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No nos dejó de sorprender la noticia de una decisión del Supremo Tribunal británico, por la que niega el divorcio a una mujer que alegó ser “infeliz” con su marido.

La mujer había querido divorciarse en el año 2012 cuando el marido se opuso, pero tres años después abandonó el domicilio que seguía compartiendo con éste y volvió con su planteo inicial, el que chocó otra vez con la oposición de su marido.

Antes de seguir con el relato –ya que es esa la única manera de efectuar una valoración de la sentencia- se debe señalar que de acuerdo con el Acta de Causas Matrimoniales de 1973, en Reino Unido un matrimonio cabe considerarse "irremediablemente roto" solo por cinco motivos: adulterio, una conducta irrazonable, abandono (tras dos años) o una separación de dos años —en un divorcio consensuado— o de cinco —si no hay acuerdo.

En realidad lo que importa en este caso es el análisis que la presidenta del tribunal efectuó en declaraciones a la prensa, una vez dictado el fallo, cuando admitió que se trataba de un caso “muy controvertido”, pero que "cambiar la ley" no es una labor que le competa a los juzgados.

Algo en lo que, a estar a la misma información, los especialistas consultados por los medios británicos, consideraron que el Parlamento debe modificar y actualizar la ley de divorcio vigente en Reino Unido, para evitar situaciones como ésta. Algo que sin embargo muestra la inexistencia de una opinión unánime ya que según otro grupo de juristas, el Reino Unido reforma su ley de divorcio para hacerlo más dificultoso y lento.

La sorpresa que nos provocó que en Inglaterra se diese una situación como la planteada se hizo mayúscula al imponernos del hecho que en España “el número de parejas casadas que deciden poner fin a su matrimonio ha descendido en un 30,5% en los últimos diez años”. Aunque todo quedó más claro enseguida cuando como explicación de esa causa se adujo estaba en “la crisis y el descenso en el número de matrimonios”. O lo que es lo mismo que cada vez es menor el número de personas que se casan y que, simplemente, se contentan con irse a vivir juntas; a la vez que entre las casadas, el tamaño de los gastos judiciales que implica un divorcio, lleva a posponer el mismo, aunque los unidos en matrimonio dejen atrás la convivencia.

Es más, en el caso de la “infeliz” mujer inglesa que después de cuarenta años de matrimonio y con sesenta y ocho años de edad se le negó la oportunidad de divorciarse, posiblemente las cosas hubieran sido distintas si ella y marido fueran en la actualidad mucho más jóvenes y esa situación no se hubiera producido, dado que existe un grado de probabilidad muy grande que si bien hubieran en un momento dado convivido, a pesar de ello no se habrían casado.

De cualquier manera una situación así no se hubiera producido. En parte porque son cada vez más numerosas las parejas heterosexuales que conviven sin haber pasado previamente por el Registro Civil y por el templo – en contraste con las parejas de homosexuales que se muestran exultantes ante la posibilidad de conyugarse en un matrimonio igualitario, que a decir verdad se lo debería aceptar bajo otro nombre-; y también porque contamos luego de la reforma del Código Civil, con un régimen tan avanzado que casi sin exagerar hace que sea más rápido el des-casarse que el casarse. Ya que la actual legislación nos ha retrotraído a los tiempos de viejas religiosidades en la que estaba presente el “repudio”, con la sola diferencia de en la actualidad el mismo corresponde tanto al hombre como a la mujer casada.

Dentro de ese cuadro lo único realmente alentador es que se observa en la mayoría de los países un incremento ponderable de los casos de tenencia compartida de los hijos, lo que significa que se asiste a un “cambio de mentalidad” en las parejas jóvenes, respecto a lo cual se añade el hecho que se observa ahora a padres tan implicados como siempre lo han estado las madres en relación al día a día del proceso de desarrollo de sus hijos, ya que se lo ve más presentes en las reuniones de colegio, o acompañándolos en la consulta médica.

De cualquier manera, lo anterior significa una mejora que no hace al fondo del problema. Es que el hecho es que el matrimonio como institución, está en franca decadencia con serios peligros de convertirse en un fósil, ya que se lo ha ido vaciando de contenido y de significación, hasta un punto que, corroborando lo expresado más arriba, para decirlo crudamente, es que si no existen más divorcios es porque está cada vez más extendida la comprensión de que “el divorcio empobrece”.

Mientras tanto, es observable que el vaciamiento de la institución matrimonial y la crisis en la familia, dan cuenta de causas y tienen efectos diferentes. Es así como en lo que tiene que ver con “la huida del matrimonio”, un acontecimiento que antaño, cuando menos desde una perspectiva social – la novia de blanco, todos empilchados, la torta y el baile- marcaba el inicio de la relación matrimonial, tiene su más probable explicación en la actitud cada vez más frecuente y generalizada entre las personas –inclusive entre las que cabe considerar como buenas personas- de su resistencia a “asumir compromisos”, y con más razón en el caso de tratarse de compromisos duraderos.

La crisis de la familia da cuenta de una situación más compleja. Primero, la del pasaje de la “familia grande o ampliada” que involucraba a los abuelos y toda su descendencia en una situación que si no era precisamente de cohabitación, lo era de una localización próxima que facilitaba los contactos permanentes entre sus miembros, la que ha dado paso a la “familia nuclear” compuesta por dos adultos y sus hijos, en numerosísimos casos echados a rodar lejos de su lugar de origen, al que ahora como consecuencia de uniones convivenciales en crisis –nombre paquete que la nueva ley le da a “los que viven emparejados”, pero en la cual por nuestra parte incluimos a los matrimonios- nos encontramos con las “familias ensambladas” inclusive con repetidos ensambles, circunstancia que vuelve la situación más compleja y las relaciones entre sus integrantes más problemáticas.

La cuestión que de esa manera queda pendiente es si se podrá lograr que todos esos nuevos tipos de familia tengan la cohesión de las tradicionales familias bien avenidas, y si estaremos en condiciones de seguir considerando a la familia como “la célula básica de la sociedad”.

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