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Los gobiernos argentinos han probado ser muy débiles para guiar al país por los caminos del desarrollo

En un país con una economía tan alborotada, dos semanas de tranquilidad en los mercados financieros generan una sensación de estabilidad. No queda claro si esa tranquilidad y esa sensación son fruto del adormecimiento que sucedió a la tormenta post-PASO, a la moderación reciente de Fernández o a alguna esperanza tardía que se hayan formados los seguidores de Macri.

A esta relativa calma ha contribuido sin duda el populismo con que el gobierno decidió transitar el camino entre las PASO y el 27 de octubre. La calma costó, por lo pronto, casi US$ 20 mil millones en reservas. Y tiene otros costos que sólo el tiempo podrá poner en números, pues no será gratis haber congelado el precio de las naftas (por lo pronto, Chevron ya inició un juicio contra el Estado), o las tarifas de gas y electricidad, o rebajar el IVA a los alimentos, o fomentar aumentos de salarios, bonos y jubilaciones para todos.

Es la tierra de la fantasía: como si todo estuviera bien pese a las zozobras que evidencian el default selectivo de las Letras del Tesoro, las restricciones cambiarias y el control de capitales, el gasto público no detiene su marcha. El gasto es la droga que ningún político puede abandonar, por más que sepan que, como se le escapó a un asesor de Fernández, es rica pero a la larga mata.

Desde 1945 la inflación anual compuesta ha sido superior a 60% y la tasa de crecimiento del PBI de apenas 2,4%

No quedan dudas acerca del fracaso histórico de las políticas públicas argentinas. Desde 1945 la inflación anual compuesta ha sido superior a 60% y la tasa de crecimiento del PBI de apenas 2,4%.

Hace rato que la adicción al gasto público nos tiene en este coma de estancamiento con alta inflación. Esa adicción se ha vuelto una política de estado para los gobiernos de todo tipo y color, que han llevado a la población a demandar cada vez más de su estado: más subsidios, más planes sociales, más servicios gratuitos. Con pretendida sensibilidad social, los distintos gobernantes nos han conducido a una orgía de gastos financiados con impuestos a los pocos sectores competitivos, con endeudamiento público que expulsa al sector privado del mercado de crédito y con emisión monetaria que siempre acaba en inflación.

No hay una sola de nuestras crisis que no haya comenzado con un descalabro fiscal. El gatillo lo podrá haber jalado una crisis global, la caída del precio de los commodities o lo que fuera. Pero nuestra eslabón débil fue el déficit.

La base de datos del Banco Mundial otorga cifras para llorar. El PBI argentino era 1,2 veces el de Brasil en 1962; ahora es apenas el 28% del brasileño. Con Chile no nos fue mejor: nuestro PBI, que era 4,5 veces mayor en 1962, es ahora apenas 1,7 veces mayor. La cuenta para el PBI per cápita es aún peor. No es un evento aislado, ni un gobierno determinado: el proceso de deterioro relativo fue continuo. Esa cantinela de que Argentina es un país rico funcionaba en otra época.

El PBI argentino era 1,2 veces el de Brasil en 1962; ahora es apenas el 28% del brasileño. Con Chile no nos fue mejor: nuestro PBI, que era 4,5 veces mayor en 1962, es ahora apenas 1,7 veces mayor

Camino del 27 de octubre, nos encontramos una vez más rascando el fondo de las reservas y huyendo de las medidas duras pero imprescindibles. Las promesas de campaña nos garantizan el camino más corto al cadalso.

Doscientos años de fracasos, al parecer, no despertaron a la gente ni a los políticos. Unos piden y otros prometen cada vez más estado y más subsidios y cada vez menos trabajo y menos esfuerzo. Es esta apología de la pobreza la que nos viene condenando a ser cada vez más insignificantes y cada vez menos normales.

Fernández, cuando dice que no quiere el default sino una restructuración “a la uruguaya”, piensa en recuperar el acceso al crédito para evitar el ajuste. Pero Uruguay no sólo no acarreaba un prontuario, sino que inició un proceso de austeridad que hizo confiable a su oferta de canje.

¿Tendrán Fernández o Macri las agallas para asumir un compromiso de esa magnitud? En sus discursos, “escuchando el clamor de las urnas”, nos prometen más de lo que nos trajo hasta aquí. Sobra populismo, pero falta mucho liderazgo.

Tal vez, lo que más haya sobrado durante los últimos 80 años hayan sido gobernantes timoratos o tan preocupados por sí mismos que se olvidaron de su deber de hacer lo debido. Los desafíos de la hora son grandes: habrá que apuntar a hacer las cosas muy bien para que salgan apenas bien. Si nadie se pone los pantalones, quedaremos todos al desnudo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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