Si tuvieras que hundir el bisturí a fondo para extirpar la principal deformación de Entre Ríos, eso que le impide alcanzar un desarrollo sustentable, ¿adónde harías el corte? ¿Te centrarías en la droga y en la inseguridad? ¿En el déficit financiero, el endeudamiento, el tamaño del Estado? ¿En el recambio de la dirigencia política? ¿En el Poder Judicial? ¿En la educación? ¿En la falta de creación de empleo?

El intelectual, docente y periodista entrerriano Daniel Tirso Fiorotto aporta otra mirada. Tan otra que tal vez asuste a muchos, en especial a quienes rechazan de plano discutir en serio asuntos tan delicados como la concentración de la tierra. Y si muy de vez en cuando hablan de ello es sólo para asumir una pose izquierdosa, social, nacional y popular, mientras abarrotan dólares y euros en cuentas fuera del país.

En un ensayo titulado "Segunda libertad de vientres", publicada por la revista académica Tiempo de Gestión, de la UADER, Tirso arremete con datos duros y reflexiones sesudas acerca de esta contradicción bien entrerriana: "vastas superficies inhabitadas y pequeñas superficies atestadas de almas arrinconadas".

O sea, se atreve a cuestionar un modelo de provincia que conjuga el despoblamiento del campo, un enfermizo hacinamiento de los pobres en las periferias de las ciudades, la concentración de la propiedad de la tierra de la mano de los agronegocios y el "ecocidio".

"Amontonar personas en un mismo lugar no preparado para la vida decente con comodidades, higiene, seguridad, espacios de recreación y oficios: eso es hacinarlas", define.

"Si este es el estado de cosas en un territorio extraordinariamente dotado para la vida con suelos, agua, clima envidiables; si en verdad en este siglo hemos promovido un desvío hacia la muerte, entonces corresponde frenar y revertir el proceso", reclama.

"El desgranamiento de la población rural y de los caseríos y la concentración poblacional en pocas décadas nos llama a estudiar qué lazos se rompen entre los humanos conminados a sobrevivir sin las demás especies, sin la energía del paisaje; sin los puentes, y fuera de sintonía con los ciclos de la naturaleza. Estudiar los estigmas del hacinamiento para la relación social, el amor, el trabajo".

Explica que del impacto destructor del despoblamiento del campo y el hacinamiento en los suburbios no se salvan ni los ricos: "También la alta burguesía no está a salvo si ha debido encerrarse entre rejas, perros de mandíbulas, alarmas, paredones y alambres de guetos, lo cual sumerge también a los más acomodados en un tipo de hacinamiento".

Poniéndole números al asunto


Entre Ríos cuenta con 16 habitantes por kilómetro cuadrado y tiene vastas extensiones con menos de uno, por el éxodo rural y semiurbano hacia la creciente concentración de almas en el gran Paraná y otras pocas ciudades.

En un territorio un poco mayor que el entrerriano, Corea del Sur tiene 50 millones de habitantes, casi 500 por km2. "Nosotros -dice Fiorotto- apenas superamos el millón y siempre parece que sobramos, cuando sabemos que si cada entrerriano tuviera acceso a una hectárea (una familia de diez miembros, 10 ha), todos los habitantes de la provincia ocuparíamos sólo un cuarto de la superficie productiva. Entre Ríos podría contar con corredores protegidos de biodiversidad en las costas de sus ríos y arroyos en millones de hectáreas, sin afectar la vida de los humanos, y apenas protege hoy unos pocos miles de hectáreas en zonas no sostenibles, por el aislamiento de las especies".

Aporta también otros datos reveladores: Entre Ríos pasó del 5 % de la población de la Argentina en 1947 al 3 % en 2010. Entre 1947 y 2010, la Argentina creció un 152%, contra el 57% de Entre Ríos.

La conclusión es esta: La nuestra es una provincia "expulsora, con alto índice de desocupación, con grave concentración de la propiedad y el uso de la tierra, con poblaciones enfrentadas al paisaje, ciudades hacinadas y violentas, y un millón de entrerrianos viviendo afuera del territorio".

Rocamora, Peyret, Horne


No deja de sorprender gratamente que a la hora de fundamentar el planteo, en vez de apelar a ideólogos del siglo XX, Tirso prefiera rastrear antecedentes en hombres de la época de la colonia y en pensadores argentinos, algunos de ellos entrerrianos de nacimiento o por adopción.

Recuerda, por ejemplo, cuando Tomás de Rocamora, el "fundador de pueblos" y organizador de Gualeguay, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú, le escribe al virrey: "Conténganse Excelentísimo Señor los desmedidos deseos de algunos pocos (quatro ambiciosos). Redúzcanse a lo que necesiten mas que sea con abundancia; pero cercéneseles o no se les permita que adquieran lo muy superfluo, para que encuentre acomodo el pobre vecino, que con el producto de la tierra que les sobra a ellos, puede mantener una familia numerosa y útil al estado". Y más adelante agrega: "asegúrese Vuestra Excelencia que, ejecutado como planteo (o sea, encontrándole "acomodo" al vecino pobre), antes de muchos años será la de Entre Ríos, de que trato, lo que dije, la mejor Provincia de esta América".

No le hicimos caso a Rocamora y las consecuencias están a la vista.

Otro que se enfrentó a la concentración de la propiedad de la tierra fue Alejo Peyret, el francés que fue mano derecha de Urquiza en la organización de San José y Colón.

Fiorotto cita la obra "Peyret y Goliat", del estudioso Américo Schvartzman, donde explica "su planteo de que entre 'la estancia' y 'la colonia' había una contradicción insoluble y de cuya resolución dependía el futuro de la república. 'Ha llegado el momento de decidir cuál de estas dos señoras ha de sacrificarse', le escribe a Urquiza. Peyret vinculaba la idea de la subdivisión de la propiedad rural a la cooperación y a la 'democratización de la propiedad aristocrática'".

Tirso también se apoya en Bernardino Horne, un destacado entrerriano, autor del proyecto de Ley Nacional Agraria, que llegó a ser ministro de hacienda de la provincia y que denunció el latifundio argentino en la primera mitad del siglo XX. Decía que nuestro país era de los que tenían entonces más concentrada la propiedad rural.

Horne llegó a sugerir que "las tierras baldías u ociosas que no fueren trabajadas por sus dueños durante un periodo de diez años, debían pasar al dominio de la nación".

La clave está en el "buen vivir"


"Sostener la bandera entrerriana (federal, artiguista) equivale a reavivar, cada mañana, la disputa por la tierra, aunque los sectores de poder traten de ocultar esa raíz. Disputa que, desde los pueblos antiguos, no debe hacerse por asuntos de propiedad y ganancia sino de buen vivir, buen comer, buen beber, con criterio sustentable", arenga Fiorotto.

Admite luego que el problema del hacinamiento conjugado con el despoblamiento del campo y la ruptura del vínculo entre hombre y naturaleza llegó a impactar en las conciencias y, por tanto, cualquier cambio deberá tener en cuenta a la educación.

"Los desterrados que hemos consultado desconocen las causas de su emigración, las adjudican a problemas personales. La víctima suele creer que no tuvo condiciones para encajar en el mercado", cuenta.

También cuestiona a la escuela: "En nuestros colegios podemos afirmar que están ausentes el monte, los humedales, la cuenca, el mate. El lugar no tiene lugar en la escuela".

Este provocador ensayo de Daniel Tirso Fiorotto concluye con una invitación a la imaginación: "Los caminos prácticos para erradicar dos flagelos, el destierro y el hacinamiento, serán tantos como nuestra imaginación, auténticos como nuestras tradiciones, tiernos y esperanzadores como la sonrisa de las niñas y los niños capaces de mirar desde la cunita un amanecer".

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