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Debemos seguir avanzando en procura de una institucionalidad irreversible.

Dentro del contexto de la agudización de la crisis nacional por la que atravesamos, respecto a la cual hemos escuchado hablar a nuestro Presidente en el día de ayer, pronunciando conceptos que a nuestra manera de ver, debió haberlo hecho al mismo momento de asumir –aunque tenemos presente tanto aquello que más vale tarde que nunca, y también que, en ocasiones, tarde equivale a nunca-, consideramos adecuado efectuar lo que intenta ser una lectura sesgada del avivamiento actual de la crisis a la que se ha aludido.

Antes que nada, debemos señalar nuestra total desestimación y apartamiento de teorías conspirativas que vinculan -al menos- el aspecto cambiario de la crisis, con maniobras de banqueros preocupados por su suerte, y la de las entidades bancarias de las que son los principales dueños, en el caso que se siga avanzando en el destape provocado por “la aparición de los cuadernos”, cosa que no hizo sino agravar su situación, ya en la cornisa.

Entre ellos se encuentra uno, a quien se sindica como el financista de la operación de Boudou, que llevó a generar el escándalo del “caso Ciccone”. Todo ello por cuanto, si bien sus temores y su aprensión son reales, consideramos que no se puede convertirlo en un protagonista decisivo del actual estado de cosas.

En tanto, a lo que queremos referirnos, es a la incidencia que -en la crisis actual y en las posibilidades de su superación- tiene un fortalecimiento de nuestra actual endeble estructura institucional.

Contra la que se asiste a la embestida, en primer lugar, de la que se presenta como “la resistencia” a un gobierno para ricos, cipayo y hambreador, que ha recogido consignas “setentistas” –aquellas de grupos montoneros, que hablaban de “cuanto peor estemos mejor”- y atrás de ella la ofensiva que han generado campañas de agitación como la que machaca con el “Macri basura, vos sos la dictadura”.

Tipos de acciones éstas que sirven al neogolpismo apenas embozado del “club del helicóptero” y que han vuelto a hacer aflorar la tentación de “golpes blandos” con el barniz de la institucionalidad, que ya en el siglo pasado supieron ensayar las Fuerzas Armadas, cuando luego de presentar la “destitución” del presidente Frondizi, distorsionando un hecho real e irreversible, como una causal constitucional de acefalía y aupar y colocar como flamante presidente “constitucional” a José María Guido, en su calidad de presidente provisional del Senado de la Nación en su lugar, y que casi iniciado este siglo se repitió con un experimento del que participó “el Adolfo” Rodríguez Sáa, abriendo la picada que terminó con Eduardo Duhalde aposentado en el sillón de Rivadavia.

El mismo Duhalde, al que se escucha en estos días no solo diciendo, de una manera poco comedida y todavía menos diplomática, que a “Macri lo veo como el orto” sino también -de una forma contundente- señalando que lo que “necesitamos es un gobierno de transición”. Que estamos “transitando” es cierto, aunque no lo sea de la manera que lo quiere decir Duhalde, quien parece querer volver a chocar con la misma piedra, aunque ésta vez no sea como la que significaron Néstor y Cristina.

Algo que se debe entender es que, de una vez por todas, nos debemos volver “razonables”. No en el sentido con que lo usa algún periodista, más allá de sus intenciones que suponemos no fueron para nada aviesas, confundiendo las palabras –algo al que nos tienen acostumbrados los que con ese nombre pretenden cubrir una pretenciosa ignorancia- al hablar de “peronistas racionales”, con la intención de hacer referencia a los “peronistas razonables”, queriendo mostrar como tales a los que en un momento dado, se exhibían como apoyando la construcción de una gobernabilidad que los hacía encomiables, ya que se los veía apostar a lo único más que deseable, imprescindible, cual es seguir avanzando en procura de una institucionalidad que se llegue a mostrar como irreversible.

Institucionalidad en la que se haga natural una alternancia, a la que no se la vea como una manera de aspirar a exterminar al adversario convertido en enemigo, con la convicción de que en una democracia que funciona no hay ni vencedores ni vencidos, sino una lid en la cual tanto los que ganan una elección como la pierden son en realidad ganadores.

Porque hablar de peronistas racionales, viene a significar, no otra cosa que ofender a otros a los que habría que calificar como “irracionales” convirtiéndolos -sin querer y con la sorpresa de que nadie de los así tratados se sientan maltratados- con el insulto, en un raro espécimen sub humano.

Algo que no se compadece con el hecho, que alguna vez, a los que tratamos de ser siempre lo más razonables posible, en ocasiones se nos vea “irnos a la banquina” como nos suele suceder a todos, peronistas o no; cosa que nos sucede - de una manera entre elogiosa y cargada a la vez de sorna- o puede llegar a pasar, repito, aún en “las mejores familias”.

De allí que no hay duda que los que ahora gobiernan se han ido más de una vez “a la banquina”, aunque es necesario reconocer que no ha sido menor, sino una muestra de irrazonabilidad mayúscula, o sea un tremendo barquinazo, sancionar una ley con la que se pretendió retrotraer el monto de algunas tarifas al que existía muchísimos meses antes.

Una cosa de verdad tan irrazonable que no bastó el cuerdo veto presidencial a esa ley, para impedir que inversores extranjeros importantes se espantaran y se fueran sin abrir las mochilas, ya que ni siquiera habían empezado a hacerlo cuando se los vio marcharse. Es que, aunque así no se lo interpretase, dándole el beneficio de la duda respecto a que no eran esas las intenciones de los peronistas que pretenden mostrarse como razonables, se trató de una “acción objetivamente golpista“, la que en una medida difícil de medir, pero que de cualquier manera consistente contribuyó a que se desatara “la tormenta” de la que viene hablando el presidente Macri.