Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
“Haremos lo que siempre hicimos, que es cumplir y honrar las deudas que se han tomado. Pero no nos pidan que lo hagamos a costa de más deterioro de nuestra gente”. Alberto Fernández, en el Congreso de los Diputados de España.

En igual sentido se expresó en Posadas la expresidente y actual candidata a la vicepresidencia, Cristina Fernández, que confirmó que van a pagar la deuda, "pero no a costa del pueblo".

Cuando hace apenas dos años el país lograba emitir un título a 100 años de plazo, el chascarrillo de la hora rezaba que si se cumplía la historia, dicho título sería defaulteado unas ocho veces. Lo que entonces era una humorada, ahora parecería ser, tristemente, el desenlace de la historia. No hubo que esperar demasiado: apenas dos años bastaron para que Argentina está al borde de una nueva cesación de pagos.

Nuestro país lleva 200 años haciéndose la fama de mal pagador. Siempre que deja de pagar, lo hace en nombre de evitar un mal mayor: el “hambre de los argentinos”.

Hubo un tiempo en que esta misma semántica defendía la postura contraria. En 1890 Carlos Pellegrini aseguraba que antes de incumplir remataría hasta la Casa de Gobierno. Como ya en 1874 pensaba Avellaneda, quien rechazaba el default declarando que habría que pagar “aun con el hambre y la sed de los argentinos”. Era el tiempo de los líderes con coraje y con una visión de país a largo plazo.

¿Cuándo fue que nos permitimos como sociedad que aquellos que reciben más subsidios sean los que más se manifiestan?

“Cada vez que se aplican políticas neoliberales, el país termina en crisis”, dijo Cristina Fernández en Posadas. La expresidente no pierde ocasión de referirse al endeudamiento neoliberal de Macri.

Es cierto que durante el mandato de Macri la deuda aumentó US$97 mil millones. Pero también es cierto que a pesar de la quita de 2005 y el pago al contado al FMI, entre 2005 y 2015 la deuda pública había aumentado US$86 mil millones.

Lo curioso es que el motivo por el cual una y otra vez incurrimos en la tentación de la deuda es el mismo por el cual luego la repudiamos: nos endeudamos para evitar el ajuste del gasto público que provocaría “el hambre de los argentinos”. Populismo o gradualidad mediante, el gasto no se toca.

La circularidad viciosa de nuestra historia no parece ser para los políticos de ningún partido un problema que merezca ser resuelto. El dolor, aunque sea temporario, de la resolución les resulta inaceptable. Por más evidente que sea que ese camino siguieron todos los países exitosos.

El éxito laboral de un empresario se mide por las ganancias, el de un trabajador por su crecimiento salarial y profesional, el de un deportista por sus victorias, y así sucesivamente. El éxito de un político se computa según gane o pierda elecciones. Y la política argentina se ha hecho a la idea de las elecciones se ganan no con liderazgo, honradez, visión de país o coraje. Se ganan con la billetera.

La receta de gastar más y financiarlo con más impuestos, más deuda o más emisión nos metió en este círculo vicioso de estancamiento y no nos va a sacar de él

Hemos creado una sociedad que, aunque no lo haga de manera consciente, demanda al estado endeudarse, emitir moneda o aumentar los impuestos a los sectores más productivos para repartirlos como subsidios, programas sociales o gasto improductivo. No debe ser casualidad que hace décadas que nuestra economía está estancada.

La lectura de las elecciones del 11 de agosto que hizo el Gobierno fue que para ganar debía ocuparse de “la heladera de la gente”. Llevamos más de un siglo en un círculo vicioso de gastar más de lo que producimos y de crear una comunidad en la que hay más zánganos que obreros.

¿Cuándo fue que nos permitimos como sociedad que aquellos que reciben más subsidios sean los que más se manifiestan? ¿No deberían enojarse aquellos que trabajan y producen, que crean riqueza para el país y que pueden hacer crecer a la economía, pero que son obligados a subsidiar con sus impuestos a políticos y vagos (o a políticos vagos)?

Esta semana, la Cámara de Diputados, de manera unánime, mostró su sensibilidad dando media sanción a la Emergencia Alimentaria. No pagar las deudas ni recortar los gastos: es el sueño de la política. Esta película ya la vimos, y sabemos (¡íntimamente lo sabemos!), que tiene un final de terror.

La receta de gastar más y financiarlo con más impuestos, más deuda o más emisión nos metió en este círculo vicioso de estancamiento y no nos va a sacar de él. Mientras la política y la sociedad no se den cuenta, no habrá solución para el “hambre de los argentinos”.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

Enviá tu comentario