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Nunca, desde que conocí al primero, he dejado de tener un respeto conmovido hacia los tamberos, ya que trabajan en jornadas corridas. Sin que para ellos haya sábado, inglés ni argentino, ni tampoco domingo. Ni día feriado y menos vacaciones. Sin olvidar que tienen que ordeñar haya sol, llueva o truene, haga calor o se les endurezcan las manos por el frío.

En cambio, mi respeto se vuelve compasivo y con muestras de impotencia, cuando veo a tantos en situación de paro que, como lo llaman los doctores, se refiere a aquéllos que no trabajan porque no encuentran dónde hacerlo. Sé lo que muchos dirán cuando esto lean, señalando que no trabaja el que no quiere, porque siempre hay tarea para el que se da maña. Algo que es cierto y es mentira, porque no tienen en cuenta, los que así piensan, que la miseria quita no ya las ganas de trabajar, sino hasta apoca las ganas de vivir.

Entre ambos extremos están aquellos que equivocadamente están de vacaciones todo el año, por estar convencidos que la vida es un jolgorio, y que mientras se pueda hay que llenar los huecos de los días en la, cansadora hasta el hastío, tarea de no hacer nada.

No es que sea enemigo de las fiestas, ni no me alegre ver a la gente disfrutando de vacaciones, las que por otra parte son, por lo que he aprendido, un derecho constitucional, aunque no siempre bien repartido, como suele suceder con todo.

Lo que me pasa es que a veces tengo la impresión que entre aquéllos que tienen y merecen la suerte de tomarse vacaciones, muchas veces están los que no se dan cuenta que el “mundo” no se toma vacaciones. Que no para. Que sigue dale que dale para adelante, o para atrás, según como se mire.

Ahora llegó mi tío y, viendo lo que escribía, me dijo que yo le hacía acordar a un señor Ivanisevich que, según había escuchado decir a su abuelo, era el nombre de una persona que había sido ministro de Educación de Perón, cuando todavía vivía Evita e insistía en una cosa que llamaba “vacaciones útiles”.

Y allí fue cuando me dije: “Ya sé, ministerio-educación- vacaciones útiles”. Eso es lo que hacen los maestros cuando se van de paro. ¿“Útiles”? Me pregunté a mí mismo y la verdad es que no quedé muy convencido…
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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