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Troncoso, denunciado por un ex contratado
Troncoso, denunciado por un ex contratado
Troncoso, denunciado por un ex contratado
Ejemplos a la vista: una abogada que debe declinar su cargo y un legislador que retiene parte de la remuneración de sus asesores

Resulta indudable que la sociedad argentina da cuenta de una suma de calificativos descalificadores, todos ellos con un ingrediente denigrante. No se trata de hacer en este momento un repaso de los sucesivos y recurrentes adjetivos con que se nos califica, e incluso nos auto calificamos; caso este último consecuencia de la rabia e impotencia que nos provoca la forma en que nos vemos, en contraste con la manera que, en diversos grados de conciencia, comprendemos que podríamos llegar a ser, si nos lo propusiéramos. Ello dando un giro copernicano a nuestros usos y comportamientos.

Por Rocinante

La oleada de conductas escandalosas que desde hace tiempo ocupan las páginas de los diarios y que sirven como bocado de cardenal a los medios audiovisuales, ha tenido un punto de inflexión. El mismo la marcado la aparición de las fotocopias de los cuadernos “Gloria” de Centeno y la sentencia del juez Bonadío respecto del núcleo del gobierno de la pasada década, que sigue teniendo como vértice a la última ex presidenta y a un grupo de empresarios, por considerarlos incursos en el delito de asociación ilícita, hace que el interrogante que queda planteado al principio, no aparezca para nada ocioso.

Claro está que como en el caso de todas las generalizaciones, calificar a todos los integrantes de nuestra sociedad como portadores de esa categoría, resulta explicablemente agraviante para los argentinos honestos, trabajadores y sufridos, que estimo son la mayoría.

Aunque ello no quita que nuestra sociedad esté colmada de distintos grupos mafiosos de diferentes dimensiones, características y áreas de influencia, que le dan a la misma una coloración especial, la que se ve acentuada por la actitud de esa otra categoría de argentinos honestos, trabajadores y sufridos (habría que agregar que no solo son sufridos sino también sufrientes) que se contentan con ir diariamente de casa al trabajo. Ellos tratan de mantenerse al margen de lo que puede, cuando menos, entreverse como un comportamiento que muchas veces raya en una complicidad al menos culposa.
El concepto de mafia
A decir verdad ocuparse de esto último resulta en gran parte ocioso, en la medida que existe un número infinito de publicaciones sobre el tema, y de una manera generalizada la temática no resulta extraña a nadie que haya tenido oportunidad de ver la zaga de El padrino.

De cualquier manera, no resulta desacertado señalar que en la actualidad, con el término mafia se hace referencia al crimen organizado, denominación ésta que los puristas lingüísticos consideran impropia para referirse a organizaciones criminales no italianas, a pesar de que resulta patente la flexibilización de su uso más allá de los cuatro organismos de ese tipo más conocidos, cuales son: la Cosa Nostra (Sicilia), la Camorra (Campania), la 'Ndrangheta (Calabria) y la Sacra Corona Unita (Apulia).

Una estructura que a la vez viene a desnudar la existencia de una organización, como se ha indicado más arriba, indispensable para volver permanente su accionar, y que no se la conforma con el objeto de cometer un solo delito, sino una pluralidad variada de ellos.

De sus orígenes existe una coincidencia en asociar su formación a la situación que se vivía en Italia en los tiempos de su unificación. Aunque resulta de interés la consideración de un historiador quien estimaba que el Imperio romano tenía la estructura de una gran mafia, en la cual no existían restricciones para la ley del más fuerte y sólo el clientelismo permitía la supervivencia de los débiles, pobres o pequeños.

El fraude, la estafa, el robo y la violencia, incluyendo las violaciones, señalaba, no eran considerados delitos criminales (penales) sino privados (civiles) y, al no existir la policía, cada ciudadano debía tomarse la justicia por mano propia.

Los jueces se dedicaban únicamente a dirigir el proceso para que un jurado decidiera la inocencia o culpabilidad, pero la búsqueda del culpable así como la ejecución de la sentencia corría por cuenta de la víctima. No existía un poder público que pudiera poner un límite a una venganza personal. Todos estaban bajo la protección de otro jefe más fuerte.

De donde cabría llegar a la conclusión de que la existencia de mafias en una sociedad no es lo que la corrompe, sino que es la corrupción previa la que las genera y a la vez viene a ser potencializada por su existencia. Por lo tanto en sociedades anarquizadas, más allá de la cara que muestran, y donde los más débiles se sienten desvalidos de todo apoyo, son terreno fértil para la emergencia de las asociaciones mafiosas y sus prácticas clientelísticas, como es en el caso del ámbito privado el nucleamiento de narcotraficantes liderado por Pablo Escobar y en el ámbito público muchos gobiernos populistas cuyos integrantes se llenan los bolsillos, mientras contentan con migajas a los más pobres, a pesar de que dicen gobernar en su nombre y para ellos.
La ley del silencio u omertá
Resulta imprescindible para asegurar la pervivencia de las asociaciones mafiosas, que sus miembros respeten un código estructurado en torno a la ley del silencio o lo que en Sicilia se comenzó a denominar omertá.

