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De distintas visiones de la pobreza

Hubo un tiempo en que fue popular un relato infantil que venía a concluir que el hombre feliz era aquél que no tenía camisa. Una conclusión que en realidad, en una época como la nuestra marcada por el consumismo, no puede menos que resultar para la mayoría no solo disparatada, sino también escandalosa.

Por Rocinante

Por más que conciban el colmo de la felicidad estar en una playa paradisíaca dejando pasar el tiempo lentamente, semidesnudos o del todo, tostándose al solo como lagartos.

Algo (lo del descamisado feliz y no el otro caso) que a su vez se explica porque equiparamos a la pobreza, en el sentido habitual en que la palabra es utilizada, cuando se la identifica como la falta o escasez de lo indispensable para la subsistencia. De donde se la puede asimilar a la carencia extrema de cosas materiales que padece un hombre.

Extrapolar esa manera de utilizar la palabra al sentido que se da en la tradición religiosa judeo- cristiana, puede llevarnos a tomar un camino que no es el adecuado. Es cierto que en todos los tiempos hubo ricos y pobres, aun en la más lejana prehistoria en la que el poder entre grupos humanos que vivían en medio de una total incertidumbre que los igualaba, la riqueza consistía en la fuerza; esa fuerza que al león le permite, a la hora del reparto, quedarse con la mejor parte.

Pero en esa tradición, al menos en sus momentos iniciales, la pobreza era una situación a la que se vinculaba con el primer y mayor pecado humano (el de la soberbia) como consecuencia de lo cual no solo el hombre resultaba condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente, sino que una de las obligaciones mayores era la de cuidar amorosamente a las viudas y los huérfanos, que no es sino una manera de correr imperativamente en el auxilio de los pobres.

Todo lo cual explica que de una lectura literal de los libros de esa tradición, aun antes de las enseñanzas de Jesús, los ricos no era cuando menos los mejor vistos, ya que la pobreza hace al hombre más virtuoso (aunque no siempre) y hace al rico caer en las tentaciones que representan la codicia, y la soberbia (tampoco siempre). A ese respecto debe tenerse en cuenta que según la afirmación de muchos historiadores, los hebreos, ya instalados en tierra cananea, trataron de preservar la igualdad primitiva a través del mecanismo del año sabático, que consistía en que un año de cada siete, se dejaba descansar la tierra y se la redistribuía, al mismo tiempo que se condonaban las deudas.

La lectura literal de los Evangelios provoca la misma impresión. Es que se lo describe a Jesús enseñando es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos (Mt 19,24). A la vez que se lo escucha diciendo a los ricos: “no amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socaven y roben. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla, ni herrumbre que corroan ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón". (Mt 6, 19-21).

En tanto entre las Bienaventuranzas se destaca aquélla, la primera, la que enseña que serán felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5.3).

Mientras que ser pobre de espíritu es tener alma de pobre. Es decir que más allá de la pobreza o riqueza material, todos ellos den cuenta de lo que un comentarista describe como un desasimiento efectivo. Pide a todos, y no solo a los menos favorecidos, que cierren resueltamente su corazón a toda codicia y teniendo en cuenta que un cristiano no practica la virtud de caridad por el mero hecho de socorrer a los demás: tan solo empieza a amar a sus hermanos en el momento en que se priva él mismo de algo en su favor.

Dicho esto no en defensa de los ricos, sino para dejar en claro que la riqueza no necesariamente es una situación de pecado, ni todo rico es un pecador (podrá argüirse que entre los ricos existe la posibilidad de encontrar más pecadores que entre los pobres, pero esa es otra cuestión).
Cuando el pobrismo se hace presente
Más arriba pretendí dejar claro que no es lo mismo ser pobre que tener alma de pobre. Ahora trataré de esclarecer que existen diversas maneras de mirar a los pobres y que lo que ahora comienza a designarse como pobrismo es una de ellas.

Es que existen diferentes maneras de hacerlo. Están aquéllos, y es ese el caso extremo, que vanamente pretenden no verlos, mediante una curiosa pendiente que va desde aquellos que tratan de ignorarlos. También los que los cosifican viéndolos como objetos con forma de hombre, y los que llegan al absurdo de considerar que el mundo estaría mejor sin ellos, entendiendo esa afirmación en el sentido que siendo objetos descartables, lo mejor sería que se los eliminara de una manera literalmente monstruosa.

Están también los que creen que la pobreza es un estado del que se puede salir, y por ello todos a su manera y dentro de sus posibilidades debemos dar una respuesta lo más satisfactoria posible para sacar, elevándolos, a los pobres de esa situación.

Debo aclarar que de la lectura de los escritos que se ocupan del tema he llegado a concluir que el pobrismo no es un término de los que se consideran neutros en sus alcances, ni decir que es un vocablo incorporable a la denominada ciencia social, sino un término polémico de los que echa mano, para describir, de una manera, que no pocos consideran acertada, a un perfil humano frecuente en la actualidad.

A la vez que quienes así lo hacen, se encontrarían del otro lado de una “grieta” de las tantas que nos separan, sería uno de los tantos grupos a los que, desde la otra orilla, meten en una misma bolsa con la etiqueta de neoliberales.
Cómo dicen los que hablan de pobrismo que este describe a los pobres
Ya he mencionado más arriba lo que se entiende por pobreza, que en definitiva es una situación de duración indeterminada en la que se vive con lo mínimo, aun esporádicamente por debajo de ese mínimo.

A la vez el pobrismo ha sido descripto como la postura que asumen quienes hacen la exaltación de los pobres, poniendo el énfasis en su defensa frente al resto de la sociedad. Es un enfoque clasista, aunque distinto al del marxismo. No se sintetiza en los trabajadores versus el capital, sino en los pobres frente a los ricos y el poder económico. Mientras el marxismo habla de la explotación, el pobrismo habla de la exclusión y el descarte.

Se trata, como se ha visto y conviene reiterarlo, de una descripción polémica, que al menos en apariencia no lo es en contra de los pobres (sería espantoso que a los más pobres como grupo, se los tuviese como culpables de su propia condición) sino contra quienes, al mirar a los pobres lo hacen desde una perspectiva que sus críticos, la califican precisamente con esa palabra.

Lo que queda en claro, a tenor de los términos de la descripción que hace de los pobristas un autor que se ocupa de ellos. Es cuando señala que el pobrismo no considera la movilidad social. Los pobres son y serán. Con ellos se desarrollan lazos afectivos, de solidaridad y también de ayuda. Pero el pobrismo no elabora políticas ni procedimientos para que cada uno de los pobres evolucione hacia la riqueza. Más bien desarrolla un discurso de protesta dirigido a quienes ellos creen egoístas, que desprecian a los pobres o en el mejor de los casos los ignoran. El pobrista suele adoptar perfiles austeros y emblemáticos en su vida personal. Es una forma de expresar su vocación o preferencia por los pobres.

A lo que a renglón seguido agrega que el pobrismo es característico de gente buena. No nace en el resentimiento, ni postula la lucha de clases. Tiende al asistencialismo. A redistribuir la riqueza que ya existe. Desconoce la inversión productiva y la generación de trabajo. Esto es consecuencia de que los pobristas descreen en el capital y tienen aversión a las grandes empresas. Prefieren dar pescado que enseñar a pescar. A lo sumo son condescendientes con la pequeña empresa, las pymes, que serían una réplica de los pobres frente a las grandes corporaciones. Sospechan que éstas ganan demasiado y que son remisas a distribuir los beneficios entre sus obreros.

Y para rematar señala que al exaltar la pobreza, parecería que el pobrismo no desea que los que hoy son pobres dejen de serlo. No indaga sobre las causas de la pobreza, ni sobre el desarrollo económico y social producido por los distintos sistemas económicos. En esa ignorancia hace prevalecer visiones inmediatistas. Por ello rechaza el capitalismo o la economía de mercado, desconociendo que fue el único sistema que efectivamente contribuyó a reducir la pobreza en el mundo.

De esta manera viene a dejar expresado el foco de su crítica, la que se explica en función de una posición contraria al sistema capitalista que de una manera que podríamos considerar genealógicamente diluida darían cuenta – y la dan efectivamente- los pobristas.

Es por eso que otro ensayista colocado en la misma línea señala que debe diferenciarse el pobrismo de la verdadera ayuda efectiva a los pobres, que es la que trata que salgan de esa situación, que dejen de ser pobres. Es que, agrega, que se trata de no considerar a la riqueza como algo de por sí pecaminoso.

De allí que a otro predicador contra el pobrismo se lo escuche señalar que el enemigo del pobrista es en realidad el pobre que quiere dejar de serlo. Todo aquél que no vive la pobreza como una virtud, ni tampoco vive el bienestar de los demás con rencor sino más bien con una cierta y/o sana envidia, incluso como un estímulo a lo que aspirar. Por ello es demonizado.
¿Es el papa Francisco un seguidor del pobrismo?
No es extraño que los que piensan de ese modo, a la hora de expresar su molestia con ciertas posturas de Francisco, pretendan quejarse y hasta atacarlo aplicándole el mote de pobrista.

Sacan a relucir así una lectura, no bien masticada y por eso mal digerida, de su Exhortación apostólica, “Evangelii Gaudium”, y en especial del párrafo de ella que sigue.

El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena.
Lo que se infiere del pensamiento de Francisco
Sé que no soy nadie para salir en la defensa de Francisco, el que por otra parte se basta y sobra para hacerlo el mismo.

Pero es saludable traer a colación puntualizaciones que se infieren de su prédica, a las que se debería atender.

La primera es que vivimos en un mundo centrado en el consumismo hedonista, en contraste con la situación de millones de los que en el viven, que lo hacen en una situación de pobreza.

Que el capitalismo es un sistema productivo que en la actualidad, más allá de la expansión positivamente extraordinaria de las fuerzas productivas, se lo ve fallar al momento de orientar esa producción y distribuirla de una manera equitativa, lo que aumenta la distancia que separa a los más ricos de los demás, y no se cuida de sacar a los pobres, materiales y de espíritu, de su situación.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa