Después de dos años con la misma política monetaria, las metas del BCRA siguen pareciendo muy lejos de hacerse realidad

Hay muchas señales de mejoría en la economía argentina. Así lo sugieren los datos de producción industrial, la evolución de la industria de la construcción, las cifras de empleo y la recuperación del consumo de la mano del crédito bancario. Todo indica que el PBI crecerá este año alrededor de 3%.

El problema es que esta mejora viene ocurriendo de manera concomitante con la incómoda convivencia entre un alto déficit fiscal (que orillará los 7 puntos del PBI en 2017) y un creciente déficit de cuenta corriente cercano a 4% del PBI este año). No hay episodios prolongados en nuestra historia, ni en la historia de los países emergentes, en que esta convivencia de altos déficits gemelos haya podido ser sostenida durante un tiempo prolongado sin generar una corrección seria: devaluación, recesión, mayor conflictividad social, o todos estos males juntos.

Es cierto que Argentina parte de bajos niveles de endeudamiento y que el apetito por absorber las emisiones de bonos no muestra signos de aplacarse. La confianza de los ahorristas está en su cénit y permite sostener la gradualidad en el plan de ajuste fiscal. Pero, para que no se quiebre la confianza, el cumplimiento de las metas fiscales y monetarias no puede fallar.

En el terreno fiscal, reducir el déficit primario de 4,2% del PBI en 2017 a 3,2% en 2018 dependerá de la combinación entre la reforma impositiva, la reforma previsional y el crecimiento económico. Si las reformas sufrieran recortes, alcanzar la meta sólo sería posible con recortes en los gastos de capital que pusieran en jaque el crecimiento de la economía.

Pero el crecimiento también está puesto en jaque por la política monetaria. Con su ultra-ortodoxia, el Banco Central (BCRA) ha generado un influjo de capitales especulativos ansiosos por capturar las altas tasas de interés reales que ofrecen los instrumentos en pesos. Al hacerlo, suman su propia presión bajista sobre el tipo de cambio a la que ya ejerce el programa de deuda del Tesoro. El resultado es un tipo de cambio atrasado que ahoga al sector externo: entre enero y octubre de este año, el saldo de la balanza comercial fue negativo en más de US$ 6 mil millones y apunta a convertirse en el mayor saldo negativo de la historia argentina.

Si el tipo de cambio sigue atrasado, este lastre será demasiado grande para que la recuperación de la inversión y el consumo alcancen para repetir el 3% de crecimiento en 2018. Más allá de este efecto contable-macroeconómico, en la vida real el efecto es que muchas industrias, economías regionales y actividades agropecuarias han visto mermados sus ingresos de manera sustancial por el atraso cambiario.

Tener un BCRA independiente es un logro que no debe resignarse. Tener un BCRA demasiado dogmático es otra cosa. Después de dos años, no queda claro que las altas tasas de interés reales estén funcionando para combatir la inflación. De hecho, el relevamiento de expectativas de mercado mostró un aumento de la expectativa de inflación en los próximos doce meses, respecto del relevamiento anterior. El mercado espera una inflación de 16,6% en los próximos doce meses; el BCRA tiene un meta de 10%. Algo no está funcionando, por segundo año consecutivo.

Sólo el atraso cambiario provocado por las altas tasas de interés está funcionando para contener la inflación. Pero lo hace a costa de un deterioro del sector externo y de la competitividad de los sectores productivos.

El déficit fiscal fue heredado y el programa de cura gradual fue una decisión del Gobierno. Pero el déficit de cuenta corriente no sólo proviene de la recuperación económica, la normalización de la deuda y la mayor carga de intereses, sino también del atraso cambiario que ha hecho dar un giro de 180° a la balanza comercial y ha provocado un déficit de turismo que superará los US$ 10 mil millones este año.

Estos déficits gemelos son una fuente visible de vulnerabilidad del plan de gobierno. Por el momento, las bajas tasas de interés a nivel global y el buen clima que se ha generado para con Argentina no dejan ver que la vulnerabilidad se concrete en malas noticias. Pero la historia no nos favorece, y suponer (¿rezar?) que "esta vez será diferente" es una receta para el fracaso. Reducir el déficit fiscal a mayor velocidad es políticamente inviable. Salir del dogma y revisar la política monetaria no lo es.

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