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Pasar de una fase corta a otra fase corta no ayuda a encontrar una solución para la crisis en que se ha sumido Argentina, sino que desnuda la poca planificación que subyace a cada decisión de gobierno

Por novena vez, el Gobierno Nacional nos sometió al ritual de una conferencia de prensa en la cual se nos anuncia que la cuarentena continúa. En aquel ya lejano (¡121 días!) día de marzo en que comenzó el programa de aislamiento social, la idea parecía sensata.

El paso del tiempo y la omnipresente crisis socioeconómica esmerilaron la credibilidad de las medidas y contribuyeron a que el contagio del hartazgo ocurriera a mayor velocidad que el contagio del Covid-19. El discurso del Gobierno ya no suena sensato ni convincente. Por eso, el cumplimiento a rajatabla del aislamiento comenzó a diluirse y los contagios, por consiguiente, aumentaron.

Así llegamos a este noveno anuncio, que ya nada tiene que ver con la realidad. Se esgrimen datos a medida del anuncio, aunque no sean refrendados por la realidad. Así llegamos a este viernes, en que los mismos datos que antes demandaban un tipo de respuesta ahora explican una conclusión diferente. Por eso incurrimos en la contradicción de abrir cuando hay más contagios y más muertes, y cuando el Gobierno más miedo tiene. Sí, eso demuestran el gobernador de Buenos Aires y el Presidente con frases como “el coronavirus mata”, o “no hay vacuna así que sólo queda el cuidado y la cuarentena”, o “la velocidad de contagio asombra”. Pero el impacto de esas frases ya no es el mismo del comienzo: tiene más miedo el Gobierno que la gente.

La credibilidad de la política se empezó a agotar como la cuarentena. Si quedaba credibilidad en el Presidente, hizo todo por sepultarla cuando reconoció que quiso expropiar una empresa porque pensaba que lo iban a aplaudir. Si quedaba alguna en el Ministro de Salud, la sepultó cuando dijo que prohibía a los runners por una cuestión de imagen. En el esmeril de la popularidad de la política está el germen de la creciente impopularidad de la cuarentena.

A esta altura la pospandemia es mucho más preocupante que la pandemia. Es obvio que la cuarentena no cura; apenas alarga la espera. Quizás haya sido negativa pues impidió construir de manera inteligente, con la población de bajo riesgo, la inmunidad de rebaño, que es la única solución cierta en ausencia de vacuna.

Hace seis meses que esta historia empezó en el mundo. Ese tiempo sirvió para confirmar que pocos se contagian y que muy pocos de los contagiados mueren – casi todos por complicaciones previas que los hacían vulnerables a éste o a cualquier otro virus o bacteria que los alcanzara. Destacar las excepciones (una persona que vuelve a contagiarse, un joven que muere) es parte de la justificación miedosa para extender el estado anormal de las cosas.

La cuarentena dotó al Presidente y a muchos oscuros gobernadores, intendentes y comisarios, de cinco minutos de gloria, permitiéndoles un aberrante poder con el que humillan a los ciudadanos con determinaciones arbitrarias respecto de la esencialidad de cada actividad, les requieren permisos para ejercer el derecho constitucional a circular o les dicen a qué hora y por cuánto tiempo pueden salir a la caminar.

A seis meses del inicio de la pandemia, pregonar en los medios que la afluencia de europeos y estadounidenses a playas, bares y restaurantes representa algo horrendo, y no la manifestación de un derecho humano fundamental, la libertad, tampoco es creíble. El hartazgo va pasando de la cuarentena hacia quienes la imponen y la publicitan. Algo que en el AMBA se manifiesta con mayor claridad que a nivel regional, donde los pocos contagios permiten sostener al miedo como irracional factor disciplinario de intendentes y gobernadores. Irracional por cuanto las fronteras interiores que se imponen provocan más daño económico en quienes se encierran que en quienes se ven impedidos de atravesarlas. Muchos intendentes prefieren ver a sus ciudades secarse como pasas de uva antes que sufrir un contagio.

En los lugares más afectados (vale repetir: con contagios que apenas superan el 1% y muertes que apenas pasan el 0,02% de la población), el aprendizaje está hecho y la apertura no tiene vuelta atrás. Quien quiere salir, sale, y quien se quiere cuidar en casa, se queda. De facto, a pesar de cualquier DNU que se redacte. No falta mucho para que la gente despierte del letargo en todo el país.

Cuando la pandemia, y sobre todo la cuarentena estricta a que los gobiernos nos sometieron en Argentina, sean vistas en perspectiva, será fácil concluir cuán absurdas fueron las decisiones tomadas durante todo este tiempo. El daño económico, social y psicológico infligido a la población va a ser más grave y duradero que el daño sanitario. Con esa perspectiva, va a ser evidente que de tanto asustarse con la chispa del árbol de la pandemia nuestros gobiernos omitieron ver el mucho más ominoso incendio que sus decisiones generaron en el bosque de la economía y el tejido social.
Fuente: El Entre Ríos

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