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Una vez, la señorita maestra nos sorprendió. Mientras miraba el patio, una mañana fría, pareció adelantar su nariz a través de la ventana y nos dijo: "Pocas cosas tan deliciosas como el olor del zorrino a la distancia", y parecía estarlo disfrutando. La clase, muda en mortal silencio.

Como me ocurrió con otras cosas, los años le dieron, en esto que parecía algo sucio sino loco, la razón. Casualmente, un día me enteré que la secreción de las estratégicamente ubicadas glándulas del zorrino, era codiciada por las perfumerías, que las mezclaban a otras esencias, y luego las encerraban en minúsculos frascos de cristal, con un destino alejado al de los comunes mortales.

La lejanía en el espacio del desdeñado chorro, o una sabia mezcla con otras substancias, obraban una especie de milagro para olfatos y billeteras.

"¡Hasta sus perfumes duran más que ella!

¡Ved aquí los frascos que apenas usó!"


¿Y esto a qué viene? Se relaciona con el que es el menos preciado de nuestros sentidos: el olfato. A veces, la importancia de una cosa aparece luminosa cuando esa cosa falta. Así, el olfato puede predecir cuánta vida tendremos, o cuán cerca está la rigurosa muerte.

En 1997 comenzaron a estudiarse 3 mil sujetos mayores, a quienes se les pidió investigar 12 olores comunes, y luego fueron seguidos hasta el año 2014 o hasta su muerte, cualquiera de las dos cosas que ocurra primero. En esos años, 1300 sujetos murieron; aquellos que tenían un pobre puntaje en olfación tuvieron un riesgo de muerte del 46%. Es decir que si hueles mal tiene chances de estar muerto en diez años de casi el 50%.

En realidad creo que esa es una novedad a medias, pues todos sabemos que si somos mayores tenemos mayores posibilidades de morir, en otros estudios la pérdida del olfato es también un predictor de muerte a los 5 años: muerte por cualquier causa. Y lo interesante es que su valor predictivo fue mayor que el que podían sugerir enfermedades comunes, como la insuficiencia del corazón, o de los pulmones o aún del cáncer.

En concreto: mayores con poco o nada de olfato tienen una mortalidad 4 veces mayor que aquellos que tiene olfato normal. Atención: esto es así si enfermedades de la nariz o senos para-nasales están ausentes, y también entre aquellos pacientes que sufren de Enfermedad de Parkinson o demencia, en quienes la anosmia (pérdida del olfato) es común.

Las células olfatorias, que yacen en la mucosa en la parte alta y profunda de la nariz, son neuronas cuyo número oscila entre los 10 y 20 millones, y serían (hasta hace poco, al menos) las únicas células nerviosas capaces de ser reemplazadas a partir de las células madres cada 45 días. Con filamentos se conectan con el bulbo olfatorio, ya parte del cerebro, que tiene en nosotros un volumen 12% mayor que en los simios, o los hombres u homidios más primitivos, lo cual sugiere mayores funciones. Desde el bulbo olfatorio se comunica con distintas regiones del cerebro y se relaciona con procesos cognitivos y afectivos, que permiten conocer el entorno, de un modo inconsciente, y mejorar las decisiones. ¡Esa avalancha de recuerdos y la flojedad en las piernas que puede traernos el súbito perfume de la madreselva junto al portón!

Aparentemente podemos distinguir más de 10 mil olores (no sé cuánto de esto puede relacionarse con el ambiente en que nacimos o con el grado de educación). Su rol en la salud es poco apreciado, pero nos lleva a desechar alimentos en mal estado, percibir el humo, la mala higiene personal, estimular el apetito, seleccionar la ropa de nuestro hijo entre otras similares, e incluso puede jugar un rol en la elección de la pareja.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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