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Siempre ha sido una obsesión nuestra el saber que, en un momento dado, el “barrio de la estación” o sea San José, también “la plaza” fundadora y nuestra madre nutricia, para llamarla de otras maneras, y el “barrio del puerto” o sea Colón, como pretenciosamente se autodesignaba -mientras los sanjosesinos lo hacían de una manera que sonaba a cachada- se iban a convertir en una sola cosa. Por más que eso no iba a significar el fin de la jarana, ya que tanto uno como el otro, podrían seguir nombrando al vecino como su “conurbano”.

Y es precisamente por eso que, una y otra vez, insistimos en la necesidad de que se llevara a cabo un trazado de todo ese espacio “intersticial”, como ahora está de moda alardear en llamarlo, entre ambas ciudades y sus futuros y actuales entornos, de manera que quedaran previstas calles y amanzanamiento, salvo que para ese espacio se pretendiera concebir otros dibujos.

A la que nos vamos a referir en esta ocasión es a una cuestión menor comparable con la otra, cual es la de dar nombre a tantos agrupamientos de viviendas y edificios que día a día van emergiendo en esa zona.

Según sabemos, a muchos de los desarrollos urbanos conocidos comúnmente como loteos, desde el mismo momento en que se los comienza a promover, se les da un nombre. Algo que no sucede entre nosotros habitualmente, salvo en algunos casos como el de Los Altos del Artalaz, “barrio” al que ya debiéramos tener incorporado en todos los cuidados y servicios a la planta urbana, cosa que no ocurre totalmente en la actualidad.

Lo mismo habría que decir de todo el resto de la ciudad a la que, según me cuentan, un irónico vecino ha señalado que Colón no es una “ciudad en obras” sino una ciudad “en permanente reparación”.

Hubo un tiempo en que entre Colón y San José lo más parecido a viviendas urbanas era la edificación de “Celestino”, actualmente Bernardino Horne y la ruta provincial 26, y una casa que, a unos cien metros del mismo camino y en dirección norte, en lo que es hoy la calle 2 de Abril, habían edificado los hermanos Buthay.

Después de eso nada. No nada más que el páramo, pero sí solo algunas que otras edificaciones dispersas.

En la actualidad, en la zona “de la curva” de esa ruta hacia el oeste y el sureste está emergiendo un nuevo barrio, al que habría que bautizar, a la vez que contemplar de una manera planificada su expansión a ambos lados de la misma ruta. Y darle un nombre “de verdad”, sin que sea la intención faltarle el respeto a nadie.

Es conocido otro grupo de casas con el nombre anodino de “barrio de la proveeduría”, al que de darle formalmente alguno habría que llamarlo Bernardo Blanc.

No es nuestro oficio el de poner nombres, por más que nos resulta simpático el de un comercio que se ha hecho conocer como “La bolilla que faltaba” y se ha convertido en un verdadero ícono no solo barrial.

Existen también otros lugares en esa zona que, si bien aparecen “barrialmente” como marginales, tienen una raigambre histórica que no habría que desestimar.

Tal el caso de Las Camelias, cuna de una de las grandes empresas de nuestra provincia, o el de Francisco Crepy, vecino ilustrado y ciudadano ilustre que supo no solo fundar una familia sino también una barriada en una parte de lo que es hoy el Balneario San José, siendo reconocido -aunque no en la dimensión que se debiera- por el interés de las cosas del común.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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