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El argumento que a alguien, con apariencia de trasnochado, le cabría utilizar para propugnar la institución del Día Universal del Consumismo, es claro y contundente. Es que si el Día del Amigo fue una feliz idea que un compatriota ha tenido y ahora cuenta con difusión mundial, a pesar de que vivimos en “un mundo con cara de pocos amigos”; ¿qué motivo valedero existiría para que nos opongamos a que el “consumismo” tenga también el suyo?

Y a este respecto, se hace necesario distinguir entre consumo y consumismo, términos que suenan parecido, pero que están referidos a conceptos diferentes.

Es que es consubstancial con el hombre ser a la vez “productor” y “consumidor”, por más que muchos son los que quisieran ser lo último, y esquivan ser lo primero. Dado que nos encontramos ante una circunferencia que se cierra sola: si no consumimos no podemos subsistir, y para poder consumir se hace necesario producir, todo ello según el profesor Pero Grullo.

El consumismo es en realidad otra cosa que, si bien tiene un vínculo de origen con el consumo, aparece cuando éste se exacerba volviéndose insaciable y hasta obsceno. Cualidad esta última, que se hace presente no solo en un mundo de recursos limitados como es en el que vivimos, sino que se potencializa ante la existencia de extensos sectores de la población mundial con necesidades básicas insatisfechas, como ahora se dice, como manera de disimular la dimensión existencial del problema.

Y es este tema del que se ocupa la prensa internacional para dar noticia de que el 11 de noviembre pasado se celebró en China el Día del Soltero. Las mismas fuentes señalan que la fecha fue elegida a causa de los cuatro unos de la misma -once días y el mes once-. Y que desde hace una década se ha transformado en una festividad comercial, gracias a la fértil imaginación de uno de los más poderosos comerciantes de esa nación/continente.

Es que el autor de la idea, según se afirma, se dio cuenta de la soledad y la tristeza en la que vive inmersa en la actualidad tanta gente en China; y como comerciante con imaginación, pero también con grandes anteojeras, llegó a la conclusión de que nada mejor para “aliviar” esos sensaciones -las de tristeza y soledad- que darle a los así lastimados, y de paso a todos, la posibilidad de adquirir en todos los comercios todo tipo de productos, a precios rebajados, casi al nivel de los de liquidación.

El éxito de la iniciativa -la que debe destacarse que no es original, ya que en los Estados Unidos existe el Black Friday, con similares características- fue de tal magnitud que esas fuentes señalan que en toda China se gastaron, en esas 24 horas, el equivalente al producto bruto interno de Estonia, un pequeño país báltico europeo.

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