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Consensuar el núcleo mínimo existencial de los derechos fundamentales es una tarea prioritaria que tenemos como sociedad, de lo contrario es inevitable vivir de crisis en crisis y por sobre todo sumergidos en un grieta de odio y resentimiento.

¿Tenemos el derecho fundamental a un foco?, cuando hago esta pregunta no me refiero al foco como cosa, sino me refiero a contar al menos con la energía eléctrica necesaria para que un foco funcione.

Y pongo este ejemplo, porque me pregunto y vuelvo a preguntar, qué pasa sí mañana uno se queda sin trabajo, o preso de una enfermedad deja de contar con un ingreso mensual, consume los ahorros, y directamente pasa a ser uno más del porcentaje de pobreza que existe en nuestro país.

Porque pensar la pobreza desde la calidez de un hogar calefaccionado, con gas natural, sabiendo que no es un problema la cena, ni el pago de cuentas, y contando con tiempo incluso para pensar intelectualmente a la pobreza, es muy diferente que pensar la pobreza desde el frío y la humedad de una casilla, y con ese ruido que hacen las tripas del hambre, y esa mirada perdida, sumergida en la miseria de saber que posiblemente mañana puede ser un día aún peor, porque tal vez llueva, y las pocas cosas que uno posee perezcan entre el escurrir del agua.

¿Tengo un derecho fundamental, esencial y humano a la energía eléctrica?, ¿Debe el estado- ósea todos nosotros garantizar un mínimo de uso para todos y todas?, son preguntas que muchas veces queremos eludir, porque necesariamente nos remiten a otras preguntas: ¿Tengo derecho a ser atendido por un médico, en el caso de no poseer recursos?, ¿Puedo estudiar y recibirme en una escuela gratuita? ¿Es realmente gratuita la escuela, para quien no tiene siquiera dinero para pagarse un pasaje de colectivo, fotocopias, o los mínimos elementos escolares? ¿Tengo derecho a morir dignamente, a un entierro y en consecuencia a un ataúd?

La frase no tenía donde caerse muerto, parece una metáfora, una frase hecha, pero muchas personas perecer sin tener siquiera donde reposar sus restos.

Alguno me contestará desde la simple legalidad, recitándome los artículos de la Constitución de nuestra provincia, o la nacional y el catálogo de derechos que tenemos, y desde ya la cantidad de derechos que constan en todos los tratados internacionales de derechos humanos. Sí son un montón.

¿Sirve de algo el reconocimiento de tantos derechos fundamentales, sí como sociedad no tenemos el convencimiento de que debe ser así? ¿Armamos los presupuestos gubernamentales contemplando el piso mínimo de derechos esenciales? ¿Nos duele realmente que haya gente que se muera?

Obviamente que es políticamente correcto decir que nos importa, pero sí fuese así no se explica el nivel de desigualdad social, la cantidad de empleados en negro, o el abuso que existe desde la posición dominante de las empresas más importante del país.

Tampoco se explicarían medidas de exclusión social, como el comportamiento corrupto, porque tenemos un nivel de tolerancia de la corrupción atroz, olvidándonos que la corrupción mata, porque significa menos medicamentos, menos hospitales, menos rutas seguras, menos inversión en seguridad, educación, justicia, etc.

Por eso creo fundamental que como sociedad logremos determinar el piso mínimo, sabiendo que se administra en la escasez, que no alcanza para que todos vivan como reyes- sí aunque parezca mentira aún en el 2018 hay reyes en el mundo por más que no lo logro entender- y que hay que determinar prioridades.

Pero sí no fijamos un piso mínimo, la grieta seguirá latente, creciendo, desde e rencor, el odio, y la indiferencia. Porque todos tenemos derecho a un mínimo, aunque sea a un foco, aunque sea algo, sino nuestra humanidad comienza a desaparecer, poco a poco en estos tiempos líquidos en términos de Bauman.
Fuente: El Entre Ríos.

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