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No se trata de ver el título de la presente nota como un mensaje de corte apocalíptico. Ya que si estamos en medio de una situación inestable –cuando en realidad la humanidad y cada uno de los componentes de sus sucesivas generaciones también lo han estado-, por lo mismo que es así, siempre hay dos posibilidades, una de las cuales está en buscar superar las crisis, y como resultado de ello saltar hacia adelante.

Pero al referirnos a un mundo en llamas no nos estamos refiriendo a la sociedad humana. Ni siquiera al mundo de la naturaleza en sí, sino a situaciones que son consecuencia de la agresión del hombre sobre el medio ambiente, y en nuestro caso en particular el mundo forestal.

Tratando de ser más claros, no nos estamos refiriendo aquí a las erupciones volcánicas, como la que en este momento está derramando lava en una de las Islas Canarias. Sino a los incendios forestales que se desatan en distintos lugares de la superficie terráquea en forma continuada y de manera casi simultánea.

Tiene en ello que ver el tan declamado y a la vez mal atendido cambio climático. Pero también, según opiniones autorizadas, no se debería dejar de prestar atención a la conjetural circunstancia que el creciente estrés generalizado del cual damos cuenta los seres humanos, haya contagiado de una manera sumamente peligrosa a la naturaleza, que de esa manera también hoy se encuentra estresada.

No debemos olvidar que por estrés se entiende la presencia de un estado de tensión continua, que en un momento puede llegar a resultar insoportable y que, por ende, es capaz de provocar el descontrol en quienes la sufren.

Y eso es lo que lleva a que el estrés de que son víctimas los componentes de las distintas áreas forestales, sean bosques o montes, unido a las mayores temperaturas y las modificaciones en los regímenes de lluvias, hace que la naturaleza explote en llamas.

De ese modo, se da el caso que los especialistas en el tema clasifiquen por sus características a los incendios en “generaciones” y que en la actualidad pueda hablarse de “incendios de la quinta generación” – existen quienes afirman se ha ingresado en una “sexta”-, una categoría en la cual se conjugan todas las anteriores, y que por eso constituyen un fenómeno difícil de comprender primero, y manejar después.

En ese sentido es que se destaca que “hay algunos incendios que queman a mayor velocidad e intensidad”. No un poco, sino el doble o el triple. Vemos incendios en Chile capaces de quemar 8.000 hectáreas por hora, o en Portugal se dan picos de hasta 14.000 hectáreas por hora.” Y que ese fenómeno se viera asociado con “tormentas de fuego”. Cuales son las que se producen “cuando el incendio tiene capacidad de generar un ‘piro-cúmulo’; es decir, una nube de fuego que hace crecer el incendio de manera caótica, imprevisible y peligrosa”.

Intercalamos el siguiente texto: “la topografía, la meteorología y la vegetación son los tres elementos que sirven para predecir qué va a hacer el incendio. El modelo clásico de predicción nos dice que el fuego avanzará a 1 km/h y, de repente, vemos que avanza a 4 km/h. Porque si un bosque está estresado tiene más energía para quemar”.

Se trata de incendios casi imposible de apagar. Es así como se apunta que “se trata de incendios que se comportan de manera más extrema. Debido a los procesos de cambio climático tienen mucho más combustible para quemar. El bosque está más estresado por las altas temperaturas acumuladas y hay una atmósfera más cálida, con más energía. Sabíamos de ellos en California, Australia, Grecia o Bolivia, y en el arco mediterráneo ya los hemos visto de manera permanente”.

Las mismas fuentes señalan que entre las falencias de nuestra cultura se halla presente la ausencia de una auténtica cultura en materia forestal.

Eso lleva a que caigamos en el error de considerar a los bosques y a los montes tan solo como un decorado que hay que mantenerlo así. Mientras que, según enseña la ecología, existe una verdad que dice que no se puede escoger si un ecosistema se renueva o no, lo único que puedes escoger es una renovación a baja o a alta intensidad.

Y esa falta de cultura forestal, es la que consiste en no entender cómo funcionan los ecosistemas. Según los especialistas en el tema lo que nos hace olvidar que, paradójicamente, cuando se rompe el equilibrio, el monte arde y genera un bosque nuevo, que será adecuado al nuevo clima.

En consecuencia esos ecosistemas naturales funcionan exactamente igual que un ecosistema empresarial: un trabajador que no se adapte al cambio tecnológico no tiene ninguna capacidad de sobrevivir.

Finalmente, más allá del cambio climático, resulta imprescindible que aprendamos y enseñemos a hacer una gestión correcta de bosques y montes.

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