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Los mayores motivos de celebración en este comienzo de año provienen, sin dudas, del mercado financiero. Los bonos en dólares y las acciones marcan suba tras suba, y acumulan aumentos de 15% en las dos primeras semanas de 2023. Un clima de euforia que parece haber envalentonado a los dirigentes oficialistas a volver a testear las aguas de sus candidaturas, todavía con sutileza y sin ser tan explícitos.

En paralelo, la economía da señales menos auspiciosas. Aunque en una aparente nueva estética oficialista, teñida de mayor optimismo, se celebre la inflación de 5,1% de diciembre, y la de 94,8% en el año 2022, lo cierto es que la cifra anual es la mayor en 12 meses desde el año 1991.

Además, la sequía no da tregua y la Bolsa de Comercio de Rosario ajustó su predicción para la actual cosecha de soja hasta una merma de 13% respecto de la cosecha de 2022. Si el pronóstico fuera acertado, la oferta de dólares del sector podría ser casi US$5500 millones inferior a la del año pasado.

Estos factores juegan, de diferentes maneras, en las expectativas de crecimiento que los economistas tienen para este 2023: según la encuesta mensual del Banco Central, el PBI apenas aumentará 0,5% este año, lo que en la práctica significa que el nivel de actividad se mantendrá estancado en el valor del último trimestre de 2022.

¿Qué es entonces, lo que celebran los mercados de bonos y acciones? Si la oferta de dólares se contrae producto de la sequía, el Banco Central tendrá una tarea durísima para acumular las reservas que garanticen la capacidad de pago de los bonos en dólares. Si la economía no crece, cuesta imaginar que crezcan mucho las ganancias de las empresas cotizantes. Y si la inflación se mantiene en los niveles actuales, muchas empresas con precios congelados o controlados podrían verse en aprietos para defender su capacidad de generar ingresos positivos.

En estas primeras dos semanas del año, el contexto internacional ha sido de vital importancia para explicar el desempeño de los activos argentinos. Los mercados emergentes han sido la estrella de los mercados internacionales. El relajamiento de las políticas de prevención del Covid en China ha dado lugar a un repunte del nivel de actividad en ese país. Se espera que tal repunte impacte el precio de las materias primas, en beneficio de los países que las exportan. Además, las cifras recientes de inflación en los EE.UU. han aumentado las expectativas de que el ciclo de suba de tasas de la Reserva Federal de ese país esté próximo a su fin. Esto ha puesto un piso a la caída de los bonos globales que, en conjunto con los aires positivos que soplan para los mercados emergentes, ha reducido los premios que los bonos de los países que integran ese grupo pagan por sobre los del Tesoro estadounidense.

Con todo, la recuperación de los activos argentinos ya había comenzado cuando estos factores positivos aún no estaban sobre la mesa. Está claro que hay factores propios de nuestro país que explican el movimiento: las expectativas de cambio en la política económica a partir de diciembre corren a la cabeza de estos factores.

Vistos los precios de remate con los que hace unos pocos meses operaban los activos argentinos, no se trata de que el cambio realmente ocurra, sino de que el mercado crea que puede ocurrir. Al fin de cuentas, el precio de los activos financieros es el reflejo del valor que los inversores dan a un flujo esperado de caja. Cuando la tasa de descuento es tan alta como era (y sigue siendo) para los activos argentinos, el mero paso de los días aumenta el valor presente del flujo esperado.

Podemos creer, como se atribuye el oficialismo, que la euforia en el mercado responde a la estabilización de la economía que consiguió el ministro Massa. Una estabilización precaria, cabe decir, pero estable, al fin. Pero también podemos creer que obedece al mero paso del tiempo. A veces, la explicación para problemas complejos suele ser más simple de lo que parece. Quizás, la suba de los activos financieros argentinos sea apenas el producto de que el futuro está más cerca.

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