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Impávido. Leyó el titular de los medios y lanzó una caza furtiva de votos para evitar que la reforma electoral corta saliera de Diputados con la misma letra con la que la aprobó el Senado. El texto aprobado por la Cámara alta eliminaba una cláusula de acuerdo: El 15 por ciento para las minorías y era en ese nicho y en ningún otro donde Sergio Urribarri imaginaba su sobrevida en 2019 y la continuidad de los fueros, lo que a su vez lo ponía lejos de las manos distraídas de la Justicia.

Sin embargo, la suerte estaba echada. El Senado aprobó una reforma corta, de forma pero no de fondo para muchos, pero terminal para Urribarri que deberá pensar ahora cómo lleva adelante su campaña con Unión Ciudadana pero en iguales condiciones que el resto.

La mala racha del presidente de la Cámara de Diputados no terminó ahí. La sesión de Diputados de esta semana le dio la estocada final. La sanción definitiva, por mayoría, de una ley que lo excluye y que lo pone a jugar en las mismas condiciones que al resto de los competidores.

Esa no era la única cuestión. El trasfondo fue el éxodo de diputados peronistas que lo abandonó en el camino. Nada diferente a lo que él provocó cuando compitió contra Jorge Busti a quien le cooptó hasta el último funcionario.

La paradoja es que unos de los pocos votos que pudo contener el ex gobernador fueron los del solanismo, el grupo que lidera Julio Solas y que ha eternizado en la banca a Emilce Pross que lidera a su vez la comisión poco productiva y menos representativa aún, Banca de la Mujer.

Lo insólito es que Julio Solanas, que es diputado nacional por Entre Ríos y uno de los que aún sostiene la bandera kirchnerista, fue el mismo que impulsó el Grupo Talleres para rechazar la candidatura de Urribarri a gobernador, cuando Busti fogoneaba su nombre como su sucesor, sin imaginar que con esa decisión provocaba buena parte de su propio fin.

Además de Emilce Pross y de Gustavo Guzmán, acompañó a Urribarri uno de sus soldados más fieles y también sindicado en algunas de las causas que atiende lentamente la Justicia por corrupción: Pedro Baez, su ex ministro de Cultura.

Con esos pocos votos bajo la manga, Urribarri entendió que era el principio del fin: Su poder al frente de la Cámara de Diputados había pasado de manos: Bordet, el gobernador, hizo uso por primera vez de la cláusula de gobernabilidad y encolumnó detrás de su propio proyecto, los votos del peronismo.

Cambiemos respaldó el proyecto, pero el dato más importante es que con ese respaldo, muchas demandas del peronismo para alzar la mano, bajaron de precio, como una regla del mercado y cambiaron los actores en el recinto que aún aglutinados en bloques, desertaron de la común obediencia de vida que durante años justificó su voto, y que hasta hace pocos días se utilizó para reprochar los allanamientos a Cristina o negar el desafuero a Urribarri, Allende y Báez y hasta para frenar la ley de agroquímicos que había aprobado por consenso y unanimidad el Senado.

El ex gobernador sabe que este no es el último desafío que tiene que enfrentar. Además de un calendario electoral y reglas de juego que no quiere, debe sobrevivir a la elección como presidente de la Cámara por un último período, aunque esa opción de salir por la puerta grande también parece esfumarse: Se agiganta en los pasillos legislativos el nombre de un suplente, que pondría punto final a un opaco mandato. A pesar de que en política, nadie muere, su reacción habla a las claras de que ha quedado herido de muerte.

Los pataleos del ex gobernador, sus denuncias en redes, y la acusación al gobernador Gustavo Bordet sobre ciertos acuerdos con otras fuerzas no son otra cosa que la base misma de la política, sólo que esta vez, a Urribarri, le tocó vivirlo de afuera y de su propia tropa.

Urribarri no fue indiferente a esta estocada. Supo que era el principio de su fin. Bebió de su propia medicina. Lo inesperado es que el brebaje vino sin aviso de su propia tropa y no de la Justicia, que tiene a fuego lento todas sus causas.
Fuente: El Entre Ríos

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