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Es doloroso el informe del Observatorio de Argentinos por la Educación, que da cuenta de que sólo 53% de los chicos que entran a la escuela termina el secundario de manera regular, y que sólo 16% lo hace de manera regular y con saberes sólidos. Del restante 47%, la mitad termina con mayor edad (ha repetido algún año) o abandona.

El informe espera que las cifras empeoren en los años venideros. El impacto de la forzosa virtualidad escolar sobre el ausentismo y el aprendizaje es hasta el momento un temor anecdótico que no tiene sustento numérico. Pero no se puede ser muy optimista respecto de esos números, a pesar de que testimonios directos de algunos directivos escolares dan cuenta de llamados de los ministerios para “aprobar a todos”. Parece ser que salir bien en la estadística cuenta más que impartir una buena formación para los políticos. La educación no está exenta de la tergiversación de valores que afecta a tantos ámbitos de nuestra vida diaria.

En 2006, cuando se sancionó la Ley de Educación Nacional, se estableció un piso de 6% del PBI como inversión anual de la Nación y las provincias en educación. Aunque, como ocurre con tantas otras leyes, la regla sólo se cumplió en 2015, Argentina ha venido gastando de manera consistente poco más de 5% del PBI en Educación durante la última década. En términos del PBI, Argentina gasta en educación tanto como varios países de la OCDE.

Los resultados, sin embargo, no son proporcionales al tamaño del gasto. Un informe de diciembre de 2021, elaborado por el Centro de Estudios de la Educación Argentina de la Universidad de Belgrano, dirigido por el exministro Alieto Guadagni, da cuenta cabal del deterioro de la educación argentina a lo largo de los años. Según este informe, el máximo nivel educativo alcanzado por la población de entre 25 y 64 años de edad, para el promedio de la OCDE, fue de 57% en nivel secundario y para 40% nivel terciario, en 2020. Para Argentina, las cifras fueron 36% y 35%. Inferiores, pero no dramáticas.

Cuando la comparación se hace para el rango de edad de 25 a 34 años, 32% completaron estudios secundarios y 40% terciarios en Argentina. Es decir, entre los más jóvenes se mantiene el porcentaje de alumnos con estudios terciarios completos, pero cae 4 puntos el porcentaje que completa el secundario. ¿Será que los rezagados están cada vez más rezagados? Si la educación es la mejor herramienta de igualación social, estamos desperdiciando tiempo y dinero.

Como corolario, las pruebas Pisa, Aprender y otras son concluyentes respecto de la calidad de los conocimientos con que los chicos concluyen su escolaridad. Nos hemos caído por el tobogán, y el informe del Observatorio Argentinos por la Educación lo ratifica en ese magro y lapidario 16% que concluye el secundario con dominio de la lengua escrita, comprensión adecuada de textos y pensamiento matemático. Si estos resultados no fueron planificados por una mente maléfica, son fruto de una brutal incapacidad de los estados, nacional y provinciales, para prestar este servicio esencial.

Lo cual nos lleva a una conclusión: no son recursos lo que faltan, sino usarlos bien. En las 24 jurisdicciones, aproximadamente el 80% del presupuesto va a salario de gestión estatal y 13% a salario de gestión privada. No queda dinero para formación docente, infraestructura o materiales pedagógicos, entre otras necesidades.

Que los chicos aprendan parece depender más de la insistencia de sus padres y de la vocación del docente que les toca en suerte que de los planes de estudio o la planificación de los respectivos ministerios de educación. No son los Roberto Baradel de la Argentina quienes van a mejorar la educación de nuestros hijos.

Repetimos como loros que Argentina tiene un enorme capital humano. Al ritmo que vamos, no está claro que tengamos más capital humano que otros países latinoamericanos. Estamos más cerca de ser una fuente de trabajo barato de baja calificación, que una usina de cerebros.

Revertir las cifras demandaría, al menos, un ciclo escolar completo. No parece muy complejo lograr enseñar, al cabo de 12 años, a los chicos a leer y comprender, a poder escribir ordenando sus ideas, y a tener un pensamiento lógico esencial. No sólo no lo estamos logrando, sino que cada año estamos más lejos de lograrlo. Como decíamos: si no es planificado, parece serlo.
Fuente: El Entre Ríos

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