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Desconocemos la improbable vinculación existente entre el “no te metás” -expresión que, en cierta oportunidad, utilizó un observador de nota, para caracterizarnos por nuestra manera de ser- con el persistente “dejarse estar”, si es que tienen ambas situaciones relación alguna.

Ya que la duda que se hace presente es si no existe un hermanamiento mayor entre el “no te metás” con la advertencia implícita en el dicho que “no hay comedido que salga bien”. Ya que el “dejarse estar” no es una manera de rechazar el consejo aquél de que “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.

De cualquier manera, sí son sabias palabras las que aconsejan tomar las cosas con calma, dejando a un lado esa hiperactividad que solo sirve para aumentar el estrés que nos va royendo las entrañas, el dejarse estar no solo resulta una mala elección para el que lo asume como manera de comportarse, sino que a la vez se constituye en una actitud dañina que puede llegar a ser fatal para alguien de nuestro entorno. Es que, si cuando estamos frente a esa situación no podemos hablar de perversidad, dado que en esa actitud no existe un mal propósito ello no signifique que, tal como lo hemos advertido, asistamos a una manera de ser y a una forma de actuar de consecuencias no necesariamente gravosas, pero en el caso de no ser así, por lo menos molestas.

Una conducta como la que nos ocupa es siempre condenable, porque en la mayoría de los casos lo que pasa por ser un comportamiento legítimo dentro de la esfera de libertad con la que está protegida toda persona, aparece como una muestra de indiferencia hacia el prójimo. Y ese “dejarse estar”, lo vemos expresado en actos, en apariencia nimios, como es el arrojar el envase del paquete de galletitas que acabamos de comer en la vereda sobre la cual caminábamos al momento de hacerlo. O cuando un trasnochado, en el sentido literal de la palabra, coloca cuidadosamente parada una botella que acaba de vaciar a través de su boca en el mármol de un zaguán. Mayor entidad -dado que constituye la violación de un deber por parte de un funcionario- tiene ese “dejarse estar”, que lleva a que quede sin tapar el pozo con el que se topa invariablemente día a día, un automovilista al circular por una calle y girar hacia su derecha.

Y se nos ocurre que en esa enumeración de ejemplos de esa situación de desidia, no puede faltar una circunstancia que en un caso concreto facilitó la producción de una tragedia como es el caso de esas estructuras descuajeringadas, que alguna vez sirvieron para cargar pedregullo o lavado de arena a granel, que se asoman sobre el río Uruguay -como se ha visto en total estado de abandono- y de cuya permanencia potencialmente letal, de esas estructuras sin desarmar ni quitar existen responsables -y responsabilidades incluso hasta cabría pensar de carácter penal- que no se limitan al propietario de esas estructuras, sino a un rosario de funcionarios, cuya cantidad no estamos en condiciones de establecer, pero que con seguridad corresponden a todos los niveles de gobierno.

Algo que nos lleva a preguntarnos hasta cuándo seguirán hundidas, casi sobre la playa, sobre el mismo río y no ya en los límites del municipio de San José, sino en el de Colón, estructuras a las que de tanto verlas a lo largo de los años -¿o de las décadas?- parecen haber terminado por mimetizarse con el paisaje y dan muestras de un “dejarse estar” en el que también se hacen presentes responsabilidades de los niveles estatales.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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