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El Metaflower Super Mega Yacht
El Metaflower Super Mega Yacht
El Metaflower Super Mega Yacht
Diez años atrás, me irritaba cuando mis hijos me convocaban frente a una pantalla para contarme sobre “el golazo que metí”. El supuesto golazo había sido concretado con una consola de juegos. Mi respuesta habitual (“eso no fue un golazo, un golazo se mete en una cancha de verdad”), los desconcertaba. El tiempo está empezando a darles la razón, y a quitármela a mí.

Por Guzmán Etcheverry

Hace cosa de un mes me sorprendí leyendo que alguien había pagado 149 Ethereum (unos US$650.000) por el token no-fungible de un yate (el “Metaflower Super Mega Yacht”), que sólo existe en una plataforma virtual llamada The Sandbox. Se trata del activo más costoso en dicha plataforma, o metaverso.

Para alguien que pinta canas y muchas horas de lectura, la acumulación de palabras desconocidas en un único párrafo resulta inquietante. Vayamos por partes: Ethereum es la segunda mayor criptomoneda, detrás de Bitcoin. Su fundador, Vitalik Buterin, acaba de hacer una visita a la Argentina.

Un NFT (por las siglas en inglés) o token no fungible (la palabra “token” no está en el Diccionario de la RAE, pero vamos a obviar ese detalle menor) es un tipo especial de certificación que representa algo único, indivisible, transferible y que no es intercambiable. El yate de US$650.000 es único, sólo lo puede utilizar quien lo adquirió, quien a la vez puede demostrar su propiedad por poseer el NFT correspondiente. No se puede subir físicamente al yate, ni navegar con él por aguas del mundo real, sino que sólo puede exhibirse y “utilizarse” en el metaverso.

Queda, entonces, por desentrañar la última incógnita: ¿qué es el metaverso? Una respuesta convencional sería que es una nueva generación de la Internet, que no sólo supone una experiencia inmersiva en un universo virtual, sino algo más: la convergencia entre el mundo físico y el mundo digital de manera persistente y en tiempo real.

A nuestra identidad física le añadimos una identidad virtual, que utilizamos en el metaverso. Nuestras identidades tendrán esta dualidad real-virtual, y podremos salir de un mundo al otro cuando queramos. Con el tiempo, se espera que cada objeto físico tenga su contrapartida digital, en el metaverso.

Todo esto, que suena ficcional, o distópico, es natural para las generaciones jóvenes. A ellas, la distinción entre lo virtual y lo real no les resulta tan evidente. En el mundo de los videojuegos, donde más avanzada está la idea del metaverso, lo que ocurre les parece real: ganar, meter un gol, comprar un elemento que aumenta la probabilidad de ganar un juego les resultan cuestiones cotidianas. Lo del yate, que es una cuestión de adultos, no les llama la atención, porque, en su escala, lo hacen a diario.

Entender la existencia del metaverso nos acerca a la comprensión de algunos conceptos que hasta hace poco se nos hacían lejanos. Las criptomonedas parecen destinadas a ser la unidad de cuenta en ese universo virtual. La tecnología de blockchain, o cadena de bloques, que está detrás de cada criptomoneda y supone un histórico irrefutable de información, parece un factor clave para la confirmación de identidades y la determinación de la propiedad de los NFTs.

No estoy seguro de estar preparado para asumir una identidad virtual. Ni siquiera estoy seguro de quererla, o de entender su significado. Pero ignoro si será posible evitarla. Presiento que, en diez o veinte años, negarse podría equivaler a ser parte de esas resistencias subversivas de las novelas distópicas, o de las películas de ciencia ficción, en las que quienes resisten el control de las máquinas deben vivir, más o menos, escondidos bajo tierra.

Las preguntas son numerosas y las respuestas acotadas para comprender las derivaciones de este (¿estos?) universo virtual que conviva con el universo tangible. ¿Cómo haremos para entrar y salir de uno a otro? ¿Seremos distintos en uno y el otro – exitosos en uno y fracasados en el otro – o lo que nos ocurra en uno determinará cómo nos vaya en el otro? El ejemplo del Metaflower Super Mega Yacht no es promisorio: la ostentación y las diferencias entre ricos y desafortunados no sólo parecen destinadas a mantenerse, sino que podrían agrandarse en el metaverso. El desigual acceso a la tecnología es una barrera contra la igualdad. Y el precio de los bienes en el metaverso comienza a reflejar los problemas del mundo real.

¿Y los estados? Las fronteras parecen difusas en el metaverso. Y parece haber más libertad de movimiento, y menos capacidad de imposición, al no haber un estado en el metaverso. Pero no es la libertad, sino el control, lo que predomina en las novelas distópicas; en ellas, las élites dominantes tienen el control, mientras que la mayoría vive en un inframundo, una versión decadente del mundo real que podría ser aún peor en el metaverso.
Fuente: El Entre Ríos

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