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La voracidad fiscal no para de crecer

Hacia fines de 2017, el gobierno pregonaba que la reforma impositiva enviada al Congreso tenía como objetivo reducir el peso de los impuestos en la economía.

Un año más tarde, crisis mediante, la recesión y el aumento de los derechos de exportación harán que, según cálculos del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), recogidos por el diario El Cronista, la presión tributaria trepe hasta 33,4% del PBI (Producto Bruto Interno) en 2019. No muy lejos del récord de 34,1% registrado en 2015, cuando Cambiemos aún no ejercía el gobierno.

La presión tributaria argentina es similar a la de Brasil, aunque muy superior a las de Chile (alrededor de 20%), Uruguay (27%) o México (17%). Se asemeja a la de los países de la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos).

La cuestión es que, a pesar de aquella reforma fiscal de 2017, la carga fiscal no ha decrecido ni en la Nación ni en las provincias. El tema de los impuestos contradice esa creencia generalizada de que en Argentina cada gobierno que llega al poder destruye lo que han hecho sus predecesores. En cuanto a subir los impuestos, todos los gobiernos han actuado en consonancia.

En cuanto a subir los impuestos, todos los gobiernos han actuado en consonancia

Con dolor, hemos aprendido que es inútil que un candidato prometa que al llegar al gobierno bajará los impuestos. Al final, aunque el anuncio venga acompañado de un pedido de disculpas, los impuestos subirán de una u otra manera. A veces de manera explícita; otras sin que nos demos cuenta, como cuando sube la inflación, el más regresivo de los impuestos.

Que haya impuestos parece natural en un Estado organizado. De no haberlos, no podrían proveerse bienes públicos esenciales, como seguridad social, salud, educación, seguridad y defensa. De la disímil relación entre el aumento de los impuestos y la calidad de esos servicios, mejor que no se hable.

También viene a cuento de los impuestos ese lugar común “robinhoodiano” que dice que son un medio de redistribución de la riqueza, pues a través de ellos parte de lo que tienen los sectores acomodados se transforma en beneficios para las personas de bajos ingresos. Falta en la historia argentina una prueba contundente de que esta “verdad irrefutable” sea cierta. Las subas de impuestos han ocurrido sin que cayeran los índices de pobreza. Quizás sea porque los pobres no pueden trasladar los impuestos a precios, como sí lo pueden hacer aquellos sobre los cuales la carga recae de manera directa. O tal vez resulte ser que los impuestos no son la mejor forma de redistribuir.

Sea por la razón que fuere, tasas, alícuotas, retenciones, derechos, cánones, peajes y otros sinónimos se han hecho camino hasta conformar ese 33,4% de carga en 2019. Los expertos estiman que una familia asalariada debe trabajar casi medio año para pagar los impuestos que sobre ella recaen.

La razón cae de maduro: el sistema primordial que sostienen los impuestos es el sistema político

De lo cual emana una pregunta inevitable: ¿por qué, ante tan pálidos resultados, ningún gobernante o dirigente opositor se opone a las subas de impuestos? La razón cae de maduro: el sistema primordial que sostienen los impuestos es el sistema político. En el clásico “Diccionario del Diablo” de Ambrose Bierce, la palabra “política” está definida como “conflicto de intereses disfrazados de lucha de principios; manejo de los intereses públicos en provecho privado”. Los impuestos, no pocas veces, son el medio para alcanzar tal fin.

Quienes gobiernan parecieran ostentar una jerarquía superior, que les autoriza a crear cargos ineficientes que se solventan con los impuestos pagados por los votantes. La excepción a la ineficiencia, por supuesto, es la Afip (Administración Federación de Ingresos Públicos); se entiende: recauda los impuestos.

Con la economía en recesión, es posible que la recaudación impositiva proyectada en el presupuesto 2019, y el cumplimiento de las metas acordadas con el Fondo Monetario Internacional (la actual excusa para subir los impuestos), se vea jaqueada. Lo cual nos lleva a una segunda pregunta: ¿habrá en 2019 otro aumento de impuestos? La salida podría ser, claro, que la inflación sea mayor al aumento del gasto público. Que no significa que no aumentarán los impuestos, sino que aumentará el impuesto que nadie llama así: la inflación. Por ese lado, debería buscarse el fracaso de los planes para reducir la pobreza.

La democracia surgió como una forma de protesta contra los privilegios de la realeza, sostenidos por su voracidad fiscal. La que ahora ha venido a ser reemplazada por la voracidad fiscal de las burocracias creadas por la democracia, sin que las condiciones de vida de las mayorías hayan mejorado de manera sustancial.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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