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En más de una ocasión, para poder calibrar la importancia de una cosa, se la hace necesario ubicarla no en un contexto acotado, sino en otro más amplio.

Ese es el caso de lo acaecido con la demolición en la ciudad de Buenos Aires de la cárcel de Caseros, en el barrio de Parque Patricios.

Se trataba de una mole de veinticinco pisos, inaugurada en 1979, que muy pronto quedó totalmente obsoleta, no solo según las opiniones de los especialistas en cuestiones carcelarias, sino también por el juicio que le merecía su existencia a los propios reclusos y a sus vecinos.

A la vez, mejor no entrar en detalles acerca de cómo sufrían los vecinos del barrio, con la existencia de esa cárcel incorporada a su entorno.

De allí que hubo una sensación de alivio generalizado, cuando el edificio fuera demolido en 2008. Situación que merece dos tipos de consideraciones, que hablan ambas de la ligereza, por no decir torpeza, con la que actúan quienes nos gobiernan.

La primera de ellas tiene que ver con el hecho que resulta incomprensible que se haya instalado una cárcel en medio de una ciudad, en una época en la cual las posturas de los especialistas en temas carcelarios, y en este caso concreto el de la localización de las estructuras penitenciarias, desaconsejaban, sin disidencia alguna, que ello ocurriera, con argumentos –hasta obvios- que no pasamos a enumerar por no considerarlos en la ocasión indispensable.

Algo que no quita que todo lo que tenga que ver con el despliegue del sistema carcelario, no sea una cuestión de importancia principalísima, máxime en estos momentos en que se asiste a un crecimiento preocupante de la población de esos institutos.

La segunda de ellas, tiene que ver con el hecho que, independientemente de su localización, resulta inadmisible que en treinta años esa construcción se hubiera vuelto obsoleta, algo que hablaría tanto de defectos de planificación como de mantenimiento, corruptelas ambas que aparecen como una constante en el caso de nuestros gobiernos.

En tanto no se puede pasar por alto la circunstancia que el extenso terreno que quedó baldío como consecuencia de la referida demolición desde el año 2008 hasta hace tres años, momento en que se comenzaron y concluyeron los trabajos de la construcción en un edificio destinado al funcionamiento del Archivo General de la Nación.

Quiere ello decir que durante ocho años nuestro Estado bobo se desinteresó acerca de darle un destino provechoso al terreno –suerte hubo que no se llenara de okupas-, y lo más sorprendente resulta que en tres años –sí, en tres- se hubiera completado la construcción de un edificio de gran tamaño, al que en los próximos días se mudará el Archivo indicado.

A la vez es de destacar no solo que desde 1938 el Estado Nacional no hacía un edificio con ese destino –o sea desde ocho décadas atrás- sin que por su estado, los espacios destinados al funcionamiento de ese archivo, no hayan tenido seguridad alguna para la conservación en perfectas condiciones de la valiosa documentación allí existente, sino que sucedía precisamente lo contrario.

Es de interés reproducir lo que expresa una opinión autorizada que señala: "Hay documentación que deberíamos tener que se está pudriendo en reparticiones por falta de espacio. Y la digitalización no te resuelve todo, porque los archivos digitales requieren migraciones permanentes y es muy caro migrar. Tenés que tener un reaseguro físico".

Quiere ello decir, para darnos cuenta de la importancia de un Archivo que funcione como tal, que los mismos constituyen un “reservorio parcial de la memoria nacional” cuya importancia sería un verdadero crimen minimizar. Para medir su importancia hay que comparar el comportamiento de que dan cuenta los países europeos, donde existe la posibilidad de consultar documentos, cuya antigüedad puede medirse no solo en siglos sino hasta en milenios, con nuestra situación preñada de falencias propias de la incuria y de la irresponsabilidad, que no solo llevó a que tramos de nuestra historia quedaran indocumentados como consecuencia de las guerras civiles de la primera mitad del siglo XIX, sino que actualmente se sigan destruyendo documentos, como resultado de la tesonera voracidad de las ratas, y la acción del agua que los transforma en papilla, tal cual suele suceder.

Consciente de la casi certeza de aburrir, nos permitimos efectuar una digresión acerca de algo en apariencia tan abstruso, como es la “intangibilidad del Estado”, cuestión que se vincula estrechamente con tópicos en estos tiempos tan presentes, como son los de la cuestión de “la presencia o ausencia del Estado”, algo que nos lleva a hacer referencia a un “estado presente” y otro “ausente” con la distancia trágicamente abismal que se da entre ambos conceptos.

Pero como se acaba de señalar el Estado “es intangible”, entendiéndose por esto que el Estado “no se lo puede tocar”, en la medida que resulta fácticamente imposible hacerlo.

De allí que su existencia lo podamos inferir, a través de diversas manifestaciones de su actividad. Y en relación al caso concreto que nos ocupa a través de edificaciones cargadas de un valor simbólico superlativo.

Es así como en esos lugares que alguna vez fueron descriptos haciendo mención al hecho de que se ubican “donde el diablo perdió el poncho” la presencia del Estado se manifiesta por la existencia allí de una comisaría o de una escuela, y en otros tiempos de una estafeta postal.

Y de allí también que del tipo de Estado existente en un determinado país nos dicen las características y el resto de conservación de los edificios públicos. Es por eso que Sarmiento construyó escuelas que parecían templos, o Pellegrini quiso mostrar, con la grandiosidad relativa de los edificios del Banco Nación, la confirmación de la pujanza esperanzada de esos tiempos. Y en ambos casos y en otros muchos más se trataba de construcciones que de una manera explícita ponían de manifiesto la determinación de perdurar y de crecer de una manera incansablemente continuada.

Es dentro de ese contexto extendido hasta casi su desdibujamiento, que debemos valorar la importancia que tiene la existencia actual de un Estado preocupado de construir un edificio para ser destinado a acoger el Archivo Nacional.

Porque hay que tener en cuenta que tanto la construcción de autódromos o estadios, por más útiles y necesarios que sean, se trata indudablemente de otro elemento. Y que no entenderlo así, en nuestra opinión al menos, viene a significar que no se entiende como es, o al menos como debe ser, la esencia de las cosas.

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