El brusco salto en el tipo de cambio sembró un manto de dudas respecto de la invulnerabilidad de las inversiones en Lebac.

Durante casi todo el año, el negocio más fácil del mundo pareció ser el de comprar las Letras del Banco Central (Lebac) y sentarse a devengar su muy alta tasa de interés, que la autoridad monetaria sostuvo con el objetivo de contener la inflación.

Mientras quienes invirtieron en Lebac pensando en conservar su poder de compra en pesos se beneficiaron de que aquella tasa de interés resultó a la postre mayor a la inflación del año, quienes invirtieron desde el exterior confiados en que la tasa le ganaría al dólar se beneficiaron del atraso cambiario que sus mismas inversiones contribuyeron a generar, al verse replicadas a gran escala.

No pocas veces los inversores financieros, atraídos por ganancias de corto aliento, pierden de vista los efectos que sus movimientos generan sobre la economía real. Y, al hacerlo, omiten los riesgos que sus propias acciones engendran y que podrían hacer de un buen negocio de corto plazo una apuesta ruinosa para quienes llegan tarde o no salen a tiempo de una situación que no es de equilibrio.

Llegados a fin de año, se hace necesario recurrir a una calculadora para comparar dos retornos que hasta hace un mes resultaban incomparables. Parados en diciembre de 2016 con un horizonte de inversión de un año: ¿nos hubiera convenido invertir nuestros ahorros en Lebac o en algún título público en dólares que pagara 5% de interés? Hasta hace un mes, la Lebac era imbatible. Al viernes, los resultados comparativos ya no eran tan distintos, luego de que el dólar se disparara en las últimas dos semanas del año.

La cuestión es que los inversores financieros, demasiado enfocados en las cuestiones vinculadas con los flujos y la liquidez, no logran percibir cambios en la conducta de empresas e individuos ante subas o bajas en el tipo de cambio o de la tasa de interés, o antes cambios en las condiciones de acceso al crédito.

Todos estos factores alteran la rentabilidad de los negocios y el acceso a distintos bienes por parte de consumidores y empresas y generan reacciones que a veces son opuestas a las de los inversores financieros. Justamente porque quienes las toman ven en las condiciones financieras una situación inestable de la que también buscan tomar provecho.

En 2017, el Banco Central absorbió alrededor de 15 mil millones de dólares financieros para engrosar sus reservas. Pero las compras de dólares para atesoramiento, turismo e importaciones se llevaron muchos más. A los argentinos el dólar les resultó más barato que a los extranjeros durante gran parte del año.

Es posible que el año cierre con un déficit comercial de más de 8 mil millones de dólares, en comparación con un superávit de 2000 millones de dólares en 2016. El fortísimo deterioro de la balanza comercial nada tuvo que ver con alteraciones en los términos del intercambio, sino que fue producto del atraso cambiario. De hecho, los volúmenes de importación crecieron 13,2% entre enero y noviembre respecto de igual período de 2016, en tanto que los volúmenes exportados prácticamente no se modificaron.

De este desequilibrio se anoticiaron muchos agentes económicos locales, pero pareció resultarle indiferente al mercado financiero, que siguió embelesado con su único imán: la tasa de las Lebacs. Hasta que, de manera inesperada, esta apuesta imbatible fue alcanzada por el tipo de cambio.

No hizo falta mucho para que el movimiento fuera fuerte: el resultado de la balanza comercial y la aceleración del déficit, la confirmación de que la cuenta corriente cerrará 2017 con un temerario déficit de casi 5% del PBI, la demanda estacional de divisas propia de cada verano, y el cambio en la política monetaria anunciado el viernes pero rumoreado en los días previos confluyeron para que en diciembre el peso se depreciara un nada gradual 10% contra el dólar y diera por tierra con las certezas de que un estado inestable de las cosas, cuya mayor manifestación era un tipo de cambio atrasado, pudiera sostenerse.

Lo curioso del caso es que en el resto de América Latina no ocurrió nada similar con los tipos de cambio; el susto fue sólo argentino. No resulta alarmante, pero sí es una señal de atención respecto de la importancia de los flujos y los niveles para que la gradualidad sea sostenible y genere equilibrios estables.

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