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Ser presidente de un país debería ser una cuestión de mérito. No cualquiera debería poder llegar a serlo, sino que deberían ser necesarias una preparación excelente, una capacidad oratoria para comunicar los actos de gobierno y una trayectoria coherente para encolumnar a la Nación detrás de un proyecto.

No es así, no sólo en Argentina, sino en todo el mundo. Abundan los líderes aventureros, patanes o timoratos, que desplazaron a los líderes fuertes y con buenas estrategias para sus países. Se reproducen los cantamañanas, inseguros, incapaces de formular un plan de consenso, porque desconfían de todos los demás, simplemente porque no logran confiar siquiera en sus propios, escasos méritos.

En Argentina, la crisis de liderazgo ha devenido en una situación peculiar, risueña, pero a la vez preocupante. La renuncia a la presidencia de la Cámara de Diputados de Sergio Massa y su posterior asunción con pompas presidenciales en el Ministerio de Economía ha creado un triunvirato de poder que será difícil mantener estable por mucho tiempo.

Como si con uno solo no nos fuera lo suficientemente mal, ahora tenemos que convivir prácticamente con tres presidentes. Uno de ellos, el Presidente formalmente electo; los otros dos, funcionarios en virtual ejercicio de la presidencia.

Por un lado está la Vicepresidente en ejercicio de la Presidencia, que ha dejado claro, por omisión, que no piensa renunciar al cargo virtual que también ostenta. Más allá de una foto (muda), no se expidió formalmente ni a favor ni en contra de la designación de Massa, ni de las medidas que él anunció. Cabe suponer, sin embargo, que los cánticos eufóricos de los adeptos a Massa (¿cuántos son?), ansiosos por instaurar un orden renovador, le deben haber demandado una buena dosis de Hepatalgina. De que no está dispuesta a dimitir del ejercicio de la Presidencia dan fe la pared que encontró Massa para copar el Banco Central, unificar los ministerios de Obras Públicas y Transporte y tomar por asalto la Subsecretaría de Energía Eléctrica. Hay Vicepresidente en ejercicio de la Presidencia para rato.

Que el nuevo Ministro de Economía esté en ejercicio de la Presidencia no parece tan claro, aunque las circunstancias de la asunción lo simularan. Bastante trabajo debe haber demandado la cobertura mediática, los elogios de opinólogos y economistas, y el aura mesiánica con que llegó Massa al Palacio de Hacienda. Todos condimentos que valieron la pena para que su voluntad de compartir la Presidencia virtual fuera creíble. Las pompas con que organizó Massa su coronación quedaron algo desdibujadas en la conferencia de prensa posterior: está claro que se le confirió un poder para hacer, pero no para hacer cualquier cosa. Sus anuncios primeros podrían ser un plan para estabilizar la cosa donde hoy está, lo que no es poco. Pero no alcanza para que la cosa mejore con nitidez. El ejercicio virtual de la Presidencia desde el Ministerio de Economía es la carta salvadora de Massa para intentar llegar al puesto de manera formal en 2023. Pero su dilema radica en que tener una oportunidad real de acceder a la Presidencia quizás dependa de hacer más que lo anunciado. Este es, a la vez, un límite que no sabemos si la Vicepresidente está dispuesta a conceder. No sólo se trata de ideología, sino por política: ¿Es Massa un candidato que le resulta confiable?

Queda el Presidente formal, que parece cada día más alejado del ejercicio y que, tristemente, ha sido convertido en meme para gran parte de los argentinos. Pero su cargo, formal, le confiere un as de espadas que puede jugar en cualquier momento: su renuncia. Rumores de sus ganas de jugar tal carta abundaron antes del cambio de Ministro de Economía. De usarla, desmoronaría la construcción de los otros dos. A una la obligaría a asumir y hacerse cargo de una calamidad de la cual bastante responsable es y cuya corrección no parece capacitada para implementar. Al otro le haría caer su hermosa construcción mental: la de erigirse como salvador de la Argentina y así convertirse en un candidato natural a la Presidencia formal en 2023.

Al fin de cuentas, este tablero de los tres presidentes, el formal y los que están en ejercicio virtual de la Presidencia, no es estable. Se sostiene en la debilidad de los restantes, no en la fortaleza del conjunto. Cada uno parece necesitar que los restantes fracasen para mantenerse relevantes y para no sufrir penurias judiciales o el ostracismo en el futuro.

La jugada de Massa podría dotar a la Argentina, si no de un equilibrio, al menos de un control del deterioro. Es una jugada que puede funcionar durante un rato. Cuando empiece a cobrar fuerza la política, por la cercanía de las elecciones, ese equilibrio podría volverse inestable.
Fuente: El Entre Ríos

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