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Las condiciones para que se produzca un cambio de gobierno en Venezuela parecen más propicias que nunca. Todos los intentos anteriores de derrocar a Maduro fracasaron, porque la oposición estaba dividida y porque el régimen siempre contó, y hasta ahora cuenta, con el respaldo de las fuerzas armadas.

El 10 de enero, Maduro juró por segunda vez como presidente de Venezuela. Había sido reelecto en mayo de 2018, en comicios que contaron apenas con la observación de algunos aliados del gobierno venezolano. Los resultados de esas elecciones no fueron reconocidos ni por la oposición, ni por varios estados y organismos internacionales.

Sobre esta base, el 23 de enero juró Juan Guaidó como presidente interino. La Constitución venezolana dice que si el cargo de presidente está vacante (como reclama la oposición, argumentando que las elecciones fueron fraudulentas), el presidente de la Asamblea Nacional asume el cargo de manera interina.

A la fecha, cuesta ver en la asunción de Guaidó algo más que un acto simbólico.

A la fecha, cuesta ver en la asunción de Guaidó algo más que un acto simbólico. No es evidente que Maduro no sobrevivirá también a este tembladeral. Las fuerzas armadas lo apoyan, a pesar de la invitación de Guaidó a que lo abandonen, con la promesa de una amplia amnistía. Es que los generales no apoyan a Maduro por ser el sucesor de Chávez, sino porque con el régimen cada uno tiene su negocio. Petróleo, minería, mercado negro de alimentos y medicamentos, y hasta la cada vez más concreta suposición de negocios de narcotráfico están en sus manos. De esas mafias no se sale.

Guaidó juró con el apoyo de los EE.UU., la Unión Europea y gran parte de América Latina (incluida Argentina), aunque cosechó el rechazo de China, Rusia, Irán, Corea del Norte, México y Uruguay.

Hace un tiempo, el petróleo podría haber convertido a Venezuela en un campo de batalla. Hoy, los alineamientos pasan por otro lado. EE.UU. no quiere repetir errores de los ’70 o el descalabro de Iraq, y los principales analistas geopolíticos consideran que ni China ni Rusia tienen la capacidad para desplegar tropas en Venezuela.

El petróleo venezolano es hoy en día insignificante, no sólo por la propia caída de producción sino, sobre todo, por el aumento de la producción en el resto del mundo, y en especial en los EE.UU. Ni a los EE.UU. ni a China ni a Rusia les importa demasiado Venezuela, pero sientan posiciones que importen un costo geopolítico para los demás.

Venezuela tampoco es un gran problema económico ni geopolítico para Argentina. Pero el Gobierno apoyó con firmeza a Guaidó, y con ello provocó reacciones diversas en el espectro político local. Al hermetismo de Cristina Kirchner, que en 2017 había declarado que “en Venezuela no hay Estado de Derecho”, se le superpuso un comunicado de la bancada kirchnerista denunciando un intento de golpe de estado promovido por los EE.UU. En la vereda opuesta, en el peronismo federal Massa, Urtubey y Pichetto se alinearon con el gobierno en la caracterización del gobierno de Maduro como una “dictadura”. Aunque Venezuela no sea un punto de gran interés para los políticos, les sirve como excusa para acomodarse dónde mejor se vean.

Por el bien del pueblo venezolano, cabe desear que el tembladeral que armó Guaidó se convierta en caída.

Pero no por estas nimiedades de la política hay que olvidar que alguna vez pareció que seríamos una segunda Venezuela. En febrero de 2012 la expresidenta soltaba su famoso “vamos por todo”. Y fue por los medios de prensa opositores, por el Consejo de la Magistratura, por la elección popular de jueces, y pretendía ir por la reforma constitucional que le avalara un tercer período en la Casa Rosada.

Ir por todo no nos hubiera llevado a nada. Ser una segunda Venezuela no hubiera sido una buena idea. Desde 2013, el PBI venezola no cayó a la mitad. Sólo el año pasado, la inflación fue de más de 1 millón por ciento. Las exportaciones de petróleo, 93% del total, cayeron casi 70% desde 2012. Con todo, es en la emigración donde mejor se refleja el descalabro: 3 millones de venezolanos, el 10% de la población, se fue del país. Algunos por causa de persecución, pero la mayoría por la ausencia de futuro.

El régimen de Maduro no es legítimo y no puede ser defendido. Sobrevive a costa del terror y el hambre, sostenido por generales corruptos. Por el bien del pueblo venezolano, cabe desear que el tembladeral que armó Guaidó se convierta en caída. Y que la verdadera democracia vuelva a Venezuela.
Fuente: El Entre Ríos

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