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Evidentemente cualquier cosa o persona se puede llegar a mirar desde las más diversas perspectivas. Con un agregado inesperado, y contrario a lo que indica el muchas veces mal rumbeado sentido común, para el cual existe casi siempre una sola manera objetivamente correcta de ver las cosas; sin ponerse a pensar que la convergencia exitosa de puntos de vista diferentes, en lugar de uno que se tiene por único, es lo que viene a develar algo que es lo más cercano a una verdad total, siempre inalcanzable.

Para llegar a esa conclusión no es solo cuestión de empatía, o sea esa envidiable aptitud para hacer posible que nos pongamos en el lugar del otro. Una actitud que no solo disminuiría los niveles de confrontación, sino que serviría para enriquecer las relaciones “cara a cara”, si partimos de la convicción que el “pensar colaborativo” –ese de “dos cabezas juntas, piensan mejor que una sola”- sino siempre, pero en la mayoría de las veces resulta fructífero y por lo mismo enriquecedor.

En tanto, lo dicho hasta aquí, ignoramos independientemente de que sea valedero, viene a servir para explicar algo que al menos en parte es un error nuestro en el que hemos incurrido hasta el cansancio cuando en forma habitual denostamos, utilizando toda clase de argumentos, el sistema carcelario en general, y las cárceles en particular. Partiendo del argumento cierto de que ellas no son ni sanas ni limpias, y que el estar condenado a permanecer en ellas, independientemente del tiempo de su duración, es siempre un trato cruel.

Frente a lo cual, y sin desdecirnos del principio sentado con esa generalización, nos vemos obligados a reconocer que aquel exige matices importantes, que llevan en muchas oportunidades a poner a prueba, y aun en cuestión a ese valor.

Es así que debemos admitir la existencia de diversas circunstancias actuales, a disposición de todos, que presentadas en forma simultánea nos llevan y pueden llevar a nuestros lectores a la conclusión de que en este caso, como en el de toda generalización, existes circunstancias excepcionales a las que prestar atención. Consecuencia de haber advertido que el grado de firmeza de cualquier punto de vista, es proporcional al número de experiencias en el que el mismo se sustenta.

Y es así que en nuestro caso, nos hemos encontrado con una noticia insólita, cual es el hecho que un preso al cual se le abrieron las puertas de la cárcel, porque judicialmente correspondía su excarcelación, prefirió quedarse en ella hasta cumplir de una manera completa su condena, con la callada esperanza de continuar sin término en la misma situación.

En tanto la explicación meramente conjetural de una decisión de este tipo se nos ocurre que reside en el hecho que si se puede considerar que vivir en una cárcel es hacerlo en un infierno; existe también la posibilidad de que fuera de ella se pueda llegar a vivir en infiernos peores, cuya imaginación dejamos libradas a todos quienes quieran detenerse por un instante a hacerlo.

A la vez, declaraciones de Luis D´Elía, conocido patotero apretador con ropaje de dirigente social y político, ahora cumpliendo como resultas de uno de esos atropellos una condena de prisión, nos ha llevado a una reflexión que, inclusive, partiendo de una no confiable sinceridad suya, viene al menos a dejarlo mejor parado a nuestros ojos.

Sus dichos fueron que, al momento de ingresar en la cárcel, le ofrecieron que quede alojado en una celda a la que cabría designar como “vip” – ya que suponemos que en ningún caso las “estrellas” puedan servir para su calificación- y él optó por ser alojado en un pabellón común.

Algo que nos ha llevado a reflexionar, sobre un hecho conocido, pero en lo que no habíamos del todo llegado a reparar, cual es que en las cárceles existirían presos de diversas categorías. No me refiero al trato que según se señala se dan mutuamente los alojados en los “pabellones” de evangelistas, haciendo referencia a la profesión de fe de los reclusos, y de quienes con ellos voluntariamente colaboran, sino de la diferencia en cuanto a distintas condiciones de “hotelería” y “de servicio”.

Un estado de cosas que siempre es un factor desencadenante de la corrupción del sistema carcelario, y que ha llegado a extremos inimaginables con la verdadera inundación que muchos establecimientos carcelarios soportan, como consecuencia de alojar a jefes de banda de narcotraficantes.

No se trata del hecho de que su presencia allí incida en el consumo de drogas por parte de la población carcelaria, si se tiene en cuenta que ella se trata de una situación endémica de particular gravedad, en la que cabe considerar que esa circunstancia - los jefes de esas bandas llevados a prisión- signifique una modificación significativa.

Tampoco de la situación de mayor o menor confort que allí cuentan esta categoría especial de delincuentes, sino del hecho el cual explicitado llanamente, consiste en que esos jefes de banda siguen dirigiendo sus “respectivas organizaciones” –lo que incluye los sangrientos enfrentamientos extramuros de sus irreconciliables integrantes- desde su lugar de prisión.

Lo que implica la posibilidad de contar con ”correos privados”, que entran y salen llevando información, y no solo en el caso de las “visitas de familiares”, sino también de la cantidad de teléfonos celulares, que se encuentra a su disposición de una manera a la que no es otra cosa que una tomadura de pelo, “considerarla inexplicable”. Ello invariablemente después de cada requisa general, y que se convierte en una secuencia de nunca acabar.

Se trata entonces de destacar lo ya sabido, cual es que hemos llegado a un situación en la que vemos a las cárceles transformadas no ya en “aguantaderos”, en los que los allí alojados gozan de una protección, que cabe suponer que incluso será más difícil contar en libertad, sino de “áreas protegidas” – a las que no se deben confundir con las “áreas liberadas”, por más que estén emparentadas- desde las cuales los “capo mafia” pueden desarrollar, presuntamente celosamente custodiados, su aberrante negocio.

A la vez se hace presente otra ominosa inferencia, cual es que la presencia endémica en el sistema carcelario de “bolsones de corrupción”, teniendo en cuenta las circunstancias antedichas y las “masas de dinero que maneja la droga”, vienen a adquirir una nueva dimensión; o sea el peligro de que la policía y la justicia sean objeto de una verdadera “colonización” por parte del narcotráfico.

Resultaría mientras tanto concluir esta entrega, sin hacer referencia a la contracara de lo que ha quedado descripto, traducido en el esfuerzo de tantos –dentro y fuera del sistema- en procura de convertir a los condenados en personas capaces de dar lo mejor de sí, a través de actividades que en el ámbito de lo educativo llega hasta el nivel universitario, y por la práctica de deportes en la que el juego se entremezcla con la disciplina y el aprendizaje al respeto de reglas, sin los cuales se vuelve imposible encarar seriamente las actividades lúdicas.

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