Ésta, según uno de los autores que he consultado, implica la prohibición categórica de la cooperación con las autoridades estatales o el empleo de sus servicios, incluso cuando uno ha sido víctima de un crimen. De donde todo integrante de una asociación de ese tipo debe evitar interferir en el negocio de los demás y no debe informar a las autoridades de un delito bajo ninguna circunstancia, aunque, si está justificado, puede vengarse personalmente de un ataque físico contra sí mismo o contra su familia, mediante la venganza (vendetta). De allí que dentro de la cultura de la Mafia, romper la omertá puede castigarse con la muerte.

La sospecha de ser un soplón, un cascittuni (un informante), constituye la más negra marca contra la humanidad. Cada individuo agraviado tiene la obligación de velar por sus propios intereses ya sea por sí mismo, en tanto que vengador, o encontrar un patrón que se encargara de que el trabajo se hiciera.

La omertá es, según otro autor, una forma extrema de lealtad y solidaridad frente a la autoridad. Uno de sus principios absolutos manifiesta que es profundamente humillante y vergonzoso, incluso traicionar a su enemigo mortal ante las autoridades. El punto que mejor lo define se encuentra en un refrán popular siciliano Cu è Surdu, orbu e taci, mpaci Campa cent'anni' («El que es sordo, ciego y mudo vive cien años en paz»).

Es por eso que cuando la omertá se rompe aparece el fenómeno que en Sicilia se lo describe como de la pentito (italiano, quien se ha arrepentido), y que entre nosotros ha servido para que se designe en los medios de comunicación como arrepentidos, en forma impropia, a quienes no son precisamente eso, sino personas dispuestas a convertirse en soplones con el objeto de salvar, aunque sea una parte, de su deshilachado pellejo.
La nuestra es una sociedad corrupta en la que medran las mafias
Esa es la caracterización que debemos hacer de nuestra sociedad, si queremos que los árboles no nos dejen ver el bosque. Es que, resulta no solo importante, sino que es imprescindible acabar con la mayor parte posible (siempre habrá algún pez que podrá escaparse de la red) de los grupos mafiosos -comenzando por los enquistados en el gobierno- profundizando las investigaciones de todo tipo por parte de los fiscales, jueces y demás organismos con competencia para hacerlo, llegando inclusive hasta el hueso, pero ello no resulta suficiente.

Acabar con las mafias. Ello significa, tal como se ha comprometido la justicia federal, transformar la actual oleada de juicios e imputaciones contra comportamientos mafiosos, en solo una primera oleada, que debe ser seguida por otras que se despliegan hacia los costados y remuevan el fondo, sin dejar nada sin sacudir, ya que hemos alguna vez recogido la gráfica figura de que parecemos ser un cuerpo al que, se lo apriete donde se lo haga, de todas sus partes brota pus.

Es por eso que tanto a nivel nacional como provincial y municipal se debe llevar la investigación hasta las reparticiones administrativas sino también a los organismos descentralizados. No actuando con el furor de los conversos, ni con lo que en los Estados Unidos se conoció en su momento como macartismo, sino con una objetividad aupada en un tesón persistente y con la prudencia de los sensatos.

Pero sin olvidar que los comportamientos mafiosos no son otra cosa que una especie de un género que los incluye cual es el de los comportamientos corruptos. O sea que en la mafia se debe ver tan solo una forma de corrupción.
Aparentes corruptelas en las que la corrupción también se hace presente
No se debe minimizar la gravedad de las corruptelas. A las que tomamos poco más que como picardías, a pesar de que son prácticas corruptas. Aunque por ser de menor cuantía, no le damos importancia; sin advertir que abonan el terreno para otras más graves.

En estos días, sin ir más lejos, circulan informaciones que sirven de ejemplo. Una primera que da cuenta del nombramiento como secretaria en una cámara de la justicia federal de la flamante, tanto abogada como joven esposa, de un ex vicepresidente y actual senador nacional. Se asiste así a un triángulo de corrupción que incluye a la designada, su añoso flamante esposo y al miembro del poder judicial que efectuó al nombramiento.

Post scriptum: ya escrita esta nota se han producido dos novedades. Por una parte la declinación de la abogada, pareja del ex vicepresidente, empleando un giro que recuerda a un célebre voto no positivo de su actual compañero de la vida (un retroceso saludable, en cuanto muestra que comienzan a robustecerse las defensas anticorrupción). Por la otra, una explicación que no explica nada del actual Presidente de la Corte, que viene a decir el remanido yo no fui, con el que descarga toda su responsabilidad en el funcionario en el que delegó efectuar el nombramiento.

La otra es la denuncia efectuada por un ex asesor legislativo provincial quien, despechado por su cese, se ha presentado ante la justicia señalando que el legislador para quien trabajaba le retenía una parte de la remuneración que el cuerpo legislativo le pagaba mensualmente como asesor (el legislador reconoce que lo retenido eran siete de los veinticinco mil pesos que su asesor cobraba, con el objeto de destinarlo a la acción política).

Una vieja corruptela que habla peor del renunciado asesor que del legislador, en la medida en que ha violado un código. Lo que no impide ver en lo ocurrido una práctica corrupta, que se sabe no es ocasional.

Frente a la cual caben dos alternativas: o que el jefe del Ministerio Público provincial instruya al fiscal al que ha destinado para llevar a cabo la investigación de esa denuncia incluya a todos los legisladores de manera de esclarecer su situación, o que la Legislatura provincial lleve a cabo un improbable acto de sinceramiento.

O sea que, como dice el refrán, en todas partes se cuecen habas. Aunque hay que buscar ir reduciendo su stock, hasta agotarlo de ser ello posible.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa