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Ese es el nombre por el que se conocen los sucesos relacionados con un caso de violación acaecido en Pamplona (Navarra, España), en la madrugada del 7 de julio de 2016, durante las fiestas de San Fermín. Ocurrió que un grupo de cinco hombres violó a una joven de dieciocho años en un portal en el centro de la capital de Navarra.

La víctima denunció a los agresores por violación. Pero el caso se consideró en dos tribunales de Navarra —Audiencia Provincial y Tribunal Superior de Navarra— como un abuso sexual y no como una violación.

Desde ese momento se incrementó la anterior e importante cobertura mediática y en redes sociales que el suceso había motivado. Fue así como se produjeron movilizaciones en gran parte de la población española en desacuerdo con dichas sentencias. El caso fue finalmente revisado y sentenciado por el Tribunal Supremo que lo consideró según correspondía como una violación.

Como detalle anecdótico cabría señalar que los victimarios eran cuatro varones mayores, entre los que se encontraba un guardia civil (policía) y un militar. También –y aquí no se trata de un hecho anecdótico- cabría preguntarse si nos encontramos aquí ante un violación única y continuada, como surge de la nota de la que obtuvimos esa información o de varias violaciones sucesivas, en las que estuvieron involucrados todos los partícipes del referido hecho, circunstancia que, más allá del interés que podría despertar su análisis, nos haría desviar de nuestro propósito en esta ocasión.

El cual no es otro que hacer referencia a un hecho de parecidas características, y al que los medios de comunicación social han dado profusa y hasta exagerada difusión, ocurrido esta vez en una localidad del Gran Buenos Aires.

Se trata de “otra” violación, de la que fue víctima una chiquilina de catorce años por parte de otra “manada” en ocasión de una fiesta bailable, a cuya concurrencia se había invitado por las redes sociales, en un terreno baldío. Terreno que estaba ubicado a los fondos de la casa donde vivía su propietario, con frente a una calle paralela.

Y el que le había sido solicitado al mismo por unos “compañeritos” de su hija en préstamo, para su utilización. Precisamente con el objeto de efectuar esa reunión, que fue toda ella un desastre desde sus inicios mismos, por la tragedia, y aun después.

Es que se trataba de no otra cosa que un pequeño descampado, con luz escasa y carente de baños, con suelo de tierra no despojado totalmente de malezas. El mismo que visto a la luz del día, la mañana siguiente a lo sucedido, no mostraba ese aspecto lavado y hasta tristemente fantasmagórico de un boliche vacío, cuando está apagado ese juego de luces que lo transforma, sino que lo que registraba era otra cosa.

Una lastimosa exhibición de miseria condensada, traducido en un número grande pero impreciso de botellas y de latas que se dejaba ver bordeando e ingresando en el malezal existente en el lugar. Suponemos que la pregunta que la situación provoca está referida principalmente a cómo ninguna autoridad de cualquier tipo hizo nada para impedir que se llevara a cabo una reunión de esas características y en esas condiciones.

Pero, otra pregunta -también pertinente- sería qué es lo que hacía una chiquilina de catorce años, a la vista de todos, en un lugar como ese y a esa hora.

Nos privamos de hacérsela a sus padres, ya que estos seguramente tienen bastante con la dolorosa elaboración de la tragedia que indirectamente los involucra. En cambio, la pregunta que por nuestra parte propondríamos es cuántas chicas y chicos de esa edad había esa noche en el lugar y que tuvieron la suerte de no ser señalados azarosamente también ellos como posibles víctimas de esas violencias aberrantes.

Es que en realidad, el foco de la atención está en otra parte, en lo que hace a los hechos referidos, y es la irrupción en el relato de la palabra “manada”, con el objeto de designar a los integrantes del colectivo de victimarios.

Basta con leer todo lo que se dice, cuando se hace referencia a las manadas, para que surja y resulte explicable nuestra alarma, alarma que en realidad debiera ser la de todos.

Porque se señala que “la manada se compone de varios animales de la misma especie que están juntos o que se desplazan juntos. Normalmente, se refiere a animales en estado salvaje; a veces también se aplica a especies domesticadas, aunque es más apropiado hablar de piara para cerdos, jauría para perros, manada para lobos, vacada para vacas o rebaño para ovejas y cabras.” A lo que corresponde añadir que “es interesante estudiar el comportamiento de los animales dentro de la manada, así como su actitud como grupo en los que se puede ver comportamientos de decisión de conjunto, como en el caso de los ciervos o búfalos.”

Quiere ello decir que, cuando hacemos referencia a las manadas estamos haciendo referencia a “animales salvajes” y que es un nombre colectivo del que ni siquiera son merecedores se le aplique ni a los cerdos, ni a los perros ni a las vacas y ovejas, ya que para mencionarlos se les aplica otras denominaciones específicas.

De donde que se pueda llegar a aplicar ese nombre colectivo a un conjunto de personas, que en su vida cotidiana cabe suponer que se comportan como personas normales, significa que entre nosotros se hacen presentes señales claras de un nuevo retroceso en el proceso de involución, en el que parecemos estar inmersos, cuando hacemos abstracción de nuestros logros en el campo de la ciencia y la tecnología.

Ya que hasta el momento era frecuente en los casos en que se asistiese a actos de comportamientos humanos reprobables a una muestra de “barbarización” creciente, en cuanto todo llevaría a pensar que existen señales de nuestro ingreso –en un salto que no es solo hacia atrás, sino negativo en cuanto a su calidad- en un proceso de “animalización”-.

Algo que en realidad no debería extrañarnos, ya que como alguien dijo estamos perdiendo aceleradamente el sentido de lo que una fiesta significa, hasta el punto de confundir la fiesta con alcohol. Dicho esto benévolamente, porque expresarlo de esa manera significa que nos olvidamos de las drogas y su consumo.

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