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Gente que se prepara para cuando sea rica

En una de sus pasadas ediciones el diario The New York Times publicó una nota acerca de una suerte de fiebre del oro, como la que se vivió en California hace bastante más de un siglo, y que esta vez, no está generada por el hallazgo de pepitas de oro, sino por un fenómeno bien actual: la presencia, esta vez en la ciudad de San Francisco, ubicada en el mismo estado donde estalló entonces la fiebre del oro, de una fiebre parecida. La aparición de empresas emergentes dentro del ámbito de la economía digital y de la inteligencia digital, algo que a la mayoría de nosotros, en la cual me incluyo, no nos dicen nada porque es como si escucháramos hablar en chino. Empresa cuyo recorrido, en el caso de seguir exitoso significa recorrer varias etapas.

Por Rocinante

Un grupo, o una persona, generan una idea vinculada con la utilización de conocimientos científicos logrados en ese campo. Después la formación de una empresa que la aplique, y que elabore ese tipo de productos de los que esta ávido el mercado. La empresa crece y comienza a ganar dinero, que rápidamente se transforman en grandes cantidades de dinero. A continuación la empresa comienza a colocar parte de sus acciones en bolsa – que están en manos de los socios, y un círculo más o menos amigo de colaboradores, a quienes sus remuneraciones se les pagó en un porcentaje variable con acciones de la empresa- y las acciones que se venden se transforman en dinero contante y sonante.

La hoja de ruta no es novedosa, ya que ha sido recorrida por otras empresas que han dejado de ser emergentes, no por haber terminado totalmente sumergidas, sino por haber saltado al estrellato.

Y es según la crónica que estoy reseñando, lo que podría pasar este años con empresas como Uber, Lyft, Slack, Postmates, Pinerest y Airbnb las cuales, según se indica, tienen la esperanza de entrar al mercado público de acciones y la Bahía de San Francisco podría verse entonces inundada de dinero fresco.

Es así como se señala, que las estimaciones del valor de Uber en el mercado ascienden hasta los 120.000 millones de dólares. La valuación más reciente de Airbnb fue de 31.000 millones de dólares, mientras que Lyft y Pinterest rondan los 15.000 y 12.000 millones respectivamente. Nadie sabe exactamente cuál será el precio real de esas empresas cuando salgan a la bolsa, pero hasta las estimaciones más conservadoras predicen que el año que viene San Francisco recibiría una lluvia de cientos de miles de millones de dólares que quedarían en manos de miles de nuevos millonarios.

Y llegará a suceder con ello, lo que ha pasado siempre con los nuevos ricos: quieren nuevos autos, nuevos restaurantes, nuevas mansiones y tirar la casa por la ventana en fiestones para la historia.
“Con todas estas salidas a la bolsa al mismo tiempo, habrá potencialmente miles de jóvenes buscando vivienda que ahora tendrán dinero”, dice Shane Ray, agente inmobiliario. “Eso va a sentirse”.
El dinero está o estará y también la fiebre que los lleva al delirio
Las empresas les inculcan a sus empleados la creencia de que el valor de las acciones no dejará de aumentar. Y eso es algo que si no sirve para volverlos codiciosos, los vuelve cada vez más sofisticados compradores o soñadores como la lecherita a la que le se le rompió el cántaro en el que llevaba leche al mercado, y no solo en compradores compulsivos.

Es cuestión de pasar revista a la lista de sueños y realidades. Las bicicletas eléctricas son el medio de transporte preferido de los empleados de las tecnológicas en San Francisco. Los dueños del local de venta de bicicletas New Wheel dicen que están preparados para la nueva etapa y por eso encargaron un 30% más de unidades de la marca Stromer -la configuración más popular del modelo ST3 se consigue por unos 7500 dólares- y un 200% más de las Riese & Muller de carga frontal, que se venden por unos 9500 dólares.

El ex dueño de una discoteca que ahora es curador de música y entretenimiento para eventos privados, afirma que está listo para el próximo desafío. Ya trabajó en eventos para varios de los aspirantes a salir a la bolsa, incluidos Uber, Airbnb, Slack, Postmates y Lyft.

Es que “las salidas a la bolsa de cada empresa implican varias fiestas, no solo de las empresas en sí mismas, sino también de las firmas asociadas a ellas”, dice un organizador de eventos, qua agrega que el presupuesto de las empresas emergentes para los eventos puede superar fácilmente los 10 millones de dólares. “Quieren tener una lista de celebridades de primer nivel para que actúen ante los ejecutivos sentados en las mesas. También quieren bailarines de ballet”.

También se habla de un escultor de hielo que se dispone a contratar personal para lo que asegura será un año largo, con jornadas de trabajo de catorce horas, ya que no da a basto con los quince escultores que hoy emplea. Mientas que el escultor explica que todos ellos juntos esculpieron un auto de hielo a escala real para una fiesta de ejecutivos tecnológicos en Atherton y una réplica de tres metros del Taj Mahal para decorar la pileta en otra fiesta en San José.

