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A uno ya lo conocen y mejor olvidarlo. El otro es el que descansa en el cementerio de Paso de los Libres, cuya tumba lamentablemente no visité. Y es el que merece honores.

Aimé (Amado o Amadeo) nació en La Rochelle, Francia, en 1773. Hijo y hermano de médico, y médico él también, tenían en realidad otro apellido -Goujaud- pero su abuelo los apodó Bonpland (buena planta), dado el enorme apego que estos galenos tenían por el reino vegetal.

Relacionado con alguno de los más eminentes biólogos franceses de la época, Aimé quiso hacer algún viaje extraordinario alrededor del mundo. Francia había tenido algunos: ahí tenemos el de Luis de Bouganville, quien trajo del Perú al resto del mundo nuestra admirada Santa Rita (buganvilla).Tres años duró su excursión (1766 a 1769) y dio el ejemplo. Fue además quien estuvo al frente de la colonia francesa en Malvinas, donde fundó Port Saint Luis, luego llamado Puerto Soledad.

Cuando Napoleón planeó su campaña a Egipto, convocó a 2 mil sabios. No logró ese número. Aimé, que todavía no era sabio, no se anotó. Desconfiaba del corso y de la empresa. O quizá ya era muy sabio.

¿Imaginan ustedes a algún presidente nuestro, iniciando su gobierno con el empleo de 2 mil sabios?

Tuvo un providencial encuentro con un noble alemán, ya rico y erudito, el Barón de Humboldt, y juntos decidieron hacer el viaje que los haría famosos, por buenas razones, pues se puede ser famoso por las otras. Y suelen ser a ellos a quienes conocemos.

La cultura de Humboldt era vastísima. Nada del campo de las ciencias ni de las humanidades se le escapaba. Encontró en Aimé un alma gemela. Venciendo la resistencia del Rey de España, que al final les concedió los pasaportes para poder entrar en las colonias, un mundo totalmente extraño se abrió ante ellos ya en las Canarias y se prolongó por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Méjico, Cuba y los Estados Unidos. El viaje abarcó los años 1799-1804. En su transcurso fueron botánicos, zoólogos, antropólogos, astrónomos. Su sed por lo que veían no tenía fondo y parecía como si quisieran hacer un inventario de todo: de la flor al volcán, todo debía ser estudiado y todo sugería maravillas. Su "Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente" es el relato de esa hazaña.

Volvieron a Europa cargados de plantas, semillas, insectos y animales embalsamados. Entre sus descubrimientos estuvieron las variaciones de la flora con la altitud, confirmaron la existencia del río que une el Amazonas y el Orinoco, que de alguna manera regula esas enormes cuencas fluviales, y el descubrimiento de lo que se llamó la corriente de Humboldt: una corriente de mar fría que desde las costas de Chile y Perú sigue hacia el norte. En Francia entrega al Jardin des Plants su herbario que contenía 60 mil especies, 6 mil de las cuales eran descocidas en Europa.

En algún momento Aimé inició el estudio del sueño en las plantas.

Ya en Francia, es nombrado administrador de la Malmaison, la residencia de la emperatriz Josefina, quien parecía extrañar la flora de su terruño en las Antillas. Logra su amistad y hace uno de los jardines más bellos de Europa y sobre el cual escribió otro tratado. Trabajó allí nueve años, pero después de la muerte de la exemperatriz debió buscar otros destinos.

Simón Bolívar, que lo había conocido en la Malmaison, o en otro sitio más equívoco, se interesó por el futuro de Aimé y pensó en llevarlo a Colombia, pero surgieron algunas dificultades y le aconsejó que se contactara en Londres con dos rioplatenses: se trataba de Belgrano y Rivadavia. Tuvo los usuales estímulos a sus proyectos pero al llegar al Plata, dos años más tarde, Rivadavia había renunciado, y Aimé quedó varado en Buenos Aires. Con una familia a cargo, sirvientes, plantas que fueron muriendo y semillas que no pudo sembrar, volvió a ser médico. Pero las plantas lo atraían y especialmente aquella que utilizaban para hacer "el té de los jesuitas”, como llamaban a la yerba mate. Se había perdido el procedimiento por el cual los jesuitas podían hacer germinar las semillas (un viaje por el tubo digestivo de los pavos). Bonpland descubrió una manera, no sé exactamente cuál, y con la venia de Pancho Ramírez partió para lograr desarrollar un yerbatal en Corrientes.

Lamentablemente un vecino muy cercano, el Supremo Dictador Francia de Paraguay era muy celoso en lo concerniente a la yerba: la consideraba como algo exclusivo de su país. Apresó al naturalista que pasó así cerca de siete años en un confortable encierro. Digo confortable, pues pudo seguir con sus cultivos y observando la naturaleza, e incluso trabajar como médico, pero era una cárcel al fin. Parece que siempre continuó de una manera u otra ejerciendo la medicina, debía ser para él una manera de sembrar.

Incesantes cartas de Humboldt fueron enviadas en busca de noticias y ayuda. Bolívar planeó una invasión para liberarlo, finalmente logró la libertad y se radicó en Corrientes en un caserío llamado Santa Ana. Cerca de Paso de los Libres. Planeó regresar a Francia para visitar a sus amigos, pero en alguna carta afirmó que quería morir en la costa del Uruguay. Y allí murió, en mayo de 1858.

Su cuerpo fue embalsamado siguiendo sus instrucciones. En el procedimiento, al final se rellenaron las cavidades del tórax y abdomen con paja. Se lo veló y quedó una noche en la nave central de capilla. Durante esa noche un criollo algo achispado se acercó, caballo y todo, a saludarlo, como no obtenía respuesta, desairado, lanzó varias puñaladas al cuerpo de Aimé y bonito susto se llevó al ver que de las heridas brotaba paja. Huyó despavorido y nunca se supo qué pasó con él, como ocurre con tantos de los asesinos que están entre nosotros.

Lo que quedó de Aimé está enterrado en Paso de los Libres, fundada en 1843 por el general Madariaga, quien con 108 soldados cruzó el Uruguay desde Brasil para combatir al gobernador de Corrientes, que era fiel a Juan Manuel de Rosas.

Qué destino fantástico, aunque quizá todo destino lo sea.

Alguien diría que al final “se encontró con su destino sudamericano".

Hoy su nombre figura en las calles de Buenos Aires y otras ciudades del interior, es el nombre de dos pueblos en Misiones y Corrientes (la antigua Santa Ana), de un pico en la cordillera venezolana, de un cráter en la luna y de un asteroide, desde el cual debe estar buscando vida vegetal en el universo.

Un poeta inglés, que seguramente no conoció, escribió: "y mi amor vegetal irá creciendo/más vasto que los imperios y más lento".

En todos los lugares donde se estableció tuvo mujer e hijos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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