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O cuando lo que es natural deja de serlo

Ayer, 20 de junio, celebramos el día de la bandera, uno de nuestros símbolos patrios, creada por Manuel Belgrano allá por 1812. Solo un año después, la Asamblea Legislativa de 1813 estableció como himno la marcha patriótica con letra de Vicente López y Planes y música de Blas Parera. El himno nacional argentino tiene también su día de celebración, el 11 de mayo.

Desde muy niños nos han enseñado a respetar nuestros símbolos patrios, representados en la figura de la bandera, del himno, y también del escudo nacional. Estos símbolos son representativos de la Nación Argentina, puertas adentro y fronteras afuera. De ahí que resulte por demás llamativo un gesto que se ha vuelto costumbre en los últimos años, cual es que en ciertos espectáculos deportivos - sobre todo aquellos vinculados al futbol y a nuestro seleccionado nacional- se toque solo la introducción, previo al comienzo de la letra, y que el público presente acompañe la música con un tarareo, si es que se lo puede denominar de esa manera.

Cualquiera podrá confirmar lo que le digo con solo remitirse a las escenas previas al comienzo de alguno de los partidos en el mundial de fútbol que se está desarrollando en Rusia. De hecho esta situación ya se vivió en el primer partido, frente a Islandia, y nada hace presumir que cambie frente a Croacia, Nigeria, o en cualquier otro partido que le suceda.

Claro que hay otras versiones posibles, como la de saltearse la primera parte de la letra y agregarle la parte final desde ¨sean eternos los laureles¨, pero la que parece primar hoy, y trasladarse lenta pero inexorablemente a otras ceremonias similares en otras disciplinas deportivas, es el famoso "ooo", una especie de gutural canto de guerra. Aquellos argentinos que han estado presentes en algún momento así en algún lugar del mundo que no sea el nuestro por lo general coinciden en que ese vitoreo de cancha es recibido con cierto desconcierto y sorpresa por los locales de ocasión, más acostumbrados al simple protocolo de cantar su himno.

Debo decir que ya he tenido más de una ocasión de debatir en ruedas amplias, y en otras no tanto, las particularidades de situaciones como esta, y la verdad es que las opiniones han sido siempre diversas. Para el que esto escribe, lo sucedido es una manifiesta desnaturalización de uno de nuestros símbolos patrios, una clara muestra de nuestra involución como sociedad. Más que ¨aggiornarnos¨ a un nuevo orden en el mundo, como sugieren algunos, esta nueva forma de atender nuestro himno es otro reflejo más de nuestra decadencia educativa y de nuestro primitivismo latente y, desafortunadamente, creciente.

O sea, que ya parece extraño que el público argentino que nos representa allende los mares se ocupe con entusiasmo -que a veces es casi éxtasis- de cantar el himno en una versión revisada. Pero es mucho más extraño que desde un ámbito más reflexivo, en la comodidad de nuestros hogares, muchos sigamos pensando que en el peor de los casos esta es solo una práctica simpática.

Vivimos en un mundo del revés, donde lo que era natural ha dejado de serlo y donde se naturalizan cuestiones que en el peor de los casos deberían requerir reflexiones, y muchas, de carácter previo. En este caso, esa reflexión es bien valida y aplica sin dudas a todos, comenzando por las autoridades responsables. Tal vez deberíamos preguntarnos, por ejemplo, si decisiones como estas deberían estar a cargo de alguna de las comisiones de la AFA, órgano rector del futbol argentino, donde seguramente mucho se sabe de futbol pero tal vez mucho menos de como proteger y respetar nuestros símbolos patrios, asegurándose de que su esencia no se pierda y siga siendo siempre la misma.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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