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La igualdad es una premisa categórica e indiscutible de los tiempos que corren. La inclusión es , sin dudas un nuevo valor, que incorporado en la vida diaria, ha modificado patrones de conducta poniéndolas a tono con los nuevos paradigmas del mundo y la sociedad.

Estas premisas son, aparentemente, compartidas por grandes mayorías que no dudan en acompañarlas con actitud militante tanto adentro como afuera de casa.

Sin embargo, un costado un poco arcaico brotó en las filas del peronismo que analiza con mucha preocupación la equiparación de género que propone el gobernador Gustavo Bordet en su proyecto de reforma política.

El planteo, que pasó casi desapercibido, pone en discusión una cuestión que en apariencias estaba salvada, pero que a la hora de los hechos, divide las aguas y expone lo peor de cada casa.

No es nuevo el artilugio de poner a la fulana o a la esposa y la mengana en el cargo como una extensión del hombre.

El primer ensayo de equidad fue en los concejos deliberantes, donde a instancias de la ex diputada Lucy Grimalt, se logró una paridad que en los hechos costó muchísimo plasmar. Es que a la hora de cubrir el porcentaje, faltaban mujeres para ocupar las bancas de los municipios y algunas experiencias no fueron muy provechosas.

Sin embargo, ese escollo se fue superando con el paso del tiempo y con normas que pusieron la vara cada vez más alta para instalar la igualdad política en la provincia, pero en hechos concretos. A modo de botón y de muestra, sirve, si se quiere , revisar la actual composición de las cámaras.

Para el caso del Senado, por ejemplo, de sus diecisiete integrantes sólo dos son mujeres. Una fue electa y la otra accedió a la banca al reemplazar a un hombre. En la Cámara de Diputados, de treinta y cuatro legisladores, sólo nueve son mujeres.

El problema no se reduce sólo al simplismo de los lugares y de las mujeres, sino a las ambiciones de los que tocaron su techo como intendentes y ahora piensan la Legislatura como un segundo escalón en sus carreras políticas.

Augusto Alasino cuando fue convencional constituyente y frente a los límites para las reelecciones de los intendentes fue el primero en advertir que ese impedimento haría de tapón a la hora de las aspiraciones y los reacomodamientos políticos.

Como un vaticinio, Alasino vio antes que ninguno lo que ahora sucede en el peronismo entrerriano, o al menos, en el que aún sobrevive en los cargos, o quizás, para ser más precisa, los que lograron sobrevivir en etapas tan disímiles como el bustismo, el urribarrismo y el actual proceso que lidera Bordet.

Esa camada de dirigentes y legisladores advierte ahora con sorpresa que los corrimientos o las renovaciones pueden venir desde los lugares más inesperados. Y que deberán echar mano a lo que encuentren en casa para no lastimar la territorialidad que construyeron con el paso de tantos años.

Todas las especulaciones que se entretejieron desde hace tiempo hasta la fecha, desembocaron en un final inesperado ya que la tensión entre los diputados y el Ejecutivo no se ciñe sólo a la boleta única de papel o a la boleta sábana, sino un elemento inesperado contra el que públicamente es difícil luchar como la incorporación de la mujer en un plano de efectiva igualdad, al margen de que por los pasillos muchos fantasean, quizás como último reflejo, con decidir con el dedo el nombre de la que los reemplazará.
Fuente: El Entre Ríos

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