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Desde diciembre de 2019, las mayores sospechas que ha despertado el Gobierno han estado relacionadas con su capacidad de ejercer el poder sin desatar conflictos internos. La cabeza bifronte, con un Presidente en ejercicio y una Vicepresidente con un abrumador poder de veto, ha redundado en la incapacidad de tomar decisiones.

La coalición no ha sido eficaz a la hora de manejar los desafíos que le tocó en suerte enfrentar. No solamente en el terreno económico, sino también en las cuestiones de salud pública y en el terreno de las relaciones internacionales. En todos los rubros, el Gobierno se caracteriza por su acción pendular e impredecible. Ha sido esa cúpula bifronte la que ha redundado en un reparto de cargos que generó enorme confusión en la administración pública nacional. En casi todas las dependencias del Estado convivieron y conviven funcionarios que responden a uno y otro líder, tienen opiniones contradictorias, y producen normas que se contradicen entre sí, cuando no el estancamiento en la toma de decisiones.

La llegada de Sergio Massa al Palacio de Hacienda no ha contribuido a corregir este pecado original del Gobierno. Temeroso del rumbo que podrían tomar las cosas si no se produjeran cambios importantes en el rumbo económico, el Ejecutivo confirió al Ministro de Economía la capacidad de tomar decisiones que ni uno ni otro de sus cabezas se atrevían a tomar por su cuenta. El poder recibido, y el ostensible renacer que tal poder otorga a las aspiraciones presidenciales de Massa (aunque el interesado se haga el desentendido), conforman una situación en la que pasamos de tener dos jefes a tener tres.

Cada uno de ellos está sometido no solo al escrutinio de la oposición y de otros miembros relevantes de la propia coalición, como gobernadores e intendentes, sino también al control que sobre cada uno ejercen, o podrían ejercer, los otros dos.

Los poderes plenipotenciarios que se sugirieron para Massa en el momento de su asunción quedaron prontamente desdibujados. A poco de asumir quedó muy claro que tiene un límite evidente para ejecutar su plan de estabilización: la política cambiaria. Massa ha podido hacer algunos ajustes en el gasto público y en la dependencia de la emisión monetaria que tiene el Tesoro. Pero no puede devaluar un tipo de cambio que provoca una demanda infinita y una oferta magra. Ese es su límite, que el kirchnerismo, hasta ahora, no le ha dejado trasvasar.

Un límite que lo ha forzado a seguir un camino que, a fin de cuentas, no ha sido tan distinto del que siguieron sus predecesores: el de intentar corregir la incapacidad de acumular reservas mediante artificios de todo tipo y color. El dólar-soja es una aberración que ha conseguido acumular reservas al costo de una emisión descomunal de pesos y un deterioro significativo (otro más) del balance del Banco Central, por las pérdidas que le provocan pagar $200 a los exportadores agropecuarios y vender a $145 a los importadores y turistas en el exterior.

Es cierto que el Tesoro ha compensado la diferencia con una letra intransferible a 10 años de plazo. Pero si en el mercado la deuda del Tesoro vale apenas 25% de su valor nominal, suponer que tal letra es una compensación adecuada sólo es posible con una contabilidad cuando menos curiosa del valor de activos y pasivos.

Esta semana volvieron a subir los dólares paralelos. No por el antipatriotismo de quienes los compran, sino por el exceso de pesos que genera el dólar-soja. La respuesta oficial para contener la cotización del dólar paralelo es repetida: más restricciones para operar dólar-Bolsa, más tasa de interés para intentar canalizar por ahí algunos de los pesos excedentes, al costo de agravar el efecto “bola de nieve” de la deuda en pesos de corto plazo. Es una historia que no va a terminar bien.

Massa llegó con un buen diagnóstico al Ministerio de Economía e incluso nombró a un Viceministro que había delineado un plan de estabilización bastante integral antes de asumir. Hizo lo que pudo con el gasto, la emisión para financiar el déficit y las reservas. Pero no pudo ejecutar el plan integral, porque no pudo avanzar sobre lo cambiario más que con artificios que alteran la estabilidad de los otros frentes. Quizás sea solo con otro susto grande, como el de julio, que logre ese grado extra de libertad. Si el susto es demasiado grande, su cargo y sus sueños estarán en riesgo.

El Ministro de Economía asumió su cargo con grandes ínfulas, pero encontró pronto un límite. Quizás sea que se le permite estabilizar, pero no que tenga tanto éxito como para tener aspiraciones presidenciales. Si el pecado original del Gobierno era la coexistencia de dos jefes con visiones contradictorias de la realidad en el Ejecutivo, Massa ha venido a empeorar la cosa: ahora tenemos tres jefes.
Fuente: El Entre Ríos

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