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Es frecuente escuchar, en los tiempos que corren, la referencia a lo que se designa como la “nueva normalidad”. Con la cual se alude de una manera totalmente imprecisa y a la vez conjetural, a cómo será el mundo – el nuestro y el de todos los demás- una vez que hayamos dejado atrás a la pandemia y sus secuelas inmediatas.

Una manera, la misma, que no es del todo acertada para referirse a lo que vendrá, con toda su carga de espera de lo desconocido. Algo que, a decir verdad, de una manera preñada de incertidumbre estamos ya viviendo de una forma anticipada.

Y si la consideramos erróneamente calificada de esa manera, es porque hablar de una “nueva” normalidad, presupone que hasta el momento en que se desparramó el virus maléfico, nuestro mundo estaba no solo preñado, sino también desbordando “normalidad”.

Algo que debemos reconocer que no es así, salvo que transformemos en algo consistente, la afirmación que “la normalidad en la que vivíamos significaba no otra cosa que vivir de una forma creciente en un estado… de anormalidad”.

El mismo en el que seguimos viviendo, y el cual corre el peligro de convertirse en endémico, para no terminar de una manera irreversible, ingresando en el “reino del caos”.

Es por eso que se nos ocurre que, frente a lo que nos espera, debemos dejar de lado los ditirambos, que vienen a pintar tantas cosas que ocurren a nuestro alrededor, en medio de la tragedia, como si fueran una epopeya.

Como ha ocurrido, de modo de ilustrar esa afirmación, con un ejemplo, cual es la emocionada recepción en Ezeiza de un avión de nuestra línea de bandera, trayendo vacunas desde Moscú. La que, como es notorio, no solo contó con la presencia presidencial, ya que el mismo se había trasladado al lugar precisamente con ese propósito, sino también –según se afirma- con lágrimas de emoción entre sus acompañantes.

De allí que hayamos de referirnos a lo que vendrá - sin dejar de reconocer la importancia que significa el hecho de ingresar en un territorio desconocido - utilizando una expresión más humilde y de ese modo no solo menos falsamente pretenciosa, sino por lo mismo más escueta, cual es la referencia al “día después”.

Ello independientemente de que de esa manera estemos aludiendo no a un momento temporal de esa duración –las sobrentendidas “24 horas”-, sino eufemísticamente a “lo que vendrá”. A la vez que debemos reconocer que no nos consideramos originales al efectuar esa mención, ya que ese es precisamente el título de por lo menos dos producciones cinematográficas, en las cuales su trama gira en torno a un hecho sobrecogedor, como es el desencadenamiento de una conflagración nuclear.

Y dentro de lo que da la impresión de ser todo lo hasta aquí expresado –aunque sea más que eso- un juego de palabras cuando no un fuego de artificio, cabría añadirle una consideración a la cual, mal cabría interpretar sino como disparatada, al menos como un vacío “bla, bla, blla”…

Es que estamos convencidos de la circunstancia, no siempre lo suficientemente advertida, y menos todavía comprendida, que deberíamos comenzar a vivir – en realidad lo debieron haber hecho “ayer”- sin dejar de atender a esta catástrofe, como si “el día de mañana, hubiera comenzado anticipadamente hoy”.

Es que creemos que, por una vez siquiera, estaremos frente a lo que no serían otra cosa que inusuales e unánimes coincidencias, si afirmáramos que lo que el horizonte deja entrever es una situación similar a la que vivíamos antes de la pandemia, nada más que corregida y aumentada para… peor.

De allí el clamor para que desde ya nos preparemos para lo que vendrá, ya que ha resultado claro que aún en el caso de sociedades nacionales en que “esa anterior normalidad era más normal”, las consecuencias de este desastre se las ve quedándose, a pesar de la abrupta caída en los niveles de contagios, ya que se ve en ella a sus efectos tan solo morigerados, y únicamente de una manera excepcional ingresando en una etapa de franca recuperación.

Dicho de otra manera, la peor manera para aprestarnos a asumir la verdad de lo que vendrá, es cargar toda la culpa de nuestra situación futura a la pandemia. Tal como es común entre nosotros, amigos como somos de atribuir las propias culpas a los demás; y en el caso de los que nos gobiernan, colocando esa carga sobre las espaldas de quienes lo hicieron en la gestión anterior.

Una manera de evitar ingresar en ese tembladeral, que significaría el tratar de llegar a saber “cuándo y porqué empezaron nuestras desgracias”, con los resultados que están a la vista.

Consideraciones que estimamos oportunas, máxime a la luz de la manera que entre nosotros se ha venido manejando la actual emergencia. Algo que consideramos adecuado remarcar antes de proseguir, dejando en claro que no es nuestra intención el “echar más leña al fuego”.

Es que lo importante no solo es ubicar nuestra actual situación dentro de su contexto, sino de convertirla en experiencia de la que extraer conclusiones, respecto a la manera en que hemos “gestionado” la emergencia. Algo que, descripto de una manera necesariamente escueta, viene a mostramos que en esa manera de manejar la crisis “si por una parte se ganó tiempo, al aprovecharlo hasta en exceso de una manera ponderable, se lo perdió por otra”.

Ya que era sabido que la pandemia exigía que ganáramos tiempo – es decir aprovecháramos de la mejor manera posible - antes que el virus comenzara a circular a sus anchas entre nosotros.

Y ese tiempo se lo ganó, ya que más allá de la opinable discrepancia acerca de su extensión -con la cuarentena, a pesar de ser cumplida a medias, tanto por parte de los funcionarios como de la población-, se asistió a un importante refuerzo, y esto es solo una manera de decir, porque en algunos aspectos y en muchos lugares era inexistente, de nuestra estructura sanitaria.

Pero por otra se lo perdió. Y aquí dejemos de lado “el tema de las vacunas”, ya que el mismo al transformarse en una cuestión de política partidista, queda afuera de nuestro planteo. En cambio lo que sí importa es la referencia a otros yerros, que sí merecen una referencia específica, ya que se trata de situaciones en las que a las supuestas fallas de gestión, se unirían graves errores de información.

Falencias y errores que van más allá de la falta de previsión, para hacer de ello una sola mención, que llevó a la escasez de oxígeno de uso sanitario. Pero todo ello nos lleva a centrarnos en otro tópico de mayor gravedad.

Cuál es el que se tradujo en un mensaje a la población, por el cual se nos habría metido a la mayor parte de la población –y entre la cual nos incluimos- en la cabeza la circunstancia que resultaba, hasta cierto punto al menos, un esfuerzo estéril el aumento “en el número de camas” afectadas a los contagiados en estado crítico.

Ello así, ya que de nada hubiera valido contar con ellas, ante la carencia de médicos terapistas o anestesistas en número suficiente para efectuar los indispensables “entubamientos” de los enfermos en esas situaciones. Sobre todo teniendo en cuenta que la formación de un médico terapista significa años de preparación intensa.

Es que según fuentes consultadas, si bien todo incremento en el número de camas disponibles con ese objeto, trae consigo un aumento en horas de enfermería y médicos, así como insumos diversos, como son entre otros el oxígeno o sueros, debimos conformarnos, y darnos por satisfechos con las ya existentes y en condiciones de ser utilizadas, en función de que, el superar el límite de la actual sobrecarga de trabajo en los médicos de las terapias intensivas, generalmente sometidos a circunstancias de mucho stress, significaría una condición insuperable.

Es que frente a esa situación, podría haberse recurrido a la formación de equipos paramédicos a partir de enfermeros y kinesiólogos, capacitándolos en las técnicas complejas de asistencia respiratoria, como intubación y manejo de los respiradores, que trabajaran en conjunto con los residentes de las terapias y supervisados por los jefes de las mismas. Esto permitiría o hubiese permitido , abordar la cuestión con la premura que exigían las circunstancias, contar en poco meses con personal de apoyo para esas áreas críticas.

Algo que no habría ocurrido, si se atiende al discurso de que sobran camas y lo que falta es personal especializado para que ellas pudieran haber sido utilizadas con provecho.

Nos encontraríamos de esa manera ante una experiencia que sería útil tener en cuenta para tomar conciencia acerca de las exigencias en materia de creatividad e innovación -entre tantas otras- que nos requeriría el día después, y de la que tantas veces hemos demostrado, sino carecer, al menos no utilizar hasta el presente.

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