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La tensión de la Legislatura no baja a pesar de las gélidas temperaturas de los últimos días. El decepcionante fin del mundial y unas vacaciones invernales atravesadas por un sin fin de temas, no alcanzaron para atemperar los ánimos de los que esperan algún guiño para 2019.

La discusión de la reforma política en la Legislatura no es en absoluto filosófica. Es en todo caso una luminaria de intereses que, según el día, se prende o no con más intensidad.

El tema, per se, no está en el interés inmediato de los vecinos ni forma parte de las conversaciones de amigos en asados y rondas de mates. Es, contrariamente, un tema de nicho atravesado por los tiempos de la política, pero sobre todo, por los intereses de supervivencia de un buen grupo de ellos y más de los que en los últimos treinta años han sobrevivido holgadamente prendidos de la generosa teta del Estado.

Al margen de ese detalle, que es una suerte de brújula acerca de por dónde pasa la cosa, el pequeño círculo rojo que define la cuestión política está por esos días bocado a la suerte de esa reforma que en su génesis tuvo motivaciones muy distintas a las que la sustentan ahora, claro está, siempre en el orden local.

Paradójicamente, cada uno de los actores involucrados en este tema, tiene posiciones diversas. Cambiemos, por ejemplo, abona la posibilidad de una reforma y propone aportes que aspiran a alcanzar una ley a largo plazo, de fondo, saldando viejas discusiones por lo que no tiene apuro en una sanción a medias tintas.

Al margen de lo aspiracional, cierto es también que esta fuerza política es minoría en el recinto pero que, a la hora de las incertidumbres y de un notable boicot del urribarrismo a Bordet para sancionar la ley que le habilitaría el desdoblamiento, esos votos, los de Cambiemos, se tornan imprescindibles.

El gobernador Bordet, con su característica mesura y aplomo, se ha mostrado, a través de su prensa oficial, como protagonista de su propio operativo clamor. Reunió en esa dirección a intendentes, vecinalistas, diputados pendulares y ex adversarios. Sólo falta garantizar el voto del urribarrismo al que, según uno de sus más encumbrados legisladores, le alcanzarían “unos cuantos caramelitos” para levantar la mano aunque no se precisó cuánto cuestan los dulces que necesita y si se pagan de una vez o en varias cuotas más los intereses, obvio.

El desdoblamiento que analizan los gobernadores dialoguistas es un mecanismo de supervivencia frente a los resultados de las últimas elecciones en las que Cambiemos se impuso con comodidad en el orden nacional.

Sin embargo, esa posibilidad, en el caso de Entre Ríos, está supeditada paradójicamente al urribarrismo que en la Cámara de Diputados, domina el terreno aunque en la calle, el sector que lidera el ex gobernador está limado por las varias denuncias judiciales en su contra vinculadas, la mayoría de ellas, a desprolijidades en el manejo de los recursos del Estado que no son otra cosa que los dineros que aportan los entrerrianos.

Una de las preguntas de fondo es hasta dónde está dispuesta esta fracción del kirchnerismo local de remilgarse ante una reforma y, por un lado, resignar el acceso al poder y por otra, tirar más de lo que se puede de la cuerda, porque en definitiva, ninguno de los que hoy puja por un canje le trajo un buen resultado a Bordet en las últimas elecciones.

Saben además estos laderos, que si Bordet no gana hoy tendrá otra chance el año que viene y en ese momento no habrá margen para los escarceos, pero quizás sí para los reproches del mandatario.

Así como en cada elección y en el Congreso cada voto cuenta (téngase en cuenta, como ejemplo reciente, el debate sobre el aborto en Diputados y el que se dará durante la primera semana de agosto en el Senado), en las cámaras locales la cuestión también es bastante pareja.

Hay que ver sobre la marcha cuán funcionales pueden ser algunos a los intereses de otros y cuánto terminan costando los tibios, que a la hora de los empates, siempre cuestan doble.
Fuente: El Entre Ríos

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