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Se cumplió el 11 de septiembre pasado un nuevo aniversario, el número 45, del golpe de Estado en Chile por medio de una acción militar llevada a cabo por las Fuerzas Armadas del país conformadas por la Armada, la Fuerza Aérea y el Ejército.

Por Rocinante

La asonada militar, como es sabido tenía por objeto derrocar al presidente socialista Salvador Allende y al gobierno izquierdista de la Unidad Popular.

No ya son muchos los que recuerdan, como una vivencia personal, que Salvador Allende asumió en 1970 como presidente de Chile, siendo el primer político de orientación marxista en el mundo que accedió al poder a través de elecciones generales en un Estado de Derecho.

Se puede decir inclusive que el golpe de estado triunfante se incubó desde antes de la llegada de Allende al poder. Entonces, el gobierno de los Estados Unidos (era el presidente de ese país Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger) dentro del contexto global que significaba la Guerra Fría, que enfrentaba a los Estados Unidos y sus aliados con la Unión Soviética, se preparaba para la contingencia de que los resultados electorales en Chile fueran en contra de sus intereses estratégicos.

Sobre todo teniendo en cuenta que Estados Unidos en el propio patio de su casa, tenía ubicada la Cuba de Fidel Castro, que no solo exhibía una relación casi simbiótica con la Unión Soviética, sino que mostraba de una manera ostensible su objetivo de exportar su revolución a través de grupos de una brumosa ideología de izquierda, a la que alimentaba tanto en el plano del adoctrinamiento como de la preparación y ayuda militar. El objetivo era acceder al poder total aplicando tácticas guerrilleras del tipo de la que Régis Debray (un filósofo político francés que en ese momento estaba embelesado con el Che Guevara) proponía, ya que incluso llegó a escribir un panfleto entre ideológico y de estrategia que giraba en torno a la teoría del foquismo revolucionario.

Es así como entre las acciones estadounidenses pre-golpistas, se encuentran su intervención indirecta en el asesinato del general René Schneider y el Tanquetazo (ese fue el nombre que con posterioridad se dio), una sublevación militar el 29 de junio de 1973.

Tras el Tanquetazo, en la mañana del 11 de septiembre de 1973, las fuerza armadas chilenas alineadas detrás de la figura del general Pinochet lograron rápidamente controlar gran parte del país y exigieron la renuncia inmediata de Salvador Allende. Mientras tanto, éste se refugiaba en el Palacio de La Moneda, el nombre de la Casa de Gobierno de ese país. Tras el bombardeo, Allende se suicidó (existen quienes afirman que fue ultimado en la refriega) y la resistencia en el Palacio fue neutralizada.

El golpe de Estado triunfante marcó el fin del gobierno de la Unidad Popular, y la asunción del poder por parte de una junta militar liderada por Pinochet.

Hasta aquí llegan los hechos desnudos, vinculados con la muerte de Allende.
Mirando hacia atrás: la situación en Chile
Hago referencia, en esa mirada retrospectiva, a un texto filo/allendista, y por ende anti/pinochetista. Según el mismo, que parte desde lejos, se señala que Chile había experimentado a lo largo del siglo XX una evolución desigual, con un sistema democrático que alternaba entre legislaturas conservadoras y oligárquicas frente a otras más abiertas y participativas (Carlos Ibáñez del Campo en 1927, la República Socialista de 1932, Pedro Aguirre Cerda en 1938…), a la sombra, como el resto de países americanos, del titán estadounidense. Salvador Allende se había presentado a las elecciones de 1970 como candidato de Unidad Popular, una coalición que aglutinaba socialistas, comunistas y disidentes del anterior gobierno cristiano de Eduardo Frei Montalva (1964 – 1970). A la altura del proceso electoral, Allende había ya movilizado la opinión popular debido a su cercanía y sencillez, por lo que su victoria ajustada (36,22% de votos frente al 34% del empresario y antiguo presidente Jorge Alessandri) supuso el desenlace inevitable y desastroso para la opinión estatal norteamericana, que comenzaba a ver en Chile otro posible medio de penetración de la ideología comunista en su patio trasero, el continente que, a rasgos prácticos, constituía su continente.

Según la misma fuente, como consecuencia de la victoria de Allende y el surgimiento, en vistas de quienes formaban Unidad Popular, de un posible miedo a la llegada comunista; parte de esta oligarquía y alta burguesía decidió huir nada más conocerse el resultado electoral. Esto provocó la fuga de capitales que constituían uno de los principales medios de financiación del país. Debido a la denominada “corrida de los bancos”, la nueva legislatura nació amenazada económicamente, aumentando la polarización ideológica de la sociedad como fruto de una serie de medidas diseñadas por el gobierno. La reforma agraria, la nacionalización de la banca extranjera, de los sectores del salitre, las telecomunicaciones y el cobre, un aumento salarial del 40%… eran, como mencionaba Eduardo Galeano en su obra El siglo del Viento, la demostración de “Chile queriendo nacer” pero sólo aliviaban a la población temporalmente, ya que no resolvían la situación ni siquiera a corto plazo, puesto que el miedo económico por la fuga de capitales seguirá presente y materializado en un grave déficit y recesión.

Es así como en el mismo texto se reconoce que esas medidas tildadas de revolucionarias, impactaron en la opinión pública y fomentaron el surgimiento de movimientos reaccionarios, fenómenos que favorecieron el miedo social, provocando una “sensación de amenaza” que llegaría no sólo al pueblo (como vemos en contestaciones sociales como en la Marcha de las Cacerolas), sino a sectores sociales más peligrosos como la propia esfera militar. Chile demostraba que se encontraba ya irremediablemente dividido en dos facciones, y Allende tenía que hacer frente cada vez más a mayores tensiones internas. Sólo faltaba un agente social dispuesto a dar el paso para provocar un derrocamiento directo: el ejército nacional, implicado en prácticamente la mayoría de golpes de estado latinoamericanos.
El mito de Allende
La muerte de Allende, sea o no consecuencia de un suicidio, lo mitificó ante la población y el propio socialismo mundial. El trauma de Chile en torno al proceso mantiene viva su figura hasta el día de hoy, rozando muchas veces la idealización excesiva desde cierta historiografía. Hasta para la facción de la izquierda que lo consideró reformista, así como para aquellos que se opusieron a él, se convirtió en la manifestación del morir por los ideales y la libertad, el triunfo (o, desde otra perspectiva, el fracaso) de la vía pacífica de la revolución. Había muerto el hombre, pero había nacido su leyenda, algo mucho más difícil de desvanecer desde la acción militar. Dicho todo esto sin desmerecer ni su ´patriotismo ni su hombría de bien.
La historia y los relatos
Casi con seguridad, la relación precedentemente efectuada que ha sido tomada, como decimos, de un texto no solo de clara sino contundentes simpatías hacia todo lo que en su momento significó Allende, y también su mitificación actual, ha de resultar demasiado condescendiente y por eso inexacto en cuanto ella viene a recortar (a pesar de hacerlo escasamente) lo que ellos consideran la valoración correcta de lo acontecido en Chile en tan trágicas circunstancias, que constituyeron parte de ese estado de “venas abiertas” en el que en ocasiones se lo ve malinterpretar a Eduardo Galeano, más allá de lo magnífico de su pluma.

Una interpretación que explicablemente viene a molestar a los sectores acomodados y bien pensantes, en el caso de dar cuenta de una mala conciencia, que tiene más que ver con la ausencia de su contribución al bien común y al descubrimiento del otro, que es el presupuesto ineludible para un comportamiento de aquel tipo.

Entre ellos, se encuentran en primera fila los seguidores en este caso fieles a la dictadura pinochetista, que los libró de ese sentimiento de amenaza a que nos referíamos, consolidó una economía en escombros, y de paso les sirvió para proclamar su adhesión al lema Dios Patria y Familia… y, sobre todo, de la Defensa de la Propiedad privada.

Es que tampoco quienes idolatran a Allende, son realmente, al menos en su mayoría, personas portadoras de un pensamiento de izquierda, sino como lo destacara en momentos en que el comunismo se entronizaba en China, grupos reprimidos con alto nivel de aspiraciones, que esconden sus ambiciones propias vistiéndolas de proclamas de tinte revolucionario, como un mecanismo del que se valen para intentar trepar.

Algo que queda corroborado con presencia en la apoyatura a Allende del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), ya que a los miristas y otros grupos afines se los ha visto en Chile reptando en la misma forma que los grupos guerrilleros de nuestro país. Es decir, efectuando una extrapolación a nuestro caso cambiando lentamente de militante del socialismo guevarista, al peronismo primero en las épocas del ya olvidado entrismo, al mismo tiempo que se los veía travestirse en pseudo- demócratas después del fin de la dictadura, para a renglón seguido, mostrar aspiraciones de plutócratas en muchos casos satisfechas.

Todo lleva a que sobre una brecha social inexistente que desembocó en una grieta que profundizó Allende (todavía no me explico que para avivar resentimientos y enconos se utilice la palabra grieta, en el lugar de la más aséptica y precisa, aunque sea menos gráfica polarización).

Quiere decir que mirados lo que son los hechos, o lo que es lo mismo la realidad de los hechos, desde dos perspectivas distintas, ambas pecan, aunque sea en parte, de deshonestas y en otra explicables como reacción a las mil formas de sufrimiento recibido, y que como consecuencia de ello a la desvalorización de la verdad y la justicia en beneficio de la memoria (cuando el único recuerdo válido es el que lleva a coincidir en un nunca más correctamente entendido) y la derrota de la Historia.
A la hora de puntualizar
Concluido este rápido, salpicado y subjetivo pantallazo, me permito formular algunas acotaciones, que obviamente no pueden ser consideradas como verdades de fe, sino como resultado de un análisis más amplio de lo que se acaba de describir, de una manera forzosamente incompleta.

La primera está referida a la existencia de una intervención de imprecisa intensidad, lo de impreciso porque es difícil cuantificar hasta qué punto resultase improbable que Allende no hubiera de cualquier forma sido destituido sin esa intervención. Algo que no es de extrañar por cuanto Estados Unidos ha sido siempre una república imperial, aun en épocas en que los que ejercían el poder, tenían mala conciencia de que las cosas fueran de ese modo.

La segunda es que en Chile durante por lo menos los últimos tiempos del gobierno de Allende, se vivió algo más que una situación de sensación de amenaza. Al respecto cuento con copias de testimonios documentados de habitantes del sur chileno en las que se relata que ante un estado de anárquica incertidumbre generalizada, existían quienes vendían a precios más bajos que los de remate sus bienes para después emigrar, a vecinos que resultaron enormemente gananciosos porque optaron por quedarse, en la creencia que las cosas iban a cambiar. Inclusive un testimonio que ejemplifico utilizando el nombre de dos localidades como serían Ramírez y Seguí en nuestra provincia, en el que se da cuenta que para trasladarse los vecinos de una localidad a la otra, la única forma de hacerlo era organizando caravanas con los ocupantes de los vehículos armados, de manera de evitar un atentado exitoso por parte de grupos que merodeaban por allí.

La tercera es recodar que he mencionado más arriba que Allende fue elegido presidente con el 36.22% de los votos contra el 34 %. Lo que significa que casi el 37 % de los votantes (y ello sin contar a los que no votaron o su voto fue anulado) disentían con cualquier programa que significara hacer una revolución en y con libertad. O sea que se lo ungió presidente para administrar y reformar, pero no para hacer una revolución.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa