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Aguilera (derecha) junto a Luciana Almada
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Los requisitos que debe reunir un laboratorio

El laboratorio, según una conocida definición, es un lugar dotado de los medios necesarios para realizar investigaciones, experimentos, prácticas y trabajos de carácter científico, tecnológico o técnico.

Por Rocinante (*)

Mientras tanto, para ser considerado tal, exige que ese lugar sea un ámbito en el que las condiciones ambientales estén controladas, de modo que se pueda asegurar que no se producen influencias extrañas que alteren el resultado del experimento.

A la vez se hace indispensable que los experimentos a efectuarse en el ámbito del laboratorio tengan la posibilidad de ser repetibles, con lo que se quiere decir que cualquier otra persona podría volver a efectuar el proceso y obtener el mismo resultado.

Insisto, entonces, en decir que las exigencias para que una experiencia de laboratorio sea tenida como válida, consiste en la existencia de un espacio preservado de la presencia, en el mismo, de cualquier agente o circunstancia extraña, y la posibilidad de volverlo a llevar a cabo como demostración del acierto de la hoja de ruta seguida en la experiencia anterior.
La sociedad humana como laboratorio
Es dentro de ese contexto que interrogo si la sociedad humana, y aquí hago especial referencia a la nuestra, puede constituirse en un ámbito que resulte –tal como lo es un laboratorio- adecuado para la realización de experiencias de carácter político, económico y social.

Mientras tanto, si miramos en la historia hacia atrás nos encontramos con la temeraria, y a la vez muchas veces indispensable y ventajosa compulsión, nacida de nuestra inteligente curiosidad, de experimentar con y sobre nuestra realidad.

Algo en lo que hemos vuelto en forma permanente (lo de experimentar) y que nos ha permitido, aunque es bueno aclararlo con suerte despareja, llegar hasta aquí.

Eso no quita el hecho que el tomar a la sociedad humana, todas y cualquiera de aquellas en las que se dispersa, como un banco de pruebas, es una cosa que debe ser tomada con pinzas, como vulgarmente se dice. Ya que la utilización de nuestra sociedad como laboratorio de experimentos sociales no significa otra cosa, la mayor parte de las veces, que estar jugando con fuego.

Nos encontramos así frente a una circunstancia tremebunda, que sin embargo es la pura verdad; dado que, por una parte, toda sociedad no es precisamente un ambiente aséptico, librado como tal de injerencias extrañas, sino exactamente lo contrario, tanto por culpas propias como ajenas.

Y, por sobre todo, dado el hecho, consubstancial con nuestra humanidad, que hace que a la vida la vivamos siempre en borrador, o lo que es lo mismo, para decirlo con el lenguaje coloquial, que es imposible parar, rebobinar y empezar de nuevo desde cero.
Nuestra sociedad actual como laboratorio
De esta manera, no me refiero a las decisiones capitales de la actual administración, en la que si bien se asiste repetidamente, y muchas veces por el propio fuego amigo, a una metodología de prueba, error y volver a intentar, cuando no lisa y llanamente recular.

O sea que por lo general la vemos tratando de hacer lo que se puede, y aún más de lo que está a su alcance, dado el hecho de no contar con mayoría propia en el Congreso, y en presencia de una justicia llena de topos, o sea de jueces y fiscales fuertemente ideologizados, lo que los vuelve poco predispuestos a actuar, en los casos que para ellos son sensibles, con la debida y necesaria imparcialidad.

En cambio, no puede dudarse que el gobierno del kirchnerismo vuelto cristinismo es el resultado de un experimento social, que se presentaba como portador de un modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social, en el que sobre la base de una seudo ideología que aparentaba tener a los derechos humanos como bandera, pretendió hacer realidad (es decir, experimentar) con algo parecido a encontrar la cuadratura del círculo.

Ya que ese modelo y matriz con el que se experimentaba tomando a nuestra sociedad como un laboratorio, partía de la base de considerar compatible el saqueo sistemático de los caudales del Estado, una fiesta de subsidios a los servicios públicos y una gestión social llena de desprolijidades; con la falsa creencia de que los recursos públicos daban para eso y más todavía. Y lo peor de todo que con eso, como lo decía el joven Perón, se iba a construir una sociedad libre, justa y soberana… De donde se nos vio una vez más como sociedad, aunque no fue esta la primera vez que ha ocurrido, jugando con fuego con los resultados conocidos.
Las enseñanzas que nos deja el caso Aguilera mirado como un experimento
Debo comenzar por aclarar que cuando me refiero al caso Aguilera, estoy acotando aún más, lo que no es sino una partícula infinitesimal del experimento global en el que consistió el kirchner-cristinismo. Ello así ya que omitiré ocuparme de las imputaciones que llevaron a la justicia a dictar la prisión preventiva del cuñado de Urribarri y algunos de sus acólitos, con el encarcelamiento que fue su consecuencia.

Ello, a la vez, implica que me limitaré a hacer referencia, sin tampoco entrar en detalles, a la medida judicial que le permitió pasar las fiestas navideñas fuera de la cárcel, y continuar en ese estado por un lapso impredecible, y la euforia pretendidamente ganadora que demostró públicamente y hasta que se mostró en imágenes fotográficas que se han difundido los hechos de una manera que parecen ser de lo ocurrido.
Una medida judicial reñida con la prudencia
No viene al caso hacer referencia a los fundamentos de la decisión de dos de los miembros del Superior Tribunal (el tercero votó en disidencia y de los dos que lo hicieron en un sentido favorable, uno de ellos fue el abogado de confianza de Urribarri, circunstancia que precisamente lo llevó a ocupar el cargo que ahora ostenta) sino a señalar que esa medida, que abrió la puerta a la sentencia del juez de la causa para modificar las condiciones de cumplimiento de la prisión preventiva, da muestras de una falta de prudencia, que peligrosamente proporciona argumentos a quienes la califican de parcial; una circunstancia que no hace nada bien al respeto que la justicia debe provocar en quienes integramos la sociedad y mucho menos a su prestigio.

Es que frente a esa decisión no han faltado las voces que hablan de que la ley no es pareja, que existen hijos y entenados, a la vez que hacen mención de los más de doscientos largos procesados que siguen detenidos a pesar de reunir las mismas condiciones, y a los que se los priva, a ellos también, de marchar a casa con una intención parecida.

A ellos se suman, los más encarnizados enemigos de kirchner-cristinismo (porque los hay, enemigos y no adversarios, algo que da cuenta de una condición malsana, ya que entre hermanos la enemistad es algo grave), que ven en lo ocurrido un anticipo de lo que sucederá en el caso de ganar Cristina.

Se hace referencia a todos aquellos que procesados por causas penales por diversas formas de latrocinios y sus concomitancias, entre las que se encuentran la asociación ilícita y el lavado de dinero, tanto en el caso de los alojados en penales o en libertad. Se trata de los mismos a los que se muestra como victimizados por una justicia que los procesa o los condena, no por esas imputaciones, sino por su manera de pensar.

Y respecto a los cuales, los que asumen ese papel reprochable de enemigos, no hacen sino vaticinar que con Cristina en el poder vendrá una catarata serial de indultos a todos ellos, y eso en el menos benévolo de los casos.
Una sociedad de alta tolerancia en materia de corrupción
El umbral de tolerancia ante la corrupción, como ocurre en el caso de toda plaga, es el punto límite en el que algo deja de ser tolerado o soportado. Con lo que se quiere decir que este puede ser más bajo o más alto, de donde que cuanto más alto es el umbral de tolerancia a la corrupción en una sociedad, la corrupción crece en la misma medida.

Es por eso, que el silencio casi generalizado que ha seguido a la decisión judicial de dejarlos salir de la cárcel a Aguilera y a sus acólitos, viene a dejar constatado cuan alto es el nivel de tolerancia de nuestra sociedad en relación a la corrupción.

Nos encontramos casi diríamos, aunque decirlo así parezca exagerado, nadando en la corrupción, y parece que son muy pocos los que se sienten por ello molestos. Es como si fuéramos un grupo de chicos con su cabeza empiojada, y que mostrara poco menos que satisfacción, porque ven en ello una oportunidad más de poder rascársela, algo que encuentran placentero.

Es que no se puede dejar pasar por alto el peligro que implica una actitud de este tipo, porque si bien la tolerancia es una virtud y son loables las pruebas de tolerancia, por algo en un tiempo se decía que la tolerancia tiene un límite, y ese límite está, entre otras cosas, en la condena que merece todo delito.

Una situación de tolerancia social altísimo frente a la corrupción, que contrasta con una actitud inversa, cual es aplicar condenas a troche y moche a otros comportamientos sociales, que en algunos casos no lo merecen, y en otros, que sí lo merecen, no está establecida siquiera como verosímil su existencia.
La afrenta se hace presente
Ignoro si las fotografías que ilustran la liberación del encierro de Aguilera, en la que se lo ve sonriente y con una mano en alto haciendo con sus dedos la V de la victoria, frente a una mesa con varias copas vacías de champaña, como se las ha visto aparecer en algún medio, se trata de la reacción de aquél frente al hecho ocurrido, o si se trata de un montaje. Es decir que se adornó la información con una fotografía desvinculada de la circunstancia a la que me vengo refiriendo.

Pero se trate de una cosa u otra la gravedad de la situación apenas varía, ya que es verosímil que las cosas hubieran ocurrido de ese modo, y de no haber sido así las cosas ello no quita que se haga presente en nuestra cabeza la imagen del nombrado sonriente y sacando pecho, y mostrándose victorioso de… nada.

Es que en este caso nos encontraríamos ante una afrenta a la sociedad toda. Un hecho por lo demás frecuente en la actualidad por tantos autores de hechos delictivos parecidos a los que se ve en lugares públicos, exhibiéndose con más orgullo que vergüenza.

Y no puede en realidad ser de otro modo, ya que la actitud de tolerancia ante el delito, lleva a que nadie vea una afrenta en la tácita ostentación de ese tipo de conductas.

(*) La columna de Rocinante volverá a publicarse el próximo 3 de febrero
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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