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Si bien se trata de un comportamiento al que se debe atender y respetar aun en tiempos de abundancia – ya que no se debe confundir la tacañería o la avaricia con el disponer los recursos con los cuales se cuenta con sensata medida- lo es más en tiempos de estrecheces; como son estos en los que nos está costando como resultas de una mala suerte - “muy ayudada” por nuestra parte- vivir.

A su vez constituye una regla que es válida, tanto en el ámbito de la vida privada como en la de los funcionarios estatales en el ejercicio de su quehacer, Comenzamos con un ejemplo de lo que sucede cuando se observa con detenimiento la manera en que se desenvuelve la vida privada de las familias entre las que, al efectuar comparaciones, no podemos dejar de advertir como les “luce” la misma cantidad de dinero de distinta manera, a pesar de estar integradas por un número similar de miembros.

Todo ello como consecuencia de una fácilmente entendible explicación; cuál es la que parte del diferente grado de prolijidad, esmero y sensatez con la que se aplican los recursos disponibles. Algo que se traduce en el hecho que en el caso de algunas familias, los recursos con que cuentan parecerían alcanzarles “para todo” mientras en otros casos ocurre lo contrario ya que, la misma cantidad de dinero no les alcanza “para nada”. Si miramos el comportamiento de las distintas sociedades estatales llegamos a conclusiones similares.

Es que no solo se da el caso qué frente a aquellas de comportamientos austeros y prestación de servicios eficientes, nos encontramos con otras – entre las que nos incluimos- que consideran el Tesoro público como “barril sin fondo” que hace posible el “gastar sin ton ni son”, pero en la que a pesar de los “despilfarros” – o precisamente por eso- los servicios públicos resultan deplorables para los usuarios. A lo que se agrega en esta última situación caso, se encuentra también el nuestro. Estados quebrados, o en situación de estarlo, y que precisamente por esa circunstancia nadie les presta ni una moneda; a lo que se suman cuentas públicas suculentamente deficitarias y que, mientras tanto se los ve seguir gastando e inclusive gastando más, como si nada ocurriera, en la contratación de empleados públicos o en el anuncio de planes de obras públicas.

Y es dentro de ese contexto que resulta ver de una manera positiva que, al menos en apariencia, algunas administraciones municipales con modestísimas acciones traducidas en mini obras o en simples tareas de mantenimiento, hacen “lucir” recursos escasos. Ese es al menos –y en apariencia- el caso de Colón, donde la administración está “renovando el vestido” de parques y paseos, con recursos financieros y mano de obra, propios. Algo que posibilita una mejora en la calidad de vida del vecindario y de los numerosos turistas, que no solo en las que se conocen como “temporadas de vacaciones”, sino en todo tiempo, visitan la ciudad.

Estamos seguros que este ejemplo con el que ilustramos nuestras consideraciones previas, no es la “única” excepción a un comportamiento que se aparta de la regla establecida. Y a la vez esperamos que estas consideraciones, de ser escuchadas en otras localidades donde la situación es otra, les sirva a sus funcionarios locales para reflexionar al respecto.

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