa o indirecta de los bienes públicos, o para decirlo con toda crudeza una forma de robar.

En relación a lo cual debemos señalar que, si el valor vida es el primordial, no se puede dejar de dimensionar en su justa medida a la propiedad –al menos como propiedad estatal- dado lo cual existen atentados cometidos contra ella que resultan inadmisible ignorar, porque hablan mal de los que así lo hacen.

Es por eso que es negativamente destacable el caso de un intendente entrerriano al cual una mayoría de sus vecinos le han dado esa “habilitación” de enriquecimiento ilegal y que siendo ésta la quinta vez que asume ese cargo, en esta oportunidad lo hace con un proceso abierto en el que se lo investiga por la comisión del delito de peculado y fraude a la Administración Pública por la presunta sobrefacturación en la obra de pavimentación de 20 cuadras de calle. Ello luego de haber sido condenado años atrás judicialmente por enriquecimiento ilícito en la función pública.

De lo que viene a resultar que cabe inferir que el umbral de defensa de los valores personales y sociales de nuestros comprovincianos de ese municipio es bajísimo. Algo que debería llevarnos a preguntarnos cuál es la altura del nuestro.

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