Pero un menor grado de fantasía entre los ejecutivos tecnológicos lleva a conjeturar que la mayor demanda será de cosas predecibles: una silla de hielo con el logo en el respaldo, para las fotos; cubos de hielo para los tragos, con el logo de la empresa en cada uno de ellos, y un montón de logos esculpidos en cohetes de hielo, para indicar que las acciones de la empresa también llegarán a las nubes.
El consumo ostentoso de una clase no precisamente ociosa
Thorstein Bunde Veblen fue un sociólogo y economista estadounidense, ahora casi lamentablemente olvidado, conocido sobre todo por la teoría que denomina Teoría de la clase ociosa, en la que viene a explicar este tipo de comportamientos los que cabría calificar como obscenos, sino tuvieran la explicación que él les da. Aunque, miradas bien las cosas los comportamientos no dejan de ser obscenos aunque tengan explicación.

El autor parte de la idea que la envidia (que tratando de ser aséptico denomina como “emulación pecuniaria”) es un verdadero motor social, que da lugar a un consumo que se efectúa no sólo para la satisfacción personal, sino para hacer ver o hacer saber a los demás que se es rico (conspicuos consuptium, o “consumo ostensible”), y que en tiempos antiguos tenía una variante en lo que se conocía como “ocio ostensible”. Curiosamente allí residiría la explicación de porqué las personas con medios, especialmente las mujeres, hacían gala de su blancura, que buscaban de todas formas preservar, ya que el mostrarse con la piel tostada era señal de ser un laborante).

Veblen por su parte, ya en sus tiempos (falleció en 1930) mencionaba que la adquisición emulativa de coches entra en el cuadro de consumo ostensible, o la tendencia a dedicarse a actividades sociales y diversiones puede ser catalogada como un ocio ostensible, lo que muestra lo poco que han cambiado nuestros comportamientos.

Es decir que los consumidores conspicuos u ostentosos no solo no se conforman con gastar, sino que se afanan en hacer visible ese gasto y, yendo aún más lejos, para que dicho gasto contribuya eficientemente a la buena fama del individuo, debe hacerse en cosas superfluas. Es decir, que para que la clase ociosa logre una buena reputación el consumo debe ser derrochador.

El efecto de la riqueza en el comportamiento es, por tanto, evidente y es que para Veblen, por encima de cierto nivel de riqueza el disfrute de bienes no se puede considerar algo intrínseco. ¿Qué es lo que vemos ahora?

En una reseña de la obra de Veblen se indica que en la actualidad prima la cultura del dinero fácil; el enriquecimiento sin esfuerzo, el “tanto tienes tanto vales”, el deseo enfermizo por poseer lo más caro, o la codicia sin límites son situaciones de la vida real que explican al autor.
El principio de Rocinante
El ingeniero aeroespacial Edward Aloysius Murphy formuló hace ya de esto mucho más tiempo del que nos imaginamos que si algo puede salir mal, saldrá mal. Esa es la ley de Murphy. (Sus variantes: 2. La tostada siempre cae en el lado de la mantequilla; 3. La información más importante de cualquier mapa está en el doblez o en el borde; 4. Los pares de calcetines siempre van de dos en dos antes de entrar a la lavadora y de uno en uno al salir de ella; 5. La otra cola siempre es más rápida; 6. Llevar un paraguas cuando hay previsión de lluvia hace menos probable que llueva; 7. No importa cuántas veces se demuestre una mentira, siempre quedará un porcentaje de personas que creerá que es verdad; 8. Siempre encuentras las cosas en el último sitio en el que miraste).

El diputado nacional mendocino por el radicalismo Raúl Baglini?(abogado, diputado y senador nacional?entre 1983 y 2003) formuló el reconocido enunciado que lleva un nombre, o sea Teorema Baglini: el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder (son sus variantes: 1. Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; 2. Cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven. A medida que un grupo se acerca al poder, va debilitando sus posiciones críticas al gobierno; 3. Las convicciones de los políticos son inversamente proporcionales a su cercanía al poder; 4. Cuanto más cerca del poder está, más conservador se vuelve un grupo político; 5. Cuanto más se acerca un político al poder más se aleja del cumplimiento de sus promesas de campaña.)

Y si los he mencionado es porque me pregunté, si Murphy puede tener su ley y Baglini su teorema, ¿por qué no puede tener Rocinante su Principio? Y aquí está: En el mundo en que vivimos los ricos serán cada vez menos y a la vez más ricos. Los pobres serán cada vez más, pero menos pobres de lo que ellos se sienten. Y llegará el momento en que si no se cambia todo reventará. No se trata de nada original, más allá de su talante apocalíptico. Tampoco es esa mi pretensión, ya que es sabido aquello de que no existe nada nuevo bajo el sol.
La aclaración
La primera idea enunciada no necesita aclaración, porque es evidente que en todas las sociedades del mundo se asiste a una concentración de la riqueza, acompañada por una mayor distancia entre las clases sociales y a la vez un desclasamiento de la clase media. Y en cuanto aparezca como hasta increíble, ha disminuido el número de pobres en la población mundial (como en tantas otras cosas nosotros y otros que se nos parecen, vamos contra la corriente).

Situación que resulta encubierta por la sensación que provoca en este mundo global en el que vivimos, en que todos estamos enterados de todo, asistir como se puede asistir, tecnología digital mediante, a todas las expresiones de ese obsceno consumo ostentoso e improductivo.

De donde se hace necesaria una inversión radical en los valores, dejando de lado lo que no son otra cosa que falsos valores, de manera que nuestro mundo no estalle. Los derroches deben acabar, porque al paso que vamos necesitaríamos de más planetas como el nuestro para atender a nuestras auténticas y también nuestras falsas necesidades. Y podemos contar con uno solo…

No es entonces creer o reventar, sino cambiar o reventar.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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