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Algunos decires que nos provoca

Habrá un momento, de ser ello indispensable, para ocuparnos puntualmente del mensaje con el que nuestro gobernador Bordet abrió, en la Legislatura provincial, su periodo anual de sesiones ordinarias. De ser así, sobre todo se deberá poner el acento en tópicos puntuales, dejando de lado el encomiable tono con el que aquél se dirigió a todos nosotros al hacerlo al conjunto de legisladores que nos representan, en el que se trasunta la valiosa llaneza empática de su actuar frente a los demás.

Pero de cualquier manera, de más provecho resulta hoy hacer referencias a cuestiones diversas, que hasta cierto punto y quizás aún por encima de él, tienen que ver y no lo tienen, con su contenido.

La primera de ellas es en apariencia anecdótica, pero de una importancia crucial. Y tiene que ver con la peculiar -e inclusive hasta cabría calificar de valiosa- idiosincrasia de Bordet, cuyo ingrediente básico hace que se lo vea como "un buen tipo", de esos que extienden, hasta límites que lo ponen, cuando menos, en peligro de cruzar "la raya", su encomiable disposición a procurar "llevarse bien con todos". Todo ello sin -como lo decía una epístola evangélica- hacer “acepción de personas”.

Algo que explica que mientras se deja cortejar por el presidente Macri, a la vez mantenga imprecisos vínculos con quien fue uno de sus padrinos políticos, cual es el ex gobernador Sergio Urribarri, con quien todo da a entender que no termina de romper.

Una señal significativa de lo cual, la tenemos en la censurable reelección de ese ese ex gobernador, ahora diputado, como presidente de la Cámara que integra.

Y decimos censurable, no porque no tengamos presente que le cabe, como a cualquiera de nosotros, acogerse válidamente a la garantía de tener que ser presumida su inocencia hasta el momento en el que se lo lleve, eventualmente, a ser condenado judicialmente no como consecuencia de una imputación concreta, sino por su actual situación. La que es de otra naturaleza y reside en el hecho que se encuentra ubicado en lo que es totalmente opuesto a un “área de confort”, expresión que ahora tanto se utiliza.

Un área a la que resulta difícil designar con precisión, en la que también pueden ubicarse a políticos notorios como es el caso de la señora de Kirchner o el expresidente de Brasil, Lula, más allá de la diferencia de talla que se da entre ellos. Es que trayendo a colación el caso de este último, se hace necesario hacer referencia a que, independientemente de que se hubiese enriquecido ilícitamente, hasta de una manera lindante con la insignificancia, con la adquisición de un dúplex cuya pertenencia se le atribuye; circunstancias como las vinculadas con las tramas “Odebrecht”, y antes de ellas del llamado “mensolao” lo colocan en una “zona de encharcamiento institucional”, que debiera llevar a quienes se encuentran en ella no solo a callarse sino hasta tratar de “invisibilizarse”. Ya que existen comportamientos o actitudes a las que no las lava el intentar bañarse en un pretendido favor popular.

Esa es también la situación de Urribarri, dado lo cual no le hace bien a nuestras instituciones, ni tampoco a nosotros, ni a Bordet, que aquél haya sido reelegido para presidir nuestra cámara baja provincial ¡por. . . unanimidad! Circunstancia que debería avergonzar hasta el bochorno al menos a los diputados de la oposición provincial – la misma que se identifica con el oficialismo en el orden nacional-; bochorno vergonzante que, para colmo de males, viene a mostrar de una manera inquietante la desorganizada conducción –o mejor dicho su ausencia- de esa coalición en nuestra provincia.

Y que no diga nuestro gobernador que la situación expuesta “es cosa de otro poder”, y ni tampoco que es el “jefe del partido del gobierno”, el mismo partido que nunca ha hecho de la “horizontalidad” una de sus banderas, y que en este momento tiene rota en pedazos su tradicional “verticalidad”. Es que con el peso que le da el cargo que ocupa, Bordet debió haber tratado de impedir que se repitiese algo que, de no ser una “tamaña desvergüenza”, es al menos un desafortunado comportamiento demostrativo de nuestro lamentable deterioro institucional.

Pero si lo hasta aquí expuesto es casi un poco más que una anécdota, existe otra cuestión insoslayable que se asocia con una falencia en ese mensaje, que a todos debería lastimarlos y dolernos. Es que el mismo viene a confirmar que hace tiempo que hemos dejado de “pensar en grande” –habrá quien se pregunte si en realidad lo que sucede no refleja que hemos dejado de pensar- algo que llevaría a fijar como meta obsesiva y realizable pensar en “la recuperación de la grandeza perdida de Entre Ríos”. Algo que implica arrumbar las archisabidas declamaciones huecas, y concebir y plasmar lo que parece un sueño, cual es el poner en marcha a nuestra provincia como una empresa común. Dicho de otra manera: lograr colocar a Entre Ríos en el lugar que alguna vez supo ocupar en el “concierto de las provincias” de nuestra república, y ambiciosamente –en este caso no solo se da la justificación sino que resulta encomiablemente saludable- “ir por más”.

Resultaría de interés contar en algún momento, con parámetros que midan nuestra trayectoria como provincia desde los tiempos fundacionales hasta la actualidad, en las distintas vertientes del hacer humano de nuestra sociedad. Al mismo tiempo que, sin contentarnos con lograr estar en condiciones de describir el trazado de una parábola que nos suena lastimosamente como poco halagüeña, contar con una manera de comparar esa parábola, por la recorrida en el mismo lapso por otras integrantes de ese “concierto provincial”. Mientras se cumpla esa pretensión, “tiramos” dos cosas al azar, ambas que se vinculan con ese reclamo.

El primero. El artículo 34 de la Constitución Nacional de 1853, en su primera redacción: “Los diputados para la primera legislatura se nombrarán en la proporción siguiente: por la Capital seis (6); por la provincia de Buenos Aires seis (6); por la de Córdoba seis (6); por la de Catamarca tres (3); por la de Corrientes cuatro (4); por la de Entre Ríos dos (2); por la de Jujuy dos (2); por la de Mendoza tres (3); por la de La Rioja dos (2); por la de Salta tres (3); por la de Santiago cuatro (4); por la de San Juan dos (2), por la de Santa Fe dos, (2); por la de San Luis dos (2); y por la de Tucumán tres (3).

El otro: el salario promedio en bruto del sector privado de Argentina fue de 24.958 pesos mensuales en el tercer trimestre de 2017. Solo en cinco distritos del país se supera ese monto: Santa Cruz, Tierra del Fuego, Chubut, Neuquén y la Ciudad de Buenos Aires. En los otros 19, los sueldos están por debajo de la media nacional. En ese orden, Entre Ríos se ubica en el 12° lugar debajo del promedio, con un salario de 19.467 pesos, todo ello según un relevamiento de la consultora Economía y Regiones.

A la vez que temblamos de una manera que no es solo metafórica, ante lo que pueden llegar a mostrar otras trayectorias, entre la que no es la menor el número total de entrerrianos que hemos ido “expulsando” de su terruño a lo largo de las décadas, asociado con el hecho de que nadie se va del lugar donde ha nacido si allí la pasa bien.

Durante ya olvidadas décadas desde estas mismas columnas –entonces solo impresas nos hemos vanagloriado del hecho de que en una Argentina que producía el 70% de las semillas de lino que se cosechan anualmente en todo el mundo, nuestra provincia aportaba, a la vez, el 70% de ese 70%. . .

Y explicábamos por qué no nos podía ir mejor, aludiendo a los caminos de tierra y a los ríos que nos separaban de “el continente”. Hemos “salido del barro” como clamaba Raúl Uranga, hace sesenta años, con su estampa de ñandubay. Pero seguimos empantanados. . . .

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