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El Embajador no tiene quien le escriba

Exiliado en Israel. Lo “guardaron” para mantenerlo lejos de la justicia. Le dieron dotes de Embajador para que siga disfrutando del lujo al que estaba acostumbrado. Su ejército de abogados no descansa en la estrategia de encontrar excusas procesales que demoren su juzgamiento en las causas de corrupción que lo tienen como principal acusado. Y aún así, el Embajador Sergio Urribarri intenta mostrarse como un hombre clave en los destinos de la Provincia y la Nación.

Esta semana, Urribarri se valió de un ejemplar lleno de anécdotas que intentan convertir a Néstor Kirchner en un ser inmaculado, a la altura de San Martín, para volver al ruedo.
El premio del exilio
El exilio es doloroso. Muchos han tenido que abandonar su patria obligados por las circunstancias o las persecuciones políticas. Los más de 3 millones de exiliados de Venezuela son parte de esas postales de aquellos que se ven forzados a abandonar su tierra para sobrevivir o buscar horizontes donde puedan vivir en paz. La decisión de la Cancillería Argentina de condenar la violación a los derechos humanos por parte del Gobierno venezolano no hacen más que confirmar lo doloroso que puede resultar este éxodo.

Pero en política, las cosas funcionan distinto: las Embajadas son destinos que mezclan una suerte de premio y castigo para aquellos que, debiendo dar explicaciones a la justicia por causas de corrupción o asuntos graves, terminan “guardados” un tiempo hasta que baje la espuma. Este es el caso típico de Sergio Urribarri que desde que terminó su mandato como Presidente de la Cámara de Diputados de Entre Ríos en diciembre de 2019, buscaba refugio político para escapar del brazo de la justicia.
Asomar la cabeza
Aislado, lejos del ruido de la política doméstica, Urribarri transita días de melancolía como los que atraviesa todo argentino que se aleja de su tierra, de sus andanzas, de sus amistades. Por momentos olvidado por la política entrerriana, en estas horas transita los días de ocio (muy bien remunerados) entre banquetes oficiales, un ejército de sirvientes con que cuenta toda Embajada, y una enorme cantidad de tiempo libre con la que no sabe qué hacer.

Esta semana, un libro de un autor ignoto, Jorge “Topo” Devoto, le dio argumentos para que Urribarri se asomara a la superficie de la política argentina. En su cuenta de Twitter, Urribarri publicó esta semana: “Fue muy emocionante y motivador escribir sobre Néstor. Cumplimos con el amigo y compañero Topo Devoto, que realizó un trabajo maravilloso. Nos hace sentirlo a Néstor más presente que nunca en este tiempo tan difícil. El mejor de los nuestros, el hombre que cambió todo”.
“Busti me pateaba en contra”
Como era de esperar, aún en un aparente homenaje a Néstor Kirchner, Sergio Urribarri no puede hacer otra cosa que hablar de sí mismo. En las páginas de este libro que se publica a 10 años de la muerte del ex presidente, el Embajador argentino en Tel Aviv usa las páginas que le cedieron para un autorretrato casi heroico: “Yo era un gobernador políticamente débil. Mi predecesor (Jorge Busti) jugaba en contra, el arco político me defenestraba y sólo me bancaban un diputado nuestro (José Cáceres) y algunos intendentes. Mi familia estaba espantada el día del padre del 2008, con un piquete agresivo: literalmente a los cascotazos contra el frente de mi casa. Pero les dije: Yo muero en esta. Y como siempre, me bancaron”. Un héroe, sin dudas.

Pero en el pasaje que le dedica al homenajeado, Urribarri recuerda un vuelo a Río Gallegos que compartió con Néstor Kirchner en el que le remarcó la necesidad de “cuidar a Cristina. A ella le va a tocar lidiar con la más brava”, repasa Urribarri en el libro. “Esa fue la última vez que lo ví –señala– Apenas veinte días después ya no estaba entre nosotros”.
Las cartas del Embajador
Pero el Embajador ya no tiene quien le escriba. Ya no fija los títulos de la tapa de los diarios de Entre Ríos como lo hacía desde su despacho con la complicidad de Pedro Báez. Ya no monta gigantografías con su imagen, con el doble propósito de posicionarse como una figura importante de la política y, de paso, darle una manito grande con fondos públicos a su cuñado y compañero de negocios Juan Pablo Aguilera.

Urribarri es, como tantos otros, un ejemplo más de la impunidad que opera en la Argentina, con una justicia cómplice a veces, cobarde otras, que se deja avasallar por el poder político de turno.

En sus días de calma, paseos y añoranzas, Sergio Urribarri aguarda paciente el paso de los años, a sabiendas que más del 80% de las causas de corrupción prescriben por el paso de tiempo en Argentina. Y mientras tanto, escribe cartas de amor en Tel Aviv rememorando tiempos mejores que no van a volver. Aquí lo esperan las causas de La Vaca, la causa que lo investiga por enriquecimiento ilícito, la causa de Cardona Herreros, el pueblo de Concepción del Uruguay que por estos días agradece no haber cedido a la entrega de la Terminal de Ómnibus a manos de los negocios del juego que impulsaba Urribarri, y una lista corta pero atenta de ciudadanos y periodismo que supieron soportar sus embates.
Fuente: El Entre Ríos